Tercero de los Nehru o segundo de los Gandhi
El votante de la Unión India ha dado un refrendo sin precedentes al mandato de Rajiv, hijo de Indira Gandhi y nieto de Jawaharlal Nehru. El recuerdo de la trágica muerte de la primera ministra asesinada ha sido un factor fundamental en esa formidable acumulación de capital político para su descendiente y sucesor, de tal manera que la socorrida imagen del Cid se presta a repetir aquello de la victoria obtenida por el recuerdo de la líder adorada de las masas. Si hubiéramos de dar crédito a tan necrofílica teoría deduciríamos, por tanto, que el pueblo indio ha votado continuidad. Y lo que ha ocurrido es todo lo contrario.Los millones de votantes que han ratificado a Rajiv Gandhi, han apostado por el cambio. En ellos ha habido un legítimo sentimiento de ira y frustración contra la fuerza asesina que quería enmendar el mandato del pueblo concedido a Indira en las elecciones de 1980, junto a un adiós ritualizado a la segunda representante de la estirpe de los Nehru-Gandhi.
En Rajiv se ha votado a la dinastía, pero no a cualquier precio, a cualquier corrupción, a cualquier madre. Lo que ocurre es que votar continuidad era votar a la oposición y no lo era dar una oportunidad al último vástago de la saga, que ha sabido proyectar la imagen de un nuevo Gandhi, de una renovación audaz y tecnológica dentro de la seguridad histórica de los apellidos que han hecho la India independiente.
Votar a la oposición era continuidad porque el frente, formado por los principales partidos que se enfrentaban a Rajiv, bajo la dirección del correoso Charan Singh, representaba lo peor del partido del Congreso, formado en sus plantillas dirigentes por tránsfugas del aparato del poder. Los que habían perdido en oleadas sucesivas el favor de la primera ministra, como anteriormente ya había ocurrido durante el mandato de Nehru, son los que han ido recalando en diversas versiones de una oposición fullera, reaccionaria, incompetente y corrupta, como ya se pudo comprobar en el único periodo en que ese despojo del Congreso gobernó el país, de 1977a 1980.
Todo en la India central procede del partido del Congreso; lo bueno y lo malo, un seguimiento de escisiones, vetustas recetas, caras de siempre repintadas para la ocasión. Esa era la elección que se presentaba ante el votante. La cara conocida de un detritus o el rostro sin arrugas de una nueva y a la vez antigua esperanza.
No significa todo ello que el partido del Congreso se hubiera depurado con la expulsión de ese lastre convertido en oposición, ni que la corrupción emigrara al enemigo, sino que tanto como se iba permanecía en las filas del partido de la señora Gandhi, en cuyos últimos cuatro años de mandato se multiplicaría la utilización del poder, la ocupación del Estado, para su disfrute. Simplemente ocurría que los derrotados, muchas camisas viejas del Congreso habían quedado desplazados por las nuevas generaciones cooptadas al Gobierno por la primera ministra, interesada en crear una clase dirigente sumisa, que todo lo debiera a la gran dispensadora de fortuna y que, así, jamás elevara una alternativa a la continuación de la dinastía.
En esas condiciones la oferta Rajiv no significa la continuidad sino el cambio. La evidencia de que sus colaboradores íntimos no serán los de su madre, la apariencia de que con ellos vendrá un intento de regeneración modernista, junto con la oportunidad de votar al mismo tiempo no a los que mejor representan la continuidad de Indira, la oposición, es lo que ha dado esa arrasadora victoria al tercero de la dinastía.
Hasta aquí, naturalmente, las esperanzas. Pero ningún cambio está ni siquiera pergeñado todavía. Rajiv Gandhi puede ser el heredero de su abuelo, Nerhu, el gran señor de la moralidad política que, si no supo evitar que se plantara la simiente de la corrupción posterior, cabe poca duda de que tampoco la hubiera convertido en una forma de gobierno como su sucesora, o el heredero de su madre, Indira. En favor de esta segunda decantación jugarán poderosísimos factores que forman uno de los veneros esenciales del Congreso. Los barones achicados en tiempo de la hoy difunta emperatriz, opondrán la resistencia inerte del privilegio a la formidable tarea