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Reportaje:

La mayor "caza del hombre" conocida en Gran Bretaña fue lanzada contra "Jack el destripador"

En un cine repleto de gente, en la ciudad de Leeds, en el norte de Inglaterra, una noche lluviosa de sábado, el público espera a que empiece la última película de James Bond. Pero las luces no se apagan. En lugar de ello aparecen dos policías de uniforme ante la pantalla para informar al sorprendido auditorio de que van a oír la voz del destripador de Yorkshire. Las risas y los murmullos se disuelven en un tenso silencio cuando llena el aire la voz tranquila y mesurada del hombre que ha cometido ya doce sádicos asesinatos sexuales, cuatro de ellos en la misma Leeds. Habla con un claro acento geordie (del noreste de Inglaterra), y en un tono cansado y resignado. Se trata del macabro mensaje que envió grabado en cinta, en junio, a George Oldfield, el policía encargado de la mayor «caza del hombre» de toda la historia policial de Inglaterra.«Soy Jack. Parece que no tenéis mucha suerte conmigo. Siento el mayor de los respetos por ti, George, pero estás tan lejos de agarrarme ahora como hace cuatro años, cuando empecé. Tengo la impresión de que tus muchachos te están fallando, George. No deben ser muy eficaces, ¿no te parece?... A este paso voy a batir todos los récords... Aún me queda cuerda para rato. No creo que me podáis coger aún. Pero, incluso aunque os acercaseis, seguramente me mataría antes que dejarme atrapar ... »

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Un psicópata supercontrolado

Es sólo un aspecto más de la mayor campaña publicitaria jamás montada para capturar a un asesino. La fuerza policiaca del oeste de Yorkshire, en cuyo territorio están enclavadas Leeds, Bradford, Halifax, Huddersfield y Keighley, escenarios de nueve de los asesinatos del destripador y de cuatro de sus brutales ataques, se mantuvo firmemente en su decisión de llevar sus esfuerzos a la conciencia de cada uno de los habitantes de la zona.

En 614 ciudades y pueblos se expusieron al público 3.500 enormes pósters con una muestra de su escritura, tomada de una de las tres cartas que el asesino, envió a la policía desafiándola. En grandes le tras mayúsculas se pide a la población: «Ayúdennos a impedir que el destripador vuelva a matar». Noventa y cinco periódicos publicaron anuncios a media plana. Las emisoras de radio de todo, el país emiten la vez del destripador hasta ocho veces diarias. Se organizó, una exposición móvil que recorrió la región norte con una escalofriante colección de fotografías de las víctimas y de los lugares en que fueron salvajamente asesinadas.

En los buzones de más de un millón de hogares de esta misma zona aparece un periódico especial de cuatro páginas, con sus titulares en grandes letras negras que piden «Ayúdenos a capturar al destripador». En su interior se han detalles de las mujeres asesinadas. Sus rostros nos miran fijamente desde las páginas impresas, todos ellos pálidos y con una obsesionante mezcla de miradas tristes y alegres.

Esta campaña fue un intento desesperado de capturar a un hombre del que se sabe muy poco; un hombre que desapareció sin dejar rastro del escenario de trece sádicos asesinatos. Tras él quedaba una serie de cuerpos salvajamente mutilados, cada uno de ellos marcado con un signo característico que la policía se negó a revelar.

Macabra comparación

Fue la Prensa la que bautizó al misterioso asesino con el nombre de destripador, que él mismo adoptó inmediatamente en sus mensajes a la policía. Su homónimo fue Jack el Destripador, el asesino anónimo que aterrorizó a los habitantes del East End de Londres, a finales del siglo pasado. Nunca se logró capturarle, aunque se especuló abundantemente sobre su identidad. En general se cree que, en el torbellino de su locura y sus obsesiones sexuales acabó por suicidarse.

El moderno destripador no llega a los extremos de sadismo del primero, pero, así y todo, sus asesinatos son también espantosos. Las víctimas recibieron en varios casos fuertes golpes en la cabeza y aparecieron con el vientre abierto. La naturaleza exacta de las mutilaciones se mantiene oculta por la policía, para evitar que surjan «imitadores», pero se sabe que han revuelto el estómago de los policías más endurecidos,

En otros aspectos, el nuevo destripador es más terrorífico que su antecesor victoriano. Ha matado más del doble de mujeres y lo ha hecho a lo largo de años, no de meses. Mientras que el primero parece que se «quemó» con una serie de actos frenéticos, el actual da la impresión de seguir un programa continuado de ataques a víctimas desprevenidas.

