La política de las armas en la experiencia chilena
Joan Garcés sabe que ha escrito un libro polémico. Y, desde luego, el texto adquiere ese carácter ya desde su presentación: asegurar que la experiencia chilena no está políticamente tan lejana de las que pueden darse en nuestra vieja y enferma Europa occidental es algo que muchos ya han rechazado públicamente; por ejemplo, los líderes de la Unión Popular francesa. De todas formas, por el objetivo que persigue, el trabajo estaba condenado a tener esa naturaleza polémica.En esta oportunidad, Joan E. Garcés, de manera menos emocional y superficial que en ocasiones anteriores (véase el prólogo de su El Estado y los problemas tácticos en el Gobierno de A llende, Siglo XXI, Argentina, 1974) busca reconocer cuáles han sido los factores que ocasionaron la «derrota estratégica» de la vía chilena al socialismo, por decirlo en el lenguaje de Garcés, de la vía político-institucional que Allende eligió Para superar el capitalismo en Chile. Ahora bien, este objetivo final es atacado por el autor sólo después de que trate de demostrar que tal vía era la única a seguir; también de que será la única en muchos otros países. Por esta razón, la estructura del estudio resulta dividida en dos mitades, cada una de ellas con un tono crítico distinto.
Allende y la experiencia chilena
Las armas de la política, de Joan Garcés. Editorial Ariel, 1976.
Durante la primera mitad, Garcés, obsesionado con lograr hacer incontestable la argumentación de que el proyecto de Allende era el único viable, expone la situación omitiendo todo asomo de critica a tal proyecto (el lector curioso notará cómo la primera observación crítica la hace Garcés a la altura de la página 154, en un texto neto de 390). Es indudable que con ello logra hacer más cómodo su discurso demostrativo, pero no lo es menos que eso le lleva a cometer extrapolaciones e incluso imprecisiones que, a la postre, restan fiabilidad a sus proposiciones. Esto último puede, sin embargo, pasar inadvertido al lector español que no haya seguido el experimento chileno ec., especial dedicación, dado el cómo utiliza Garcés la gran información que posee. Con el conocimiento que otorga el haber participado directamente en la experiencia (como se sabe, fue asesor del presidente Allende), Garcés realiza un análisis estructural, tomando con soltura de puntos diferentes del proceso aquellos datos y hechos que le interesan, para asociarlos según su línea de argumentación. Es evidente que esta metodología resulta eficaz, pero no es menos peligrosa.
Esquematizando para abreviar, Garcés defiende la obligatoriedad de la vía político- institucional en base a dos argumentos principales: la fortaleza y flexibilidad de la tradicional democracia chilena, y el hecho de que Chile se encontrara situado en un área geopolítica, en la que todo enfrentamiento armado habría de resolverse a favor de la reacción criolla y estadounidense. Si la primera proposición era algo aceptado por todos los componentes de la Unidad Popular, lo cual se traducía en un acuerdo unánime respecto a que las fuerzas populares tenían que utilizar las instituciones estatales existentes, la segunda proposición -que para Allende significaba el tener que superar las estructuras capitalistas, evitando la confrontación armada-, era puesta en duda por los sectores de dentro y fuera de la Unidad Popular que Garcés califica apresuradamente de «insurreccionalistas».
