Hambre contra el hambre
Hace casi tres meses 54 premios Nobel nos recordaban en un manifiesto de singular importancia la gravedad que reviste el problema del hambre en el mundo y la necesidad de buscar nuevas vías para resolverlo. Tras este texto, y después de la aprobación por el Senado belga y el Parlamento italiano de resoluciones inspiradas por él, el ayuno indefinido comenzado por Marco Pannella el día 2 de septiembre no sólo servirá para llamar de nuevo la atención sobre el problema, sino también para plantear una vez más el sentido y la utilidad de este medio de acción no violenta."Toda reflexión sobre el ayuno o sobre la huelga de hambre", ha escrito un defensor de la no violencia, Hervé Ott, "es una reflexión sobre la muerte". Y no sólo eso: es además una reflexión sobre el poder del Estado y las posibilidades de resistencia del individuo frente a las decisiones de la maquinaria estatal. Porque en este enfrentamiento desigual es donde cobra sentido la actuación del huelguista, o de quien practica el ayuno y trata de oponerse con los débiles medios a su alcance a toda la fuerza del Leviatán.
Quizá la palabra "ayuno", con todas sus connotaciones religiosas, pueda sugerir una imagen equivocada. En algunos grupos no violentos se distingue a veces entre el acto privado del ayuno, impulsado por motivaciones morales o religiosas, y la huelga de hambre, que se lleva a cabo por razones políticas y, como toda huelga, intenta incidir sobre un adversario económico o político. Pero la utilización de estos términos por los radicales italianos es sustancialmente distinta. Ayuno y huelga de hambre se distinguen, según su versión, por el grado de privación que comportan y las posibilidades de acción que ofrecen. Durante una huelga de hambre sólo se puede beber agua y por ello el organismo se debilita con una gran rapidez, hasta la pérdida completa de la conciencia, e incluso la muerte en un plazo no superior a los sesenta días. En cambio, en el ayuno se puede consumir un mínimo de calorías diarias (tres cafés con leche), además de vitaminas y sales minerales. Gracias a ello, y pese a la rápida pérdida de peso, quien ayuna puede mantener durante algún tiempo un ritmo casi normal de actividades y evitar el rápido deterioro de los tejidos cerebrales. El ayuno es, entonces, una forma de privación de alimentos sólidos, pero no conduce necesariamente a la autoinmolación.
Medio de presión política
Pese a estas diferencias, la finalidad perseguida con el ayuno o la huelga de hambre es la misma. Como medio de presión política o, para ser más exactos, como medio supremo de acción no violenta, ambas se basan en la negación del poder del Estado sobre la vida y la muerte de quienes están sometidos a él. Pero no atacan directamente al Estado, y, en esto se diferencian de las formas violentas de lucha; su objetivo primario es incidir sobre la opinión pública y obligar a ésta a tomar posiciones y salir de la pasividad. De ahí las dificultades con que se encuentra la maquinaria estatal para combatir a esta forma de acción. Todo detentador del poder sabe que para sostenerse no le basta con la coacción; necesita también un cierto grado de consenso, o al menos de aceptación pasiva de los gobernados. Y esta aceptación puede acentuarse cuando el Estado se encuentra frente a enemigos armados o violentos; las acciones violentas provocan el miedo de amplios sectores de la población y permiten culpabilizar a los protagonistas de la violencia, con lo que el poder estatal consigue un apoyo masivo para su decisión de responder con toda la fuerza de su aparato represivo. En cambio, la trasgresión del orden natural que realiza quien se niega a alimentarse -sobre todo cuando éste pone sobre el tapete valores fundamentales que no le afectan personalmente- puede romper esta aceptación pasiva y estimular la sensibilización y movilización de la opinión pública en favor de las reclamaciones presentadas de forma tan insólita como arriesgada.
Tal es, en último extremo, el sentido del ayuno comenzado por Marco Pannella. No se pretende con él imponer determinadas ideas o propuestas, sino exigir que los detentadores del poder respeten y pongan en práctica las reglas de juego establecidas por ellos mismos, y también violadas por ellos con excesiva frecuencia. En concreto, se trata ahora de reclamar el cumplimiento de la resolución aprobada por las Naciones Unidas en 1970, según la cual cada país industrializado se comprometía a dedicar el 0,7% de su producto nacional bruto a la lucha contra el hambre y el subdesarrollo. Pese a su aprobación, tal resolución no se ha llevado a la práctica en la mayoría de los países, y corre el peligro de convertirse en un texto muerto, vacío de contenido real, en una pura declaración de buena voluntad para salvar la conciencia de quienes la formularon. Y esto en un momento en que el exterminio por hambre tiene ya caracteres de auténtico genocidio, cuando se calcula que las muertes anuales por falta de alimentación alcanzan la cifra de cincuenta millones de personas, una tercera parte de los cuales son niños.
Antes de comenzar una acción similar a la actual, en enero de 1979, Pannella afirmaba: "Tal vez nuestras opiniones públicas, tal vez nuestros parlamentos, tal vez nuestros Gobiernos, por salvar algunas vidas que les pertenecen, se decidan a moverse para salvar todas las demás vidas". Su ayuno, destinado a salvar al menos a cuatro millones de personas, asegurando su supervivencia durante los próximos doce meses, no va dirigido a una única clase o a un determinado grupo social y político. Afecta a todos los que aún crean en el valor prioritario del derecho a la vida, a los cristianos que quieran mantenerse fieles al mensaje evangélico; a los liberales que sigan creyendo en el valor absoluto e incondicionado de los derechos del hombre; a los socialistas y comunistas que intenten desempolvar el viejo internacionalismo y darle un sentido y un contenido acordes con nuestro tiempo.
es profesor de Historia de los Movimientos Sociales en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del grupo de radicales en Madrid.
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