Los dos tienen en común el perverso disfrute que les procura el burlarse de la policía, y ambos comparten una misteriosa habilidad para desaparecer en la noche después de cada asesinato, sin dejar huellas. El primero seguía una pauta definida en sus «hazañas»; el segundo, no. Aquél asesinaba prostitutas en un reducido sector de los barrios bajos de Londres; éste, en cambio, gracias a las ventajas de los medios de comunicación modernos, ha podido asestar sus golpes en cualquier parte.

Sus asesinatos se producían de noche, pero no a una hora fija ni en un día determinado de la semana mataba prostitutas o mujeres respetables, indistintamente, en suburbios mugrientos o en zonas residenciales. Dejaba a algunas víctimas al aire libre, pero escondía a otras bajo montones de basura o cascotes o en el interior de algún edificio abandonado. Sus asesinatos se llevaban a cabo tanto en el interior de las casas como al aire libre.

La serie de horrores comenzó hace cuatro años, en el barrio de Chapeltown, de la ciudad de Leeds, que es una típica población moderna, con sus rascacielos de oficinas en el centro. En las afueras hay amasijos de antiguos trabajos de ingeniería, y en algunas partes de la ciudad aún se encuentran talleres de confección en antiguos edificios de ladrillo, que contrastan con los nuevos bancos y los rascacielos de las compañías de seguros.

También existen estos talleres en Chapeltown, el famoso barrio chino de Leeds. Durante el día sus calles tienen un aspecto normal. Las antiguas y espaciosas casas que en su día albergaron a los ricos, se han dividido en apartamentos o se han convertido en destartalados hoteles para viajantes de comercio. Algunas calles sorprenden por su animación y "colorido", por sus hileras de árboles o los jardines que las limitan. Hoy día es una zona habitada principalmente por inmigrantes (principalmente de las Indias occidentales) y por prostitutas inglesas. Pero basta doblar una esquina para pasar de la zona espaciosa e iluminada a las filas de chabolas medio derruidas, de bares siniestros y de tenduchos que venden pescado, pasteles o fruta.

La primera víctima

En Chapeltown existen clubes y pubs animados por una bulliciosa vida nocturna. El rey de todos ellos es el Gaiety, enclavado en un feo edificio moderno de ladrillo, con el nombre del club escrito en gruesas letras mayúsculas. La primera víctima del destripador estuvo en el Gaiety la noche de su muerte, el 29 de octubre de 1975.

Wilma McCann era una joven divorciada de veintiocho años, rubia, que vivía con sus cuatro hijos, el mayor de los cuales tenía siete años, en el centro de Chapeltown.

Esa noche los acostó, se puso unos pantalones blancos y un boIero y salió a divertirse un rato. Visitó varios pubs hasta terminar en un club próximo a Sheepscar. Salió de allá a la una, y la última vez que se la vio con vida estaba intentando hacer auto-stop para volver a casa.

A la mañana siguiente, un lechero encontró su cadáver tirado en un campo de juego a sólo 150 metros de su casa. El lechero pensó que era un montón de trapos. Nadie sabía gran cosa respecto a Wilma McCann. Era reservada con respecto a su vida privada. Pero los vecinos estaban acostumbrados a verla con distintos hombres y se sabía que ejercía la prostitución.

Era simplemente un asesinato más. La Prensa dijo que había muerto a causa de diversas heridas de arma blanca y sus hijos pasaron a la tutela del Estado.

Tres meses más tarde, dos hombres que iban a su trabajo encontraron otro cuerpo sin vida, en las afueras de Leeds. Emily Jackson, de 42 años, había salido con su marido a tomar unas copas en el Gaiety, en donde se separaron, y fue vista por última vez subiendo a un coche a la puerta del local. Su cadáver presentaba heridas graves en la cabeza y otras que la policía se negó a describir. Pero era evidente su similitud con las que presentaba el cadáver de Wilma McCann, y tanto la policía como la Prensa relacionaron ambos casos inmediatamente.

Durante más de un año el misterioso asesino se mantuvo inactivo. En febrero de 1977 cometió un nuevo asesinato. Esta vez se trataba de Irene Richardson, de veintiocho años de edad, una triste. divorciada que vivía en una destartalada habitación de Chapeltown. Su cadáver fue encontrado por la mañana temprano en un parque cercano, con todas las trazas de haber sufrido el ataque del destripador. La noche anterior había sido vista bebiendo en su club favorito de Leeds.

