El previsible papel histórico del Gobierno PSOE
Nadie puede dudar de que el sistema capitalista se encuentra en una crisis, quizá tanto o más profunda que la iniciada en 1929. Pero se diferencia de aquélla, entre otras causas estructurales, en que ahora no hay amenaza de revolución. La sociedad de consumo por un lado, y los seguros sociales y desempleo por otro, han quitado conflictividad social y limado las actitudes radicales. Ya no se está abierto a lo imprevisto, a un cambio radical, a una insurrección popular, a un dar la vuelta a la tortilla en la correlación de fuerzas. Es una crisis socialmente tranquila, o al menos, con muy inferior grado de violencias respecto a la anterior. Por otra parte, la experiencia de los socialismos realmente existentes ha sido tan poco modélica -es tan jarro de agua fría- que ha quitado en el horizonte de las masas la posibilidad de esta otra alternativa posible; se ha perdido, casi absolutamente, una nueva perspectiva hacia donde mirar. Hoy, como mal menor, sólo se atisba como deseable corregir el sistema para que siga perviviendo. La utopía socialista, el nuevo modelo de sociedad, se presenta aún como muy lejano en la historia.En esta coyuntura mundial, y concretamente española, ha llegado al poder un Gobierno socialista. De aquí que sean muy grandes las contradicciones a que tal Gobierno PSOE se ve sometido. Pero todas ellas parten de una contradicción principal: un Gobierno que se dice socialista y que por mor de las circunstancias históricas se ve obligado a salvar de una grave crisis al sistema capitalista español. De esta contradicción principal parten todas las demás, y se originan las dudas, vacilaciones y pasos atrás, no sólo en política exterior, sino en cada una de las múltiples facetas políticas y administrativas que requieren la gobernabilidad del país. Hay unas bases, una militancia y, sobre todo, unos antecedentes históricos que no fácilmente pueden tirarse por la borda, mediante unas medidas que precisamente pretenden sacar a flote un sistema que, como el capitalista, había sido anteriormente tan denostado.
Todo esto no quita además para que una característica -quizá la más específica- de cualquier partido de la izquierda, independientemente de la denominación que éste tenga, sea su componente utópico. Sin utopía no hay izquierda. Sin un soñar en unos nuevos modelos de mejor organizar la sociedad no puede calificarse una actitud política como de izquierdas. Lo que ocurre es que cuando la izquierda acepta el papel de actuar como poder, y eri unas circunstancias como las presentes, pacta con los poderes fácticos -cualquiera que éstos sean- y se convierte en una fuerza estabilizadora. Son las miserias y servidumbres del poder que obligan a los que en él se instalan, paradójicamente, a perder muchas cotas de aquella libertad que, cuando estaban en la oposición, abiertamente poseían. Tan es así que pudiera afirmarse no tanto que el poder corrompe, con ser verdad, sino que por lo menos limita y adultera; obliga a tragarse tan abundantes sapos que pueden indigestar lo más íntimo de las propias convicciones.
Estas observaciones pueden aplicarse, casi íntegramente, a la supuesta metamorfosis que ha sufrido el PSOE desde que está en el poder. Y no es que antes fuese muy revolucionario que digamos, sino que a consecuencia de tener que administrar el tipo de poder que ha recibido, y por las dificiles circunstancias en que le ha tocado ejercerlo, se ve obligado a tomar medidas mucho más conservadoras y hasta impopulares que los anteriores Gobiernos UCD.
Pensemos, por otra parte, que el 28 de octubre de 1982 hubo un amplísimo sector del electorado que votó moderación. Entre Fraga y Felipe, que constituían las dos posibles alternativas, se es-
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cogió el segundo, Felipe, que resultaba muchos menos imprevisible y hasta menos arriesgado que lo era Fraga. Conviene no perder de vista este dato: para muchos electores -no para todos, por supuesto, de los que votaron al PSOE, pero sí uno o dos millones de los prestados- la figura de Felipe le confería mayor confianza, más seguridad, menos con riesgo que la figura temperamental y enérgica de Fraga. Más que por el cambio estaban votando por una continuidad, eso sí, que estuviese mejor ajustada a la realidad del momento. Fraga le resultaba demasiado imprevisible y, por tanto, arriesgado.
Quizá desde el principio del Gobierno PSOE la derecha más consecuente -la derecha grancapitalista y financiera- ha estado convencida de que no tenía mucho que perder con el mismo, y sí puede utilizarse aquél para que le desempeñe el papel histórico de sacarle las castañas del fuego. Es ya seguro que la política de estabilización económica y reconversión industrial que tiene por delante el Gobierno va a encontrar mucha más resistencia por parte de la clase trabajadora que la que pueda encontrar en los sectores bien situados económicamente.
Ahora comienzan a verse los hechos con la suficiente perspectiva histórica, y aparece la fecha del 28 de octubre de 1982 -triunfo del PSOE- en su verdadera dimensión estabilizadora del sistema. Dicha fecha supone la consolidación no sólo de la Monarquía de Juan Carlos, sino del propio sistema socio-económico capitalista, al cual le es muy beneficiosa una gestión socialdemócrata del mismo. Yo no digo que esto sea bueno o sea malo -no hago juicios de valor-, sino que lo constato como un dato histórico que no debemos perder de vista: el capitalismo puede que necesite, en determinadas coyunturas históricas, de una gestión socialdemócrata que lo sanee y saque a flote. He aquí el papel del PSOE en el actual momento de España: ejercer la ftinción de una neosocialdémocracia autoritaria, término y proyecto que ya pronosticó Samir Amin en la perspectiva de los próximos años.
Todo esto nos lleva a la previsión de que el PSOE ha de pagar un alto precio político por gobernar como gestor de un sistema capitalista en crisis. Un peligro radica en sus propias bases defraudadas y en ser desbordado por la izquierda. Pero el problema para España consiste en que la única alternativa válida a su inevitable deterioro político pueda ofrecerse un día exclusivamente desde un autoritarismo que sea recalcitrante.
¿Triunfará el PSOE en la tarea histórica que le ha correspondido jugar? La realidad es que la utopía socialista se ha disuelto en la realidad neosocialdemócrata. Por eso, Fernando Savater, en EL PAIS del 9 de julio de 1983, termina su artículo con la siguiente frase: "Nos viene dando cada vez más la impresión de que vivimos la gran ocasión perdida de la izquierda democrática". Pienso, sin embargo, que los hechos son muy tercos, y que los papeles históricos no se inventan -y nadie puede sacárselos de la manga-, sino que se toman o se dejan, vienen dados por las circunstancias y sólo queda la opción de montarse en ellos o simplemente verlos pasar. El PSOE se ha apuntado al previsible papel histórico de sacarle las castañas delfuego al capitalismo español. Y de esto debiéramos ser claramente conscientes toda la izquierda española, para ir preparando ya la alternativa. Frente al electoralismo, pragmatismo y desideologización que ha sufrido el PSOE, ¿no sería conveniente emprender ahora el camino inverso de la reideologiz ación, un armarse teóricamente, un recuperar el componente utópico? La izquierda necesita recobrar sus características, y una de ellas, quizá la más propia, como hemos dicho, sea ésta del componente utópico y doctrinal, del que hoy se encuentra absolutamente carente.
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