Imagen
Aún pudiendo estar de acuerdo con él en que estos sectores tampoco tenían una estrategia clara de poder, no es posible aceptar la imagen casi ridícula que Garcés nos ofrece de sus argumentaciones. Ellos se basaban en algo difícilmente refutable: a Estados Unidos- por su situación externa e interna- no le interesaba en absoluto un conflicto armado que diera lugar a la vietnamización de Chile ( y por supuesto que a la Unión Sovietica tampoco). Por otra parte, estaban seguros de que llegado el enfrentamiento armado, la izquierda acabaría siendo apoyada por los paises socialistas e incluso nacionalistas (Cuba estuvo siempre dispuesta a hacer de cabeza de puente), asi como no tenían duda de que un golpe victorioso de izquierdas resultaría prácticamente irreversible; la revolución cubana, colocada en una situación geopolítica mucho más favorable que la de Chile, así como la resolución que tuvo la crisis de los misiles, eran pruebas no fácilmente descartables,En todo caso, Garcés nos refiere cómo, en los últimos meses del proceso, Allende se encontró ante situaciones en las que, si la reacción hubiese dado un paso más, no le hubiera quedado otro remedio que, para defender el Gobierno, embarcarse en una guerra civil. La noche del 30 de junio, ante la posibilidad de un levantamiento que siguiera al Tancazo del día anterior, Allende comentaba: «Hemos enviado al general Urbina, inspector general del Ejército, a que visite las guarniciones del sur. En estos momentos está en Concepción. En Antofagasta, si el Ejército se mueve, contamos que la reacción de las organizaciones obreras podrá contenerlo en un primer momento. En cuanto a la Marina, si se subleva, cabe esperar que la suboficialidad y la marinería se amotinen» (pág. 306).
Guerra civil
Pero la reacción tampoco deseaba la guerra civil en condiciones de igualdad. Al respecto, es necesario decir que durante la toda la primera mitad de su libro, Garcés ofrece una visión un tanto simple de la cuestión. Según él, hasta 1973, mientras Allende buscaba evitar la guerra civil, Estados Unidos y su principal aliado en Chile, la derecha democristiana encabezada por Frei, buscaron brutal y permanentemente el enfrentamiento militar. Como partícipe del proceso chileno, tengo que decir que esto es subestimar al adversario. Garcés utiliza todo un capítulo para describir el intento de golpe reaccionario de 1970, pero parece no darse cuenta de las enseñanzas que sacó de tal crisis la reacción. Lo cierto es que tanto Frei como el Departamento de Estado entendieron perfectamente que la lucha por derrotar a Allende se resolvía ante que nada en el terreno político-institucional, y fundamentalmente dentro de Chile. No fue por casualidad que su famosa «táctica de los mariscales rusos» recibió la mayor proporción de dólares apoyo, y el problema reside en saber por qué la UP no consiguió saltar por sobre esa táctica, como más adelante sostiene el propio Garcés: Este apunta -acertadamente a mi juicio- que el primer gran error en este terreno fue cometido por la UP cuando dejó pasar la oportunidad de lanzar un plebiscito -inmediatamente después de su victoria en las elecciones municipales del 71- proponiendo a la nación cambios institucionales que le permitirían continuar utilizando la legalidad para avanzar en contra de los intereses del gran capital. Garcés nos muestra cómo tal operación se vio bloqueada por la firme negativa del PC; pero yo agregaría que tampoco Allende se mostró precisamente muy entusiasmado con el tema.La segunda parte de este importante libro -cuya lectura considero necesaria- está referida a la fase del proceso en que su solución tendía a darse aceleradamente en el terreno de las armas; desde mediados de 1972, aproximadamente. Aquí las críticas de Garcés salen a la luz: «La vía institucional implicaba, en su diseño inicial, una táctica militar defensiva. Se estaba utilizando el terreno propio de las instituciones del Estado, con la ventaja inicial de esperar al adversario. Pero si bien es cierto que cabía prever el recurso a las armas por parte de la burguesía, la previsión para tal eventualidad no fue suficiente entre las organizaciones obreras propiamente dichas» (pág. 351). Posteriormente Garcés aclara que simplemente no hubo preparación militar al respecto. Ahora bien, habría que preguntarse cuáles son las causas profundas de tal falta de previsión, y si éstas no estaban referidas quizá a cómo entendía la UP el conjunto del proceso.
La única respuesta que da Garcés a esta pregunta versa sobre el hecho de que dentro de la Unidad Popular coexistían diferentes opciones estratégicas, lo que en momentos críticos habría paralizado la acción de la UP. Sin restar importancia a esta cuestión, la respuesta de Garcés no deja de resultar insuficiente. En realidad parece como si éste se autoimpusiera un límite: aquel cuya superación significaría tener que implicar a Salvador Allende en los errores cometidos. De hecho, salta a la vista que Allende aparece en el estudio como el único hombre sensato, frente a unas direcciones obreras poco (PC) o demasiado audaces (PS, Mapu).
Babelia
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