La acción es verbo
El crack dos.Director. José Luis Garci. Guión: Garci y Horacio Valcárcel. Fotografía: Manuel Rojas. Música: Jesús Gluck. Intérpretes: A Predo Landa, María Casanova, José Bódalo, Miguel Rellán, Agustín González, Arturo Fernández. Española. Drama. 1983.
Local de estreno: Coliseum
Un ex policía, ahora detective privado, es encargado de una investigación menor que, naturalmente, se complica por encima de lo previsto, provocando hasta su resolución una breve estela de muertos. Incluso la vida del propio detective peligra en algún momento, pero su pasión por la verdad (fue un buen policía que se retiró del cuerpo al no sentirse apoyado en sus investigaciones) le lleva a arriesgarlo todo. Responde, pues, al modelo de detective que impulsó el cine negro norteamericano en los años treinta, aunque no comulgue con el escepticismo que fue clásico en aquellos personajes, o sea, menos profundo su espíritu de perdedor.
Germán Areta, que ya interpretara Alfredo Landa en la primera parte de El crack con idéntica inexpresividad, es un hombre corriente, que responde a circunstancias muy españolas, algo subdesarrolladas, carentes de la mítica con que suele acogerse el lejano mundo de Chicago; este fue el acierto de El crack, como previamente ya lo había sido el del divertido y lúcido Pepe Carvalho de las novelas de Vázquez Montalbán: trasladar a circunstancias españolas el literario mundo del crimen. No en vano empiezan a ser conocidas en nuestro país algunas de las redes que se confunden alrededor de empresas reales que tampoco dudan en la extorsión y en el crimen, y la película quiere demostrarlo.
José Luis Garci tiende hacia esa meta, pero se interrumpe en el camino retrasando una acción dramática que rara vez se ilustra en la pantalla. En su lugar, los personajes hablan de lo que hicieron o van a hacer, se cuentan sus cuitas, aunque no despierten gran interés en el espectador (en este sentido resultan especialmente morbosas las secuencias de la historia de amor), hablan mucho y se les ve actuar poco. En ocasiones, ello lleva a la confusión, lo que tampoco sería raro en el género que precisamente de la confusión habla, pero se prolonga a la verosimilitud de la historia. Cuando los acontecimientos se precipitan, verbalmente, la información es insuficiente, a riesgo de que el espectador se vea conducido hacia el final sin involucrarse especialmente en la investigación.
Es frecuente que en el cine de José Luis Garci prive la palabra sobre la imagen: una vieja afición al mundo de la radio, al que rindió homenaje en Solos en la madrugada, y al que también cita en esta película aunque concretado ya en una emisora, Antena 3, y en su director. El peso de la imagen es más consistente en los numerosos paréntesis con planos de las calles de Madrid, desiertas o repletas, que ya tuvieron amplio desarrollo en El crak uno, situando el ambiente preciso en el que se mueve el detective Areta, pero también interrumpiendo la narrativa. El paisaje fue ya un elemento dramático muy tenido en cuenta por Garci en su película anterior Volver a empezar. Es cuestión de gustos. Las imágenes madrileñas de El crack dos son hermosas y, hasta alguna, insólita, pero su abuso puede alejar aún más de la historia que se contempla.
José Luis Garci logra recuperar el pulso narrativo con el humor que hace florecer esporádicamente. Las secuencias en que ese humor es más claro son, por otra parte, las más vivas de Alfredo Landa, que se encuentra en ellas más apoyado que cuando debe reflejar el mundo interior del detective. Le ayuda a ello Miguel Rellán, que, con su breve papel de El Moro, aporta una notable frescura al filme.
Babelia
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