La Guardia Civil renunció a desahuciar a una familia con doce hijos en Algete
La familia del pastor Cayetano Estúñiga no fue ayer desalojada de la vivienda que ocupa desde hace casi veinte años en la calle de Rueda de Jarros, 12, en Algete, como estaba previsto por el juez, porque la Guardia Civil del pueblo resolvió no actuar ante las lágrimas y gritos de los doce hijos de la familia que, tras la puerta de la vivienda y con una imagen de Cristo en la mano, aseguraban que no abandonarían su casa hasta que no les buscaran otro alojamiento.
El desahucio estaba anunciado para las cuatro de la tarde. La vivienda estaba cerrada a cal y canto. Dentro, se encontraba reunida la familia, dando grandes muestras de nerviosismo ante el desenlace inminente. Fuera, ante la puerta de la casa y junto a un camión en el que inicialmente iban a ser trasladados todos los enseres de la familia, la comisión judicial esperaba la llegada de la Guardia Civil del pueblo para ejecutar la sentencia por la que el juez ordenaba la expulsión de la familia. Uno de los miembros de la comisión explicó a EL PAIS que el proceso de desalojo se inició hace cuatro años; cuando el propietario de la casa, Mariano de Blas, decidió recuperar la vivienda por necesidades personales.- "Es la segunda vez que. intentamos realizar el desahucio", aseguraron los miembros de la mencionada comisión, y esta vez se va a ejecutar".Mientras los minutos pasaban, Angeles Hidalgo, la madre de la familia, invitó a entrar a la vivienda a dos redactores de este periódico. En el interior de la casa, los niños (ocho de ellos, menores) lloraban. El marido, un hombre curtido por el sol y con aspecto humilde, aseguraba que su familia no iba a dormir en la calle. La madre de Angeles Hidalgo se afanaba en mostrar las estancias de la vivienda. "Miren cómo hemos adecentado esto, que era una cuadra cuando llegamos. Hemos encalado las paredes y ahora casi es una vivienda decente. No tenemos dinero, porque sólo trabaja la mayor, sirviendo en una casa de Madrid. Todo lo que gana es para ella", prosigue la abuela, "porque quiere ahorrar para casarse. Nosotros vivimos con las 7.500 pesetas semanales que gana Cayetano cuidando los animales. De todas formas, nunca hemos dejado de pagar las mil pesetas del alquiler".
Orden de forzar la puerta
Minutos después de las 16.30 horas, cinco guardias civiles se aproximaron a la puerta de la vivienda, con lo que la comisión judicial creyó llegado el momento de actuar. Dado que la familia permanecía con la puerta cerrada, se ordenó al cerrajero que procediera a forzar la puerta. Pero ahí empezaron a surgir los problemas para los representantes de la Justicia, porque el trabajador, impresionado por la situación, retrasó su actuación hasta que al final se acercó a la puerta y dijo que con el material que llevaba no podía abrir. "No voy a traerme aquí el taller", contestó enfadado ante la protesta del abogado del propietario de la casa.
Ya entonces, con una imagen de Cristo en la mano, la madre aseguraba tras la reja de la puerta que no se irían. "Atreveos a sacar a Dios. No sois valientes", decía. Numerosos vecinos empezaron a llegar ante la vivienda para pedir a los guardias que no actuaran.
De repente, cinco de éstos se dieron la vuelta y se dirigieron caIle abajo hasta el vehículo en el que habían llegado, no sin que uno de ellos dijera a EL PAIS: "Dígales que se tranquilicen, que nosotros nos marchamos y no les vamos a echar de la casa".
La comisión de Justicia, perpleja, pedía a los guardias que regresaran y les ayudaran a ejecutar la sentencia de desalojo. "Nos vamos. Hoy no actuamos, pero esto no queda así", anunció un portavoz judicial, quien, junto a sus dos compañeros, bajó la calle oyendo los insultos de los vecinos y de la familia.
Pasado el susto, aún con lágrimas en la cara, la familia y los vecinos del pueblo rodearon a un agente de la Policía Municipal al que a grandes voces le encargaron que transmitiera al alcalde que en regresara de sus vacaciones en la playa y volviera para conseguir una vivienda a sus convecinos.
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