Un socialista a la francesa
Las escaleras que conducen a las dependencias del presidente de la República Francesa albergan en un rellano un pésimo retrato al óleo del general De Gaulle. Todas las mañanas, François Mitterrand, que continúa habitando su casa familiar del distrito parisiense, ha de pasar por delante de ese retrato camino de su despacho -el mismo que ocupara en tiempos el general-. La Francia maledicente asegura que se mira en él como en un espejo.Sin embargo, la trayectoria política y vital de este cuarto presidente de la V República resulta bien distinta a la del liberador de Francia. Once veces ministro en el espacio de siete años, duirante los confusos días del anterior régimen, trabajador infatigable por el liderazgo de su partido, maniobrero, testarudo, encajador, François Mitterrand se ha tragado ya, a sus 65 años, todos los sapos que se puede tragar un político. Apenas unos meses antes de su clamoroso triunfo electoral nadie daba un ardite por el futuro de este eterno candidato a la Presidencia que trece meses después de su entronización ve deshacerse en tomo suyo las esperanzas puestas por un gran sector del electorado. Dos devaluaciones, un reciente plan de austeridad que conlleva la congelación de precios y salarios, una derrota significativa en las pasadas elecciones cantonales, jalonan negativamente su gestión, que hasta el momento no ha podido ni contener la inflación en la medida propuesta ni disminuir el desempleo. Pero algunas cosas han funcionado. La nacionalización del crédito -ya en gran parte antes en manos del Estado- y de algunas de las mayores industrias no ha generado la pasión de colectivismo que la derecha temía, y Francia sigue siendo en toda línea un país de libre mercado. La descentralización administrativa, con la desaparición de los prefectos, la política cultural y educativa, y algunos aspectos de la exterior, comienzan a definir el cambio de sociedad que Mitterrand propuso, el socialismo a la francesa.
Este mismo socialismo a la francesa, que el propio presidente se negó a perfilar durante la entrevista que mantuve con él el martes pasado, quince de junio, en el Elíseo, parece un modelo apetecible, lo mismo en sus raíces de apoyo electoral que en sus objetivos y métodos de actuación, para otros socialismos mediterráneos, el español incluido. Mitterrand se mostró extraordinariamente cauteloso a la hora de comentar esto, señalando que él trabajaba exclusivamente para Francia y no era un apóstol de nada. Apóstol o no, más de uno tiene la impresión de que, en definitiva, él siente también, como el general De Gaulle, la grandeur de Francia a su manera. Y ésta no sería otra que un gran proyecto socio-cultural y político para los países del Mediterráneo, en el que el antiguo imperio del Rey Sol fuera potencia hegemónica. Las dudas del gobierno español, que en una cierta medida desconoce los motivos de la próxima visita del presidente a España, solicitada según versiones oficiales hispanas por el Elíseo, se decantan en gran parte hacia estas consideraciones. Con el añadido de que dos contenciosos de notable categoría, el de la existencia de un santuario en el País Vascofrancés para los terroristas de ETA, y el de las trabas que París levanta al ingreso de España en las Comunidades Europeas, han contribuido a deteriorar enormemente la imagen de Francia en la sociedad española. La preocupación de Mitterrand por ello resulta evidente, y su disposición para tratar de hacer algo que lo remedie parece sincera.