Repentinamente, los asesinatos comenzaron a extenderse. En abril de 1977, la prostituta de 32 años Patricia Atkinson, fue encontrada muerta en su cama, en Bradford. Dos meses más tarde, una joven de dieciséis años, Jayne McDonald, que no era prostituta, pero había decidido volver a casa atravesando Chapeltown para ganar tiempo, por la mañana temprano fue encontrada muerta en una zona de juegos infantiles. El 1 de octubre de 1977, Jean Jordan, de veintiún años, fue encontrada muerta en un edificio abandonado de Manchester a muchas millas de distancia. También tenía niños pequeños que mantener. Cuando se la encontró, llevaba muerta diez días y el examen forense mostró que el asesino había vuelto a la escena del crimen nueve días después del hecho, había mutilado aún más el cadáver y lo había llevado a un lugar al aire libre, para que fuera encontrado con mayor facilidad. El 31 de enero de 1978, una preciosa joven de dieciocho años, Helen Rytka, que había pasado su vida en orfanatos y deseaba ardientemente labrarse un porvenir, fue encontrada muerta bajo una pila de madera, en el patio de una serrería de Huddersfield. El 17 de mayo, cerca de un hospital de Manchester, fueron hallados los restos de Vera Millward, una frágil mujer de 41 años, de mirada triste. En aquella época se estableció una relación entre el destripador y otros dos asesinatos sin resolver: el de la rubia de veintiún años, Yvonne Pearson, que fue echada en falta en Bradford, en enero de 1978, y cuyo cadáver destrozado se encontró dos meses más tarde bajo un sofá abandonado en un basurero, y el de Joan Harrison, de veintiséis años, que había quedado sola y sin hogar después de separarse de su marido e hijos, y cuyo cadáver se había encontrado en Preston dos años antes, en noviembre de 1975.

Todas ellas habían sido mutiladas y llevaban la marca del destripador. Todas ellas murieron en ciudades del norte, próximas a alguna autopista importante. Todas, excepto la joven de dieciséis años Jayne McDonald, se prostituían para poder llegar a fin de mes. Y todas, sin excepción, habían sido abordadas por el asesino en zonas de mala fama, constantemente frecuentadas por prostitutas. La reacción pública ante la macabra cadena de asesinatos fue de curiosidad, por un lado, y de horror, por el otro, pero pocos se decidieron a dar a la policía alguna información que permitiera la captura del criminal. Las prostitutas procuran evitar los contactos con la policía y sus clientes se resistían a admitir que habían estado en aquella zona. Ni siquiera los titulares sensacionalistas, publicados después de la muerte de la joven McDonald, y que hablaban de la muerte de una joven inocente (como dando por sentado que las prostitutas son más merecedoras de una muerte violenta), consiguieron despertar los recuerdos de los posibles transeúntes de aquella noche fatídica.

«En la misma calle en que Jayne McDonald fue asesinada, había dos fiestas que duraron toda la noche. Y sin embargo nadie ha venido a contarnos nada ... », se quejaba el jefe de policía.

Cambio de método

Pasó otro año, durante el cual la policía siguió con su infructuosa búsqueda, sin que el asesino volviera a dar señales de vida. Cuando lo hizo, el 5 de abril de 1979, sus métodos habían cambiado completamente. Su víctima fue una joven de diecinueve años, Josephine Whitaker, empleada en una empresa constructora, que fue atacada en una zona residencial de Halifax cuando volvía tarde a casa de visitar a sus abuelos. El asesino la asaltó cuando cruzaba un parque abierto y dejó luego su cadáver a sólo cincuenta metros de la calle iluminada.

El destripador había cambiado sus métodos. Ya no se trataba de un barrio de mala nota. No había duda de que la víctima no había sido confundida con una prostituta. De repente, el público comenzó a colaborar con indicaciones y pistas de coches desconocidos vistos en la zona y de hombres extraños y sospechosos que habían sido observados vagabundeando por ella. El 2 de septiembre se confirmaron los temores de las nuevas tendencias del asesino.

La duodécima víctima del destripador fue una estudiante universitaria de veinte años, Bárbara Leach, que salió tarde a dar un paseo, después de haber estado en un pub cercano con sus amigos. Su cuerpo se encontró, cubierto con alfombras viejas, en el jardín de una casa que daba a un callejón Era una zona estudiantil, a pocos metros de la universidad y del cuartel general de la policía en Bradford. El lugar del crimen es visible desde las ventanas de los últimos pisos de las oficinas donde se llevan a cabo las investigaciones del caso. Era un desafío escalofriante y sádico del destripador de Yorkshire, que una vez más consiguió escapar sin ser visto.

Primera pista

Sólo en una película policíaca mala podría suceder que un asesino buscado por toda la policía del país dejara una pista que revelara su grupo sanguíneo y que éste fuera uno de los más raros que existen. Y, sin embargo, esto es lo que pasó. El destripador de Yorkshire tiene sangre del tipo AB, uno de los menos frecuentes en varones de raza blanca. Es una prueba vital, pero que, en cierto modo, complica el misterio, porque en Inglaterra no se lleva un registro sistemático del grupo sanguíneo de la gente. No existe de hecho constancia alguna del grupo sanguíneo de una persona, a menos que haya sido sometida a tratamiento en algún hospital.

Esta pista se descubrió por medio del examen forense de la saliva con que el asesino pegó los sellos de las cartas que envió a la policía.

En West Yorkshire, en el norte de Inglaterra, donde tuvieron lugar la mayoría de los asesinatos, había una fuerza de 250 policías trabajando constantemente en el caso. Un equipo permanente de doce policías veteranos estaba encargado de coordinar todas las actividades y había un auténtico ejército de expertos y peritos siempre a disposición de la poIicía, desde psiquiatras, forenses y patólogos hasta grafólogos y especialistas en dialectos.

Las descripciones más prometedoras del asesino se obtuvieron de los testimonios de cuatro mujeres que, a juzgar por sus heridas, habían sufrido ataques del destripador y habían sobrevivido. Dos de ellas habían sido brutalmente asaltadas en 1975, antes de que apareciera su primera víctima conocida. Otras dos fueron atacadas en 1977. Todas ellas recibieron fuertes golpes en la cabeza y fueron agredidas por Ia espalda con un instrumento romo. Las dos últimas habían sido previamente recogidas en coche por el agresor.

Pero las pistas más significativas eran las proporcionadas por el mismo destripador. El 7 o el 8 de marzo de 1978, el 12 o el 13 de ese mismo mes, y el 21 o 22 de marzo de 1979, el destripador envió cartas desafiantes a la policía desde la zona de Tyneside, en plena tierra de Geordie, en el norte de Inglaterra, casi lindando con Escocia. El contenido de estas cartas, que nunca fue revelado a la Prensa en su totalidad, convenció a la policía de que se trataba de documentos auténticos. Inmediatamente antes del 18 de junio de 1979, el destripador envió la cinta magnetofónica, desde Ia misma zona y con la misma escritura en el sobre.

El análisis grafológico de las Cintas reveló que su autor tenía un carácter «irascible, obsesivo y arrogante». Apretaba tanto el bolígrafo al escribir que la punta del mismo había rasgado el papel en algunos sitios.

También la cinta fue objeto de análisis para descubrir pistas. Charles McQuiston, antiguo miembro del servicio de inteligencia americano y coinventor del sistema de evaluación psicológica de las tensiones en la voz, examinó la cinta en sus laboratorios de Lake Worth (Florida). Después de analizar los resultados, declaró que el destripador estaba asqueado de sus propios actos y deseaba desesperadamente que le cogieran, que odiaba a Manchester (detalle revelado por el énfasis especial que puso en esta palabra) y que era posible que conociera a George OIdfield, el policía a quien había enviado la cinta. McQuiston sugirió que el destripador podía haber sido quizá arrestado alguna vez y estar, por tanto, fichado por la policía.

De mayor utilidad práctica inmediata fue el examen de la grabación realizado por la principal autoridad británica en dialectos, el profesor Stanley Ellis, de la Universidad de Leeds. El profesor Ellis declaró que el acento con que hablaba el asesino era el suyo auténtico y procedía de Castletown, una pequeña localidad minera próxima a Sunderland, en el Noreste.

La policía estaba convencida de que el destripador vivía en Bradford, a causa de un billete de cinco libras que se había encontrado en el bolso de Jean Jordan, después de su asesinato en Manchester, en octubre de 1977. Se pensó que el asesino debió dárselo cuando entró en el coche. El billete formaba parte de un lote de 12.000 libras enviado unos días antes por el Banco de IngIaterra a determinadas sucursales del Midland Bank, situadas en la zona de Shipley-Bradford. El dinero se destinó principalmente a pagar las nóminas de ciertas empresas.

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