Madrid conoció a Dámaso González (el auténtico)
Plaza de Las Ventas. Decimotercera corrida de feria. Tres toros de Samuel (1.º 2º y 6º), bien presentados, mansos, con problemas. Y tres de La Laguna, con presencia y poder, manejables 3.º (sobrero de la misma ganadería) y 5.º; difícil el 4.º, que derribó. Andrés Vázquez: Bajonazo (palmas y pitos). Pinchazo a paso de banderillas y estocada baja (bronca). Dámaso González: Tres pinchazos, aviso, con adelanto, estocada perpendicular y caída, y rueda de peones (palmas y pitos). Estocada caída y descabello (dos orejas). José Mari Manzanares: Tres pinchazos y media desprendida (algunos pitos). Pinchazo y media estocada; la presidencia le perdonó un aviso (ovación y saludos). Presidió con desigualdades el comisario Del Río. Dámaso González salió a hombros por la puerta grande.Dámaso González, que llevaba nueve años viniendo a Madrid sin que su toreo dijera nada, debería tener unas ganas locas de alcanzar ese triunfo, de verdadero alboroto, que consiguió ayer. Nosotros, con perdón, también las teníamos. No porque nos afecten especialmente los éxitos o los fracasos de este torero, sino porque le habíamos visto así de entregado, singular y arrebatador en otras plazas, principalmente en la de Valencia, y lo contábamos, y nos parece que la afición madrileña no acababa de entenderlo muy bien. O dicho sin eufemismos: no llegaba a creérselo.
Pues sí, éste es Dámaso González, el auténtico: un torero desgalichado y de absoluto mal gusto -versión ya conocida en Las Ventas-, pero con una habilidad inconcebible para prender en la muleta a los toros, como si los tuviera hipnotizados. ¿O es que de verdad los hipnotiza? El de La Laguna, quinto de la tarde, no era tan bueno como luego pareció, e incluso carecía de clase. Manso, sin fijeza, escarbón y reacio a la embestida, llevaba encima un sello de borrico que no se lo quitaba nadie.
Pero apareció Dámaso González, el auténtico (a), y clavó las zapatillas en la arena. ¡Je! Pues je: el toro tuvo que tomar la muleta una vez, dos, cinco, no sé cuantas. Y entre tanto, quieto, derecho como una vela, el torero desgalichado, natural de Albacete, alias Curro Alba, hace ni sé cuántos años, mientras el toro -va, viene- metía la cabeza en el señuelo irresistible del trapo rojo. De ahí en adelante -in crescendo el muleteo heterodoxo- hasta lo inverosímil. Pero ¡cuidado!, porque también había una técnica muy de tener en cuenta. Por ejemplo, en el cite la franela siempre iba adelante, ofrecida sin reservas a la cara del animal. Y baja, tan baja, que la arrastraba por la arena y apenas asomaba tres cuartas a la vista del toro. Cuando éste, ya entregado al dominio del diestro, embestía, el torero tiraba de él con suavidad, el engaño a la mínima distancia de los pitones, pero sin permitir ¡ni una sola vez! que éstos llegaran a rozarlo. ¿Y esto qué es, sino el secreto del temple?
Un torero que templa ya tiene ganada una de las principales bazas para dominar al toro. No digamos si además liga, que es otra de sus virtudes. Y el de La Laguna -que fue escarbón y sin fijeza- iba y venía dominado en los redondos, en los naturales, en los circulares por delante y por detrás, en toda la gama de esa tauromaquia del absurdo que se tiene inventada Dámaso González (a) para armar alborotos.
Que sí; que cita prácticamente tumbado; que a veces emplea el pico; que se agarra la chaquetilla con tanto afán que se diría está pendiente de que no le roben la cartera (¿llevará cartera Dámaso González (a) en el vestido de torear?); que tan zafias maneras nunca deben encontrarse con la categoría artística consustancial al toreo. Pero la eficacia y el mérito de su técnica personal y de su entrega no admiten discusión. Por eso el triunfo de ayer, como los de Valencia y los de otras plazas, nos parecen legítimos y le abren un hueco importante en el concierto de los matadores cimeros.
Seguramente es más honesto torear así, sin trampa ni cartón y sin disimulos, que dárselas de artista y de fino, para luego, cuando escarbas un poquito, encontrarte con que tales presunciones se reducen a la fría mecánica de un pegapases cualquiera que, además, no liga y propende al toreo de costadillo. Así, Manzanares, el cual rara vez adelanta la muleta, pues, antes bien, la coloca retrasada y en uve, para más detalle-, aunque su empeño sea que le embista un toro quedadísimo, como era el caso del sexto. Porfiaba y porfiaba, con coraje, y creo que también con desesperacion, pero ni se le ocurría adelantar el engaño -¡je!- para tirar del toro e intentar traerlo toreado.
En el tercero, que puntueaba, no se confió. En el segundo, Dámaso González no había sido el auténtico, sino el reconstituido (r), y pe gaba unos telonazos horribles.
La corrida salió muy seria y no muy clara, con un lote manejable para Dárnaso González (a y r), otro mitad y mitad para Manzanares, y otro muy malo para Andrés Vázquez. El zamorano no estuvo lucido porque no podía estarlo. Sin embargo, no se comprende que tardara tanto y tanto en apreciar la catadura de sus toros. El primero lo brindó al público y se encontró con que a los pocos pases ya pegaba tornillazos. Posiblemente, la res se descompuso en la brega, pues embestía bien (Manzanares le había hecho un bonito quite por chicuelinas), pero un torero como Andrés debió advertirlo a tiempo (o tenerlo en cuenta) para no jugársela inútilmente en sus repetidos intentos de cuajar el natural y el derechazo. El cuarto, poderoso, carifosco, armado, reservón y sin fijeza, sencillamente, no pasaba y el maestro lo sobó y resobó por la cara, sin decidirse a cuadrar.
Dámaso González (a) salió a hombros por la puerta grande, lo cual fue excesivo. En Las Ventas debería regir la fórmula de la Maestranza, donde es muy difícil salir por la Puerta del Príncipe, aunque se hayan cortado orejas. Esto hay que arreglarlo por la categoría de la plaza, que no es cuestión de poco fuste. Claro que aún hay muchas cosas por arreglar en la fiesta. En primer lugar, que las corridas sean como la del jueves o como la de ayer; es decir, nomales.
Babelia
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