Brzezinski considera algo 'siniestro' la ascensión al poder de Andropov
El que fue consejero de Seguridad del ex presidente Carter, que publica en estos días sus memorias, habla de algunos problemas de aquellos momentos
Pregunta. ¿Le ha preocupado alguna vez el tener el dedo puesto en el botón nuclear?Respuesta. No se puede ir al psiquiatra cada vez que hay que adoptar una decisión difícil. Yo había prestado el juramento de proteger la seguridad de Estados Unidos. Yo esto me lo tomo muy en serio, y considero mi obligación el disuadir o responder (a un ataque). Esta es la principal motivación del Gobierno.
P. Cuando usted afirma, casi alegremente, que no hay tiempo para llamar al psiquiatra, ¿significa esto que usted ha tenido verdaderamente tiempo en su vida para sentarse a meditar en las implicaciones morales de usar el arma más definitiva de todas las épocas? Yendo más allá: al sentarse, ¿se ha hecho usted cargo del hecho de que quizá tuviera usted que tomar tal decisión ante pruebas ambiguas, quizá confusas, de un ataque nuclear?
R. Recuerde que la pregunta no era si Iniciaríamos las hostilidades nucleares, sino cuál sería la respuesta si un ataque nuclear soviético contra Estados Unidos hubiera dado comienzo, en principio. Cualquiera que haya pensado en serio sobre el particular tiene que llegar a la conclusión de que, en la situación imperfecta en que nos encontramos, la disuasión requiere tanto credibilidad como resolución. Y lo peor que se podría hacer cuando se está ocupando una función pública es dar la impresión de que cuando llegue el momento de poner la disuasión a prueba uno empezaría de repente a fallar, a dudar y discutir, o a pedir orientación al psiquiatra. Creo que esto es absurdo. No sé qué habría hecho yo, pero sí sé que, cuando estaba en el Gobierno, hicimos algunos ejercicios en los que teníamos que pensar en cuáles serían las respuestas necesarias. Teníamos algunos primeros avisos parcialmente inexactos, en el momento en que se podía pensar que estaba empezando a ocurrir algo serio. En la medida en que puedo imaginar mis propias reacciones por esto, no me aparté del sólido punto de vista de que hay que ser muy creíbles en nuestra respuesta.
P. Todo esto está claro. Pero quizá la situación es ambigua. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que lo que está hecho está hecho, y también que se puede ganar cuando el otro lado ha tirado ya los dados. Si lo prefiere, es similar a una pelea de enamorados: si su mujer está enfadada y le dice algo extremo, usted, en vez de contestarla, puede pensar que las cosas ya han ido demasiado lejos y que más vale salvar lo que se pueda.
R. Entiendo lo que quiere decir. La ambigüedad es esencialmente una preocupación operativa, y en este sentido todo lo que puedo decir es que hemos puesto a punto y hemos probado los procedimientos necesarios para estar seguros de que la ambigüedad está resuelta antes de que se llegue a adoptar ninguna decisión irrevocable. En cuanto a si debería contraatacar en caso de que falle la disuasión, es hasta cierto punto una cuestión de lógica, así como de filosofía o de política. Todo lo que puedo decirle es que cuando se es un servidor público, como yo lo he sido, no hay que hacer nada que pueda minar la credibilidad de la disuasión. Si hubiera tenido lugar un ataque contra Estados Unidos y yo me hubiera dicho "La disuasión ha fallado, no hay por qué agravar la tragedia humana mediante una respuesta. Capitulemos", no sólo estaría protegiendo vidas humanas al decirlo, sino que también estaría minando la disuasión y, por tanto, haciendo más posible el conflicto.
P. Pero usted no está defendiendo ya la disuasión, porque la disuasión ha fallado. La disuasión fallida está en el aire y cayendo.
R. Un momento. Estamos aún hablando de una situación hipotética que es un planteamiento mental, y no pienso. contribuir a minar la eficacia operativa de la disuasión, que nos está manteniendo vivos mientras hablamos, indicándole a usted que yo, en tanto que antiguo consejero nacional de Seguridad, puedo haber cambiado de opinión en ese sentido y decidido que no íbamos a responder. Porque la credibilidad de la distiasión reposa en parte en la convicción de que se responderá de igual manera. No voy a contribuir ahora, aunque ya no estoy en el Gobierno, a la posibilidad de debilitar la disuasión y a aumentar las probabilidades de una guerra nuclear simplemente para satisfacer su curiosidad intelectual sobre cómo puede actuar alguien en tal momento de tensión.
P. Muchos de nosotros, si nos enfrentamos con una tragedia, no reaccionamos transigiendo, sino que nos preguntamos cómo podemos salvar esa pequeña parcela de la vida, trátese de matrimonio, o guerra, o. lo que sea.
R. No actuamos de acuerdo con un guión, pero no me parece una idea muy feliz ni constructiva el preguntar a alguien cómo reaccionaría sí su hijo preferido empieza a morirse de resultas de un cáncer, cuando ese hijo goza de perfecta salud, simplemente con el propósito de sondear algunas imprevisibles emociones humanas. Tampoco me parece muy útil el preguntar a alguien que tenía el tipo de responsabilidades que yo tuve qué haría si nos halláramos bajo un ataque nuclear y si me abstendría de aconsejar al presidente que contestara de la misma forma, cuando yo sé perfectamente que mis reacciones, si fueran particularmente del tipo que usted preferiría, iban a contribuir a. minar la disuasión. No me parece que sea esa una línea de conducta muy útil.
P. ¿Se ha preguntado usted alguna vez cómo están hechos los individuos que toman las decisiones, las tres o cuatro personas
Harold Brown, Cy Vance, el presidente y usted- enfrentadas con esta situación?
R. Algunos de nosotros lo habríamos estado. Otros de los que usted ha mencionado no lo habrían estado.
P._¿No habrían estado qué?
R. Enfrentados con esa situación. Pero dejemos eso.
P. Usted puede haber pensado: "Yo, Zbigniew Brzezinski, he meditado eso a fondo. Pero me pregunto s i estos otros, uno, dos o tres, que están aquí en la mesa lo han meditado a fondo y si nos vamos a estar durante los quince minutos que nos quedan tratando de enterarnos de nuestros principios morales y nuestras psicologías". Ustedes no son autómatas, son seres humanos, enfrentados con la decisión más importante de sus vidas. ¿Ha pensado alguna vez en este problema?,
R. Por supuesto que sí. La respuesta es que no hay respuesta. O sea, que no vamos a meternos en escrutinios emotivos en público a fin de satisfacer curiosidades improductivas. Creo que es mucho mejor para los soviéticos el no estar demasiado seguros dé cómo podríamos responder y, al mismo tiempo, saber que Estados Unidos no permanecería pasivo en caso de verse sometido a un ataque nuclear.
P. Cuándo llegó usted en realidad a estas conclusiones? ¿Antes de aceptar el cargo?
R. Hasta cierto punto, antes; y hasta cierto punto, mientras. Es muy dificil separar ambos.
P. ¿Cuánto tardó usted, después de aceptar el cargo, en sentirse completamente seguro, moral y políticamente, sobre esto?
R. No podría decírselo exactamente. No tardé mucho, porque estaba muy consciente de que, la manera como actuáramos tendría cierta influencia en la credibilidad de la disuasión.
P. ¿Está usted dispuesto a confesar que se sintió atormentado? ¿O fue simplemente una transición suave?
R. No quiero meterme en ese terreno. "Atormentado". Es una palabra muy atractiva y sup9ngo que debe haber quien aplaudiría si yo admitiera haberme sentido atormentado.
P. Esto me hace pensar que el debate sobre disuasión nuclear es muy remoto. Me imagino que si alguien tuviera problemas con un hijo, o con su mujer, o con la declaración sobre la renta, usaría la palabra atormentado. Pero cuando se trata de algo de esta índole, todo llega a ser más alejado y simplemente por la forma. ,
R. Bueno, alguien dijo una vez que la muerte de una persona es una tragedia y la de miles de personas es historia. Y no cabe duda de que uno de los aspectos más terriblemente complicados de la actual condición humana es la revolución tecnológica, que hace que sea posible la muerte instantánea de millones de personas. Es terriblemente difícil para la mente humana el percatarse de ello de forma interna y personalizada. Y ello es, en parte, reflexión sobre los dilemas morales de nuestra época, e incluso quizá sobre su decadencia moral. Pero creo que esta cuestión es diferente de la que usted estaba tratando. Así es como se mantiene un sistema creíble de disuasión y se evita una guerra. Se trata más bien de reflexionar sobre si el fallo del hombre en imponer restricciones morales a la revolución científica se ha convertido en la condición dominante de nuestro tiempo. Es algo que preocupa a filósofos, científicos y otros. En este contexto aquellos que tienen algún control sobre lo que realmente sucede han de ejercer el máximo grado de prudencia y autodominio para asegurarse de que no llegue a ocurrir lo impensable. Y ello significa, entre otras cosas, el mantenimiento de un tremendo nivel de autodisciplina, tanto sobre los sentimientos como sobre el razonamiento de uno mismo.
P. David Owen, antiguo secretario de Asuntos Exteriores del Reino Unido, dijo una vez: "Recuerden que Nelson se llevó el telescopio a su ojo ciego". Hay comandantes de submarino en la armada británica armados con submarinos Polaris. Y dado que las, comunicaciones son bastante malas entre la base y los submarinos podrían, si lo consideraran conveniente, llevarse el telescopio al ojo ciego y meternos verdaderamente en un lío infernal.
R. Sin embargo, una de las razones que nos permiten tener esta conversación es que en esta época tan terriblemente peligrosa en potencia, la mutua contención entre los superpoderosos está funcionando realmente. Y este es un resultado muy notable.
Probablemente no ha habido otro momento en la historia en el que dos grandes poderes que se hallan filosóficamente tan separados, se han provocado mutuamente de forma directa e indirecta, tienen tantos conflictos de intereses, se han sentido tan concernidos por la amenaza que representan el uno para el otro, y, sin embargo, han decidido ejercer el máximo autocontrol. En ese sentido, los últimos 37 años, en los que los medios tecnológicos de destrucción de masas han llegado a ser tan amenazantes, ha sido también la época en la que la conducción del conflicto de una manera prudente y restringida -nos ha permitido el lujo del tipo de conversación que estamos celebrando en la actualidad. En otros momentos históricos, el sistema de control mutuo habría fallado y habría habido algún tipo de guerra de masas. Y aunque el miedo a la guerra nuclear está muy justificado y hay que hacer cualquier cosa para evitarla, no hay que dar por supuesto que una guerra de tipo convencional iba a ser una especie de bien limitado, en comparación.
P. Hablemos del óbito del tratado SALT. El tiro de gracia final fue el descubrimiento de la brigada soviética de combate en Cuba. Los rumores entre bastidores, en Washington, insinúan que el secretario de Estado, Cy Vance, y Carter habían sido desinformados por la Agencia Central de Información
Brzeziniski considera algo 'siniestro' la ascensión al poder de Andropov
(CIA). En realidad, no había ninguna nueva presencia soviética.R. Creo que su versión es auténtica hasta cierto punto. Creo que el tratado SALT todavía tenía alguna posibilidad, incluso después de ese episodio, que fue extremadamente desgraciado y contraproductivo. Lo que le hundió fue la invasión soviética de Afganistán. Sin embargo, en lo que se refiere al incidente de la brigada soviética en Cuba, hay una relación en mi libro que es, en cierto modo, la parte más interesante del libro. Pero sobre la cuestión de la brigada soviética en Cuba, yo, antes que nadie, exhorté a que no se tomara acción alguna hasta que regresáramos todos a Washington.
P. ¿Dónde estaban ustedes?
R. Yo estaba de vacaciones, así como el presidente, y también Harold Brown a finales de agosto. Y yo dije claramente: "Esperemos hasta que estemos todos reunidos después del Día del Trabajo (5 de septiembre). Fue el secretario de Estado, con el consejo o la colaboración de David Newsom, Marshall Schulman y Peter Tarnoff, sus próximos consejeros, algunos de los cuales no tenían una categoría muy alta, quien decidió por su cuenta ir al senador Church para informarle de la supuesta presencia de la brigada soviética en Cuba, e ir a protestar ante los soviéticos, antes de que ni siquiera hubiéramos decidido cuál iba a ser nuestra actitud. Y fue el secretario de Estado quien dijo entonces públicamente que no estaría satisfecho con el status quo y que el status quo era inaceptable. Cuando estuve de vuelta le dije al presidente que yo creía que la brigada soviética había estado allí desde hacía algún tiempo, y que no habría manera de obligar a los soviéticos a sacar la brigada. Pero que ya que entonces estábamos atascados en la fórmula de que la brigada soviética en Cuba era inaceptable, el presidente debería dejarme matizar esto ante el público, diciendo que la brigada soviética en Cuba era inaceptable como el muro de Berlín. A fin de dar la impresión de que inaceptable era un término formal de desagrado, pero no algo que tuviera que deshacerse. También deberíamos hacer una cuestión pública del aventurerismo soviético-cubano en el Tercer Mundo, de forma global, desviando la atención de Cuba. Pero, de todas formas, estábamos en el atolladero. Creo que esta fue una crisis que fue desde luego producida no de forma liberada, pero sí trágica por mis colegas del Departamento de Estado, que querían proteger el SALT y que pensaron que este tema podría dañar al SALT.
Los senadores Church y Stone actuaron de forma terriblemente irresponsable y demagógica. Así que esta fue una crisis producida hasta cierto punto por una información inadecuada de la CIA. Pero, sobre todo, por una reacción del Departamento de Estado excesiva.
P. Una pregunta sobre Andropov. ¿Hay algún cambio significativo en el sentido del liderazgo soviético?
R. Creo que ha habido un cambio muy significativo en el centro de gravedad política de la Unión Soviética. Por primera vez en la historia soviética, la policía secreta y los militares se han unido para imponer a su dirigente preferido sobre los oligarcas burocráticos del partido. En resumen, Andropov ha tenido éxito donde Beria falló en 1953 y Zukov en 1957. Teniendo en cuenta que la policía secreta y el Ejército son las dos instituciones más eficaces, más despiadadas y más nacionalistas del sistema soviético, esto es, en mi opinión, una evolución siniestra.
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