Mitterrand es un hombre duro, cuya timidez encuentra su mejor refugio en un tono de arrogancia casi antipática. De piel estirada y fina, blanquísima, su estado físico aparente no confirma en absoluto los rumores que se han publicado sobre su mala salud. Inexpresivo y distante, la entrevista que me concedió transcurrió en medio de un cierto forcejeo dialéctico. "Al presidente le cuesta despegar", me habían dicho sus colaboradores. Y, en efecto, así es. Mitterrand no había exigido cuestionario previo alguno y permitió que la conversación se grabara en cinta magnetofónica. Pero tantas facilidades para el periodista fueron compensadas con la advertencia preliminar de que probablemente no podría dedicarme la media hora prometida, y con una sequedad de respuestas tal, pronunciadas en un francés bellísimo y con una voz tan dulce como un susurro, que por un momento temí que en escasos diez minutos habría despachado todas las interrogantes. Más aún si se tiene en cuenta que se negó en rotundo a hacer comentario alguno sobre cuestiones internas francesas. No obstante, su hermetismo inicial fue desapareciendo durante la conversación, y al final ésta se prolongó bastante más del tiempo previsto y en un tono de considerable franqueza por parte del presidente, sobre todo si se compara con la vaguedad a que nos tienen acostumbrados los Jefes de Estado de todo el mundo en sus declaraciones periodísticas. Ello me permitió retomar los temas del principio de mi interrogatorio -País Vasco y Mercado Común-, en la confianza de que fuera más explícito de lo que en los prolegómenos se mostró. Aun a costa de un cierto desorden en el diálogo, he preferido reproducirlo fielmente tal y como se produjo, porque pienso que es definitorio de la personalidad de Mitterrand y de su manera de relacionarse., "Sombrío, no inspira confianza. Secreto, no suscita la confidencia", dijo de él Pierre Viansson Ponté. Pero quienes le han visto en los mítines de la campaña electoral aseguran que se transforma ante las masas y que su frialdad de político profesional da paso a una humanidad sorprendente, mezcla de párroco con ambiciones de cardenal, impregnada de un populismo muy a la medida de quienes le escuchan. Este es el Mitterrand que pasado mañana viene a España, y no precisamente a ver un partido de fútbol, como se aseguró, sino a hablar, y quién sabe si a prometer de nuevo, sobre las cuestiones del terrorismo vasco.
"No hay complacencia en Francia con terroristas. Hay leyes"
Pregunta. Usted ha declarado en una reciente conferencia de Prensa que "las relaciones entre Francia y España no son excelentes". ¿Qué ha querido significar?Respuesta. Pues lo qué he dicho. Creo que existen incomprensiones entre Francia y España, a pesar de la buena voluntad de los gobernantes. Hay algunas realidades que no se han resuelto. Personalmente, quisiera que las relaciones fueran excelentes, y trabajo para ello. Pero me basta leer la Prensa para darme cuenta de que no es así. Si usted me hace la pregunta "¿qué le incita a decir esto?", la respuesta es: "La lectura de la Prensa española".,
P. En ese caso, si se lee la Prensa española, es fácil ver lo mucho que se habla de ETA y del problema vasco.
R. Francia siempre es juzgada como responsable.
P. El Gobierno español ha dado a entender que con el Gobierno del señor Mauroy las cosas están incluso peor que con el gabinete anterior.
R. Es la primera vez que lo oigo. Yo no he escuchado a ningún responsable español decir que las relaciones estén peor que antes.
P. Así se ha publicado en la Prensa española. ¿Piensa que puede cambiar algo a este respecto después de su visita?
R. Eso espero.
P. ¿Cree que habrá algún progreso respecto al Mercado Común y en concreto sobre los precios agrícolas?
R. Aceptamos perfectamente la hipótesis de la presencia de España en Europa occidental y en el Mercado Común. Pero la realidad económica impone serias discusiones que hacen que no se pueda anunciar por adelantado ni el plazo, ni el contenido.
P. Pero, en todo caso, en su visita a España, ¿aportará proposiciones concretas sobre este tema o no?
R. Estamos absolutamente deseosos de hacer algo positivo. La presencia europea de España es políticamente evidente. Económicamente, tiene el peligro de aportar contradicciones suplementarias a una Europa que no ha resuelto sus propios problemas, y en la que las producciones mediterráneas no han encontrado aún su verdadero lugar.
P. Se dice en España que, si los socialistas ganan las próximas elecciones generales, las relaciones con Francia y con su Gobierno podrían ser mejores. ¿Qué piensa usted?
R. Francia trata con España. No trata con tal o cual partido, con tal o cual Gobierno. Por lo demás, las relaciones entre los dos partidos socialistas son buenas, pero Francia trata con España, con la España democrática.
P. Puesto que hablamos de Europa, ¿cuáles son, a su juicio, los problemas de la Europa unida? ¿Cuáles los problemas de la construcción de Europa en este momento?
R. Usted lo ve igual que yo. Europa no tiene una verdadera voluntad política, tiene mucho miedo a superar sus contradicciones económicas. Y si la voluntad política común no lo impide, los intereses particulares se vuelven predominantes; es una ley de la naturaleza.
P. Desde el punto de vista de la política internacional, ¿el conflicto de Líbano puede añadir mayores contradicciones?
R. No creo que se puedan mezclar las cosas. Eso es de actualidad. Y los problemas de Europa son problemas de fondo, que no han esperado al conflicto entre Israel y el Líbano para existir.
P. Pero se dice, a propósito de las Malvinas y de Israel, que sucesos de este género podrían influir notablemente en el proceso europeo.
R. Eso son circunstancias. El problema de Europa es de otra naturaleza. No existe a causa de Líbano o de Israel. El problema interno de Europa está sobre el tapete desde hace años y se trata de dificultades orgánicas. Hay que arreglar un cierto número de cuestiones: la política agrícola común, mayores precisiones sobre su política económica y sus políticas sociales... Todo esto no es independiente, por supuesto, de la política exterior.
Los graves sucesos que se producen sobre el resto del planeta no pueden más que agudizar las dificultades de Europa. Pero Europa debe encontrar dentro de sí misma su propia respuesta. Es deseable que los problemas suscitados por la política agrícola, por los productos mediterráneos, por el sistema monetario europeo, encuentren su solución en una voluntad política, expresada en el sentimiento de que se trata de una obra común, de que Europa debe encaminarse hacia su propia independencia, y todo esto exige una toma de conciencia. Naturalmente si ésta se produce, las respuestas comunitarias serán más claras cuando se produzcan problemas como los recientes de las Malvinas o de Líbano.
P. A propósito de las Malvinas, ¿piensa que se puede hablar del final del diálogo Norte-Sur después del problema de las Malvinas? ¿Y en qué situación ha de quedar la posición francesa en todo ello?
R. Son problemas de diferente naturaleza. Es cierto que América Latina siente en su conciencia, en el fondo, el conflicto de las Malvinas como un conflicto Norte-Sur. Pero esto no es exacto. Las islas Malvinas estaban pobladas únicamente por británicos o por descendientes de británicos. No existían, desde este punto de vista, problemas de población. Por otra parte, Francia jamás ha reconocido la soberanía británica sobre las islas, no ha entrado en ese debate jurídico. Lo que ha pasado simplemente es que Gran Bretaña ha sido víctima de una agresión. Argentina ha estimado que debía arreglar este difícil tema por la vía de las armas y ha sufrido las consecuencias. Emprendió una política. Y desde luego Francia, aliada y amiga de Gran Bretaña (países muy próximos, ligados por grandes acontecimientos, dos guerras mundiales en el espacio de un cuarto de siglo), debía ser solidaria de ésta. Pero no desea ir más allá de los justos límites, para preservar su influencia y sus actividades en América Latina. Italia se ha encontrado en una posición aún más delicada debido a la propia naturaleza de la población argentina.
P. Se le acusa en España, en medios de la izquierda, de ser muy atlantista, demasiado próximo a la política norteamericana.
R. Son palabras que no quieren decir nada. Francia es aliada de los Estados Unidos de América. Formamos parte de la Alianza Atlántica. Y hemos formado parte de ella con la IV República, con el general De Gaulle, con el señor Pompidou, con el señor Giscard d'Estaing. Igual que hoy. Francia no ha dejado jamás la Alianza Atlántica.
P. Pero se dice, no obstante, que usted es más...
R. Son cosas que las gentes dicen. La realidad esta ahí. Y la realidad es que Francia ha estado siempre en la Alianza Atlántica, siempre ha participado en la misma política. No participa en el Comando Integrado, es decir, que no obedece una decisión militar tomada sin contar con ella. Y la política de Francia, desde este punto de vista, es tan celosa de la independencia de Francia como lo era antes. Posiblemente lo sea más aún. El resto son palabras. Se me llama atlantista únicamente porque he tomado posiciones más claras que mi predecesor sobre los problemas del armamento soviético en Europa. Es el único punto sobre el que he ajustado mi política: el necesario equilibrio de fuerzas en Europa. A partir de ahí, naturalmente, he tomado una actitud contra el despliegue de los SS-20 soviéticos. Entonces, si es por esta actitud -que es una actitud lógica, pues afecta también a la independencia de Francia-, poco importan los comentarios. No creo que esto sea una imitación de la política norteamericana. Y ahí está, por ejemplo, la postura que he tomado sobre América Central, otras similares respecto a la ayuda al Tercer Mundo, sobre las negociaciones globales y el apoyo a las cotizaciones de las materias primas. La posición de Francia es, en este asunto, totalmente autónoma.
P. Desde el punto de vista económico, señor presidente, ¿la reciente devaluación en su país, y el anunciado plan de austeridad, podrían considerarse como un fracaso de su política de relanzamiento?
R. Las cuestiones que afectan a la política interior francesa las reservo, por lo general, para la Prensa francesa.
P. Bien, en todo caso, usted va a visitar pronto España, y hay una frase de usted sobre "el socialismo a la francesa", que en mi país no se sabe exactamente qué quiere decir con ella.
R. Lo comprendo bien, no pretendo hacer proselitismo. Estoy encargado de Francia y no pretendo ofrecer un modelo a cualquiera. Me ocupo de responder a las necesidades de Francia. Es verdad que el socialismo desde que existe, el socialismo democrático, tiene una existencia internacional muy fuerte.
A este respecto, hay mucha solidaridad entre los diferentes socialismos, especialmente del sur de Europa, pero éste era un tema del que yo me ocupaba cuando era responsable del partido socialista francés, y que no puedo tratar como jefe del Estado. Yo aplico la política en mi país, con el mandato que he recibido del pueblo francés, pero no merece la pena intentar definir "el socialismo a la francesa". Para saber qué es basta constatar el balance de nuestra gestión, las reformas que hemos propuesto y adoptado, y las grandes orientaciones que hemos elegido. En política, el movimiento se demuestra andando, como en otros muchos terrenos.
P. Pero, incluso si usted no hace proselitismo, el socialismo, como usted pone de relieve, tiene algo de internacional. ¿Cree que las relaciones entre el partido socialista español y el francés van en ese sentido, de que se aproveche en España la experiencia gala?
R. Ya he dicho que las relaciones entre los dos partidos son buenas, son relaciones fraternales. Pero yo no soy el responsable del partido socialista de Francia.
P. Volviendo a la política internacional, ¿qué piensa del movimiento pacifista en Europa?
R. Es de diferente naturaleza según el país.
P. Pero, ¿cree que es la Unión Soviética la que está detrás, o no?
R. ¡Oh, no en todos los sitios! Sucede que, sin duda, algunos componentes de los movimientos pacifistas sufren su inspiración, pero son, ciertamente, una minoría. Y no se puede calificar al pacifismo en Europa como un agente de la Unión Soviética, esto sería muy injusto. Eso sí, los mismos pacifistas deben estar vigilantes, aunque ése es su problema, para salvaguardar su autonomía.
P. Hablando de estos temas, me viene a la memoria la bomba de neutrones. (El partido socialista francés y el propio Mitterrand se habían pronunciado contra la construcción de la misma por Francia antes de las elecciones). ¿Ha cambiado usted de criterio desde que es presidente?
R. No, no he cambiado de criterio. Soy un hombre muy práctico. Creo que es preciso tener el armamento que sea necesario para defender el propio país. El problema principal para Francia es mantener la credibilidad de su estrategia de disuasión. Y la estrategia de disuasión implica que todo eventual adversario debe saber que Francia tomará una actitud, defensiva pero categórica, para defender su territorio. Es lo que yo llamaría, con un término un poco vago, cuyo contenido será fijado por mí si es necesario, los intereses vitales de Francia. Determinadas formas de armamento podrían hacer suponer que Francia no está decidida a defenderse por todos los medios. Y nosotros no tenemos los medios, como tienen los americanos, de una defensa gradual.
P. ¿Usted no cree en la defensa gradual?
R. Sobre el plano internacional, yo no he dicho eso. Pero hablamos de Francia por el momento. Francia se reserva toda la capacidad necesaria para que un eventual agresor no dude de nuestras intenciones y de nuestra voluntad. Antes de emprender una guerra, bien entendido, nosotros reflexionaremos, pero no reflexionaremos mucho si tenemos que hacer frente a una agresión caracterizada. Esto es una estrategia de disuasión. El problema es saber si el muestrario de las armas modernas se adapta o no a esta estrategia, si es complementario o contradictorio. Todo armamento complementario será aceptado por Francia, todo armamento contradictorio con esta estrategia no lo será.
P. Volviendo a las relaciones con España, hay un punto que no hemos tratado. La influencia francesa en Marruecos y el norte de Africa y su eventual colisión en la política sobre el Sahara. ¿Hablará de este tema con el Gobierno español?
R. Estoy dispuesto a hablar de todo aquello que interese al Rey de España y a su Gobierno. Ningún tema está vetado. Somos representantes de dos grandes naciones libres y se hablará de todo aquello que se tenga en el espíritu.
P. Aunque ya ha sido explícito sobre este tema, ¿puedo volver a preguntarle si prevé alguna fecha para la integración de España en el Mercado Común?
R. En el tema del Mercado Común no fijo ninguna condición para hablar. Fijo las condiciones para concluir, y se pueden discutir de ellas. Pero hay algunos temas previos fácilmente comprensibles.
P. ¿Cuáles son?
R. Es necesario que nuestros países se encuentren en condiciones de concurrencia comercial leal. Esto, por otra parte, vale tanto para Francia como para España. En los dos sentidos.
P. ¿Se trata solamente de resolver los precios agrícolas o hay otros temas?
R. Es necesario discutir también los problemas industriales, los problemas regionales, de la pesca... Naturalmente, el problema agrícola nos viene antes a la memoria en razón de la similitud de nuestras producciones.
P. Me gustaría hablar un poco más del caso del País Vasco, dado que se tiene la impresión en los medios españoles de que podría resolverse mejor con un poco más de colaboración por parte de Francia.
R. Tenemos una actitud totalmente amistosa hacia España. El problema difícil es el de las extradiciones, no el de la vigilancia de fronteras ni el de la comunicación de informaciones. El problema de las extradiciones no se plantea, por lo demás, sólo con relación a España, sino con relación al conjunto de países con los que mantenemos relaciones. Esto es lo que complica un poco nuestra tarea. Por otra parte, tenemos el deber de favorecer el desarrollo de la democracia española.
P. El señor Giscard d'Estaign declaró durante su visita a España, siendo presidente, que no había razón para dar asilo político a los miembros de ETA. Ahora existe la impresión de que el señor Deferre considera que los militantes de ETA tienen motivaciones políticas, y los compara a los miembros de la Resistencia...
R. Hablaremos de eso cuando yo vaya a España.
P. ¿Piensa usted dar una conferencia de Prensa a este respecto cuando esté en España?
R. No sé, no está previsto. Haré una visita al Rey, hablaré con el presidente del Gobierno, con diferentes personalidades, pero el programa no está totalmente fijado por el momento en los detalles (Esta conversación tuvo lugar el pasado martes día 15 de junio). Tendré ciertamente la ocasión de hablar con la Prensa, pero una conferencia de Prensa, no sé, con todo este ceremonial... ¿Usted piensa que las relaciones eran buenas antes de mi llegada entre Francia y España? Eso me interesa.
P. Yo creo que no eran ni son buenas, pero pienso que hay puntos sobre los que las gentes están muy preocupadas en España a este respecto, especialmente el problema de ETA.
R. Sí, está el problema del País Vasco por un lado y el del Mercado Común por otro. Claro que sobre el Mercado Común yo he escuchado a mi predecesor decir que él era favorable, y después cambió de posición.
P. Para ser claros, desde mi punto de vista, se pensaba que con usted en la Presidencia podría irle mejor a España, y se pensaba esto incluso en algunos medios de la derecha española.
R. Es posible. Es decir, que usted quisiera que yo entregara a todo vasco español que pase a Francia...
P. No, no. Pero hay problemas de colaboración entre las policías.
R. Yo creo que esa colaboración existe
P. ¿Y la aplicación de la ley francesa para algunos supuestos inmigrantes vascos que no tienen carta de trabajo?
R. La ley Francesa se aplica en Francia de todas maneras.
P. Se dice que había o hay exiliados vascos que no tenían la carta de trabajo y que habían entrado ilegalmente en Francia.
R. Pero dígame, ¿hubo extradiciones con el Gobierno precedente?
P. No, no, en absoluto.
R. Entonces, ¿de qué habla usted?
P. Creo que este es el único punto verdaderamente crucial de las relaciones bilaterales.
R. Es un punto muy difícil. Voy a España precisamente porque no quiero dejar de hacer nada para que las relaciones entre Francia y España sean buenas o mejores. Este es el espíritu que llevo, y en caso contrario, no iría. Tengo muchas afinidades y simpatías para el pueblo español. Y admiro su construcción democrática, que se ha hecho en condiciones difíciles y valerosas. Sería una lástima alargar estas incomprensiones. Pero debo decir que no es necesario que los que se expresan en España se descarguen un poco de sus problemas diciendo que la culpa es de Francia. Es un poco demasiado fácil, pero reconozco que es una tentación hacerlo.
P. Sí, es demasiado fácil para el Gobierno.
R. Oh, no es forzosamente el Gobierno quien más lo dice. Me basta conocer algunos violentos ataques contra Francia para darme cuenta de que se trata de un atropello a veces excesivo. Pero, en fin, este tipo de campañas no existirían si las relaciones fueran buenas. Yo encuentro todo esto vulgar, y es una fuente de problemas cuyas consecuencias hay que lamentar porque existe un vicio de origen. Entonces, al final no logro ponerme de mal humor, y digo simplemente, hablemos con sinceridad y trabajemos para mejorar nuestras relaciones nuestros dos pueblos tienen todo para entenderse. Y la política debe buscar el interés común de nuestros dos pueblos. Esto es lo que yo me esforzaré en hacer.
P. Y hará bien, porque en el pasado se ha hablado, pero los problemas son siempre los mismos.
R. No se puede resolver el problema del Mercado Común simplemente con un toque de varita mágica. Hay realidades económicas evidentes. Se lo repito. La Europa comunitaria no ha resuelto sus propios problemas y se le van a agregar otros. Esto necesita una cierta línea metodológica. El resto es pasión inútil. El problema del País Vasco es más sentimental sobre el plano de la sensibilidad, más ardiente, más violento, también más difícil, lo comprendo bien. Pero ustedes, en el fondo, ustedes tienen el sentimiento de que siempre Francia es la culpable.
P. No, en absoluto. Pero los españoles no comprenden por qué del lado vasco francés no hay problemas mientras que hay terroristas que habitan allí.
R. Todo lo que la policía francesa pueda destapar sobre las organizaciones terroristas en territorio francés debe ser yugulado. No hay complacencia, créalo. Hay leyes. Y es necesario respetar estas leyes. Se hablará de todo esto en el mejor espíritu.
P. Espero, pues, señor Presidente, que su visita a España sea muy fructífera.
R. Yo lo espero también. Porque ¿quiere usted que sea de otro modo ... ?
P. No lo quiero, y le aseguro que los ataques contra Francia en la Prensa española no vienen especialmente de mi periódico. Es verdad que se ha creado una especie de espíritu antifrancés, no ahora, o quizá menos ahora. Pero, de todas formas, los problemas existen.
R. Sí, sí, seguramente. Y éstos son los dos problemas principales que usted ha señalado bien. No son fáciles de solucionar y se arreglarán en la medida en que se quieran arreglar. Hablar es bueno.
"Francia trata con España, no con tal o cual partido"
"La crisis de las Malvinas no es un conflicto Norte-Sur"
"Las extradiciones es un punto muy difícil"
"Hay problemas previos a la entrada de España en la CEE"
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