Helsinki o el triunfo del espíritu de distensión
La solemne firma del Acta Final de Helsinki coronó años de esfuerzo negociador, de forcejeo diplomático y de lentas concesiones mutuas en una mastodóntica partida múltiple de ajedrez y rematada sin vencedores ni vencidos. Jugaron la partida tres grupos de países: la URSS y los miembros del Pacto de Varsovia; EE UU y los aliados en la OTAN; los cuatro neutrales y los no alineados; y España, entonces en posición singular, no encuadrada en ningún grupo ni alianza, aunque claramente identificada con Occidente. La singularidad de este foro estriba en que, en él, ningún acuerdo puede alcanzarse sin el consenso unánime de todos los participantes. Recuérdese cómo en la etapa ginebrina de las negociaciones que condujeron al Acta Final, la pequeña Malta bloqueó el acuerdo finalmente alcanzado durante días y cómo después, en la reunión de Belgrado, de nuevo fue Malta la que se opuso tenazmente durante días a formulaciones del capítulo mediterráneo.Esta característica conduce a enormes dificultades. Imagínese, por lo demás, la discrepancia aparente entre la disciplina de voto de los grupos de países signatorios -Pacto de Varsovia, Alianza Atlántica, CEE y neutrales no alineados- todos ellos, obligados en la práctica a concertarse previamente sobre cualquier formulación y la libertad soberana de oponerse a prestar el consenso necesario en última instancia. Sin embargo, en esta regla del consenso reside también la fuerza del espíritu de Helsinki y su valor moral.
Libertad y derechos humanos
La firma del Acta Final de Helsinki representó el triunfo del espíritu de distensión. La opinión pública, sobre todo en Occidente, fue más bien hostil a los resultados obtenidos y, en general, se pretendió que los ganadores habían sido los países del Este, al haber visto reconocidas las nuevas fronteras impuestas al término de la última guerra mundial.
En la práctica, se demostró que, lejos de ello, el Acta Final es un documento muy equilibrado, y que el estricto cumplimiento de las libertades por ella consagradas y el completo respeto a los derechos humanos, explícitamente reconocidos, han representado una espina dolorosa para los sistemas totalitarios, ya que conducirían a su progresiva erosión.
El Acta Final de Helsinki contiene en sí misma un mecanismo de seguimiento de su cumplimiento: las sucesivas reuniones previstas en el capítulo de continuidad de la Conferencía. La reunión de Belgrado (en la que yo encabecé la delegación española) fue la primera; y la reunión de Madrid es la segunda. En Belgrado no fue posible obtener progresos notables, ni en el campo de la protección de los derechos humanos, ni en el de las medidas de confianza militar que tienden a reforzar los sistemas de seguridad.
La reunión de Madrid se debate, desde hace dos años, bajo la negra nube de los acontecimientos de Afganistán y de Polonia. Su examen y su crítica se han realizado con toda crudeza y detalles. Pero, hasta ahora, nada ha mejorado en el cuadro polaco, antes bien, al contrario. Desde la primavera, en que se interrumpieron los trabajos, existe un borrador de texto, una vez más, fruto de los esfuerzos de los países neutrales y no alineados, bastante completo en su contenido, pero que, a la vista de la evolución de la situación polaca, habría de ser reformulado y reforzado en algunos importantes extremos para dar satisfacción a Occidente.
La pregunta es, obviamente, si con esos importantes retoques será aceptable para todas las partes. Y, aún más, si unos y otros desean mantener un clima auténtico de distensión y están para ello dispuestos a hacer concesiones. Por detrás campea el interrogante de si la distensión es todavía un concepto vivo. Dios lo quiera.
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