De los defectos del PSOE y sus posibles remedios
Las condiciones, hay que reconocerlo, no han sido muy propicias. Quedan además otros dos años hasta las próximas elecciones generales, y quizá para 1986 se tenga un balance más positivo, con el ingreso, por fin, en el Mercado Común un impulso mayor y más eficaz de las autonomías y una situación socioeconómica más despejada.Lograr ese panorama mejor es difícil, pero no imposible. Entre otras cosas, los socialistas tendríamos que subsanar algunas de las deficiencias que padecemos. Unas, como la inexperiencia, son inevitables y se corrigen con el tiempo. Otras, sin embargo, tienen remedio.
El principal obstáculo que se alza en ese camino es casi de tipo psicológico. El PSOE ha seguido desde 1974 una carrera fulgurante, y a muchos de sus dirigentes y cuadros actuales, que por su juventud no sufrieron las duras peripecias del antifranquismo, les ha sonreído en la vida la fortuna política demasiado como para no ser triunfalistas. Un triunfalismo que resulta contraproducente cuando se pasa de la raya y que queda muy fuera de lugar cuando se gobierna en plena crisis económica.
En lugar del discurso churchilliano que convendría hacer desde, el Gobierno y desde el PSOE, pidiendo a la gente que se apriete el cinturón para aguantar solidariamente los malos años de las vacas flacas, se tiende a insistir casi únicamente en los logros. Como éstos, sin ser desdeñables, arrojan hasta ahora un balance deficitario respecto de lo ofrecido, se corre el riesgo de que el elector socialista se retraiga.
Habría, pues, que intentar en los próximos dos años no sólo acelerar en lo posible, claro está, el ritmo del cambio y del progreso, hasta ahora muy lento, sino también hacer algo más fácil: explicar mucho más lo que se hace y, sobre todo, lo que no se hace. Véanse dos ejemplos.
En materia económica se está aplicando una política quizá inevitable en los tiempos que corren, pero un tanto extraña en un Gobierno socialista, ya que lo que se persigue a corto plazo es conseguir que el empresario gane más, y el trabajador, menos. Si tan palmaria contradicción con el credo socialista no se explica y justifica como algo obligado y pasajero, será difícil evitar que muchos trabajadores dejen de votar al PSOE.
En el asunto OTAN, a cualquiera se le ocurre que hay razones para seguir en la organización, máxime vistas desde el Gobierno. El problema, sin embargo, tiene, entre otros, un aspecto fundamental, y es el de los muchísimos españoles, casi todos votantes socialistas, que piensan que hay más razones para no estar. Como el PSOE prometió además salir de la OTAN si gobernaba, la operación debería plantearse habida cuenta muy especialmente de los votos que perderá el partido socialista si pasa ahora a defender el atlantismo.
A decir verdad, en estas y otras cuestiones, no se sabe qué admirar más: si la valentía con que se practica un pragmatismo a ultranza o la tranquilidad con que se abandonan posiciones defendidas de siempre por los socialistas.
La despreocupación por la pérdida de votos que todo ello puede acarrear tiene difícil explicación. Tal vez haya que achacarla al triunfalismo citado y a la optimista teoría de que se tienen asegurados, pase lo que pase, el grueso de los 10 millones de votos de 1982. O, al contrario, quizá obedezca a una honda convicción de que se hace lo que se debe hacer, al margen de lo que piense el elector y el propio militante socialista.
El riesgo de 1986
Si se tratase de lo primero, habría que recordar que los avatares registrados en las elecciones habidas desde 1977 han sido lo suficientemente grandes como para no confiar en fidelidades de cuerpo electoral alguno. Si fuere lo segundo, convendría tener presente que, si el PSOE no gobierna otro cuatrienio, su labor quedará truncada, con un saldo a su favor inevitablemente exiguo.
En 1986, los socialistas corremos, obviamente, el riesgo de perder muchos votos. El consabido desgaste del poder aumenta en épocas de crisis, y en el caso del PSOE, obligado a hacer unla política económica casi de derechas y con un programa electoral incumplido, el coste puede ser muy grande. (Por eso sorprende tanto que se acreciente voluntariamente con el posible cambio de postura en la salida o no de la OTAN.)
Para reducir ese coste, entre otras muchas cosas, convendría no olvidar que todavía existe una izquierda en España. En el congreso socialista de diciembre tendrían que ace rcarse, desde luego, a la realidad las posiciones teóricas del partido, pero también habría que mantener la ilusión por un mundo distinto y mejor. Esto último ha sido la razón de ser y la fuerza del socialismo y lo que le ha atraído, antaño y hogaño, el voto de la izquierda. Si esa ilusión se pierde, por más que las circunstancias del momento parezcan restar importancia al hecho, se perderá no sólo la justificación de 100 años de historia, sino también una baza esen cial para seguir contando con el apoyo popular.
Pragmatismo y realismo, todo lo que se quiera. Siempre será poco a la hora de gobernar. Pero tal vez no sea excesivo, precisamente en nombre de tan ensalzadas virtudes, pedirle al PSOE unas gotas más de izquierdismo. Después de todo, no sería mucho pedir. Al fin y al cabo, el socialista es -o dice ser- un partido de izquierdas.
En suma, mayor modestia, situarse psicológicamente en la crisis, explicar mucho más lo que se hace y lo que no se hace, conservar la utopía socialista aunque sea como horizonte lejano; todas ellas son cosas hacederas y podrían contribuir a reducir el elevado precio que tienen que pagar los socialistas por gobernar hoy en día.
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