Ducati y el porqué del fichaje ‘injusto’ de Marc Márquez
Decantarse por el 93 en lugar de hacerlo por Jorge Martín es asumir que la gestión del equipo no será fácil; es también aceptar el reto de revertir los silbidos que hoy recibe en suelo italiano
¿Se imaginan poder ver por un agujerito las reacciones de quienes dirigen la industria del deporte mientras contemplan un partido? Imagínense, quizá, a Deco alucinar con los gestos técnicos de Vinicius en la última final de la Champions. O al mismo Florentino Pérez alabar a las perlas de La Masia, como Fermín o Cubarsí. Esas escenas no han pasado. Que sepamos. Pero la retina de muchos aficionados al motociclismo sí que guarda una imagen que parece ya de otra época: Marc Márquez y Andrea Dovizioso batiéndose en duelo de curva en curva. En juego, una victoria de carrera y, a la postre, el campeonato del mundo. Y en el box de Ducati, un director deportivo convertido en el fan más pasional del líder de la fábrica rival, Honda. “È il número uno, è il número uno”, gritaba. Y hacía ese gesto con el dedo índice mientras contemplaba el adelantamiento letal del 93 en las pantallas. Y mientras nosotros, al mismo tiempo, lo contemplábamos a él, protagonista de la señal internacional de MotoGP, en un momento de excitación máxima. Ese fan es Davide Tardozzi, uno de los directivos de la fábrica de Bolonia, que en la mañana de este martes ha anunciado el fichaje de Márquez para 2025 y 2026.
No es Tardozzi la única persona con voz y voto en la decisión de la casa de Borgo Panigale, ni mucho menos la que tiene más peso, pero sirva su admiración como ejemplo de que las decisiones muchas veces se toman con el corazón. De que también se ficha con la intuición, con las tripas. ¿Cómo cerrarle la puerta a un ocho veces campeón del mundo que está exigiendo una camiseta de titular en tu equipo? A la moto oficial de Ducati que quedaba huérfana tras la renovación del campeón del mundo Pecco Bagnaia aspiraban dos pilotos cargados de méritos y argumentos: Jorge Martín, actual líder del campeonato, que ya pilota una Ducati oficial en un equipo satélite, y Marc Márquez, quien con una Ducati del 2023 y en solo siete carreras con esa moto está poniendo en apuros tanto a Martín como a Bagnaia (ni mentar al resto). La decisión no era fácil para los de Bolonia, es obvio.
Como no debió ser fácil querer hacer lo correcto y sentir, al mismo tiempo, que se arrepentirían toda la vida. Lo correcto hubiera sido fichar a Martín, a quien ya se le había prometido esa moto y que, hoy, es el mejor piloto de la casa de acuerdo con la clasificación general. Pero el corazón se amarraba al sueño (que tantas veces debieron creer imposible) de tener al mejor, al número uno, en su equipo. Porque este Márquez de primeros de junio recuerda mucho a aquel que despertaba admiración y envidia por igual.
Por eso, cuando parecía que la decisión estaba tomada, después incluso de que Martín recibiera la llamada del capo, Gigi Dall’Igna, a Márquez le salió la vena más competitiva, el gen del todo o nada, ese que le lleva a correr bajo el lema “puerta grande o enfermería”. Siempre tuvo las ideas muy claras el de Cervera. Y el órdago que lanzó a Ducati surtió efecto. O acababa en el equipo oficial o no pilotaría una Desmosedici. Ofertas no le faltaban. Y vista su adaptación a esta moto, resulta difícil dudar de lo que sería capaz de hacer con una Aprilia o una KTM (de eso tampoco dudan en la casa italiana).
Al otro lado de la mesa de negociación, los jefazos de Ducati, en una situación tan privilegiada –se la han ganado a pulso al evolucionar al fin una moto que domina la categoría como antes lo hicieran Honda o Yamaha– como difícil. Jefazos que han optado por escoger la vía ¿menos justa? (no es justa la vida y mucho menos el deporte) y la más arriesgada: quedarse con Márquez por lo que puede aportar a la competición y a la imagen de marca; apostar por un deportista ambicioso y determinado que saben que les generará más ruido en el box y ante su afición. Fichar al 93 es asumir que la gestión del equipo, con once títulos del mundo entre los dos gallos del gallinero, no será fácil; es también aceptar el reto de revertir los silbidos que hoy recibe en suelo italiano el otrora gran rival de Valentino Rossi. En Ducati y en la casa de los Márquez están convencidos de que con victorias los pitos se convertirán en aplausos.
El fichaje de Márquez por Ducati es un auténtico bombazo, con permiso de Mbappé. El culebrón de estos meses ha generado tanto hype como en su día despertó la salida de Valentino Rossi de Honda a Yamaha, primero, y de ahí a Ducati después; mismo camino que enfiló Lorenzo para vestir de rojo. Ninguno de los dos triunfó en la casa boloñesa, donde aspira a hacerlo Márquez, que parte con ventaja. Él ya sabe que la Ducati es compatible con su estilo. Esta Ducati, además, no es aquella con la que se frustró Rossi; tampoco aquella con la que tanto se peleó Lorenzo. Esta moto es la campeona del mundo. Y el binomio con el que se sueña –lo hacen Márquez y Dall’Igna, también Tardozzi; por supuesto que lo hace Dorna, tan necesitada de salpimentar una competición excelsa en lo deportivo, algo necesitada de los ecos que despertaron en su día Rossi y cía– ya está agitando el gallinero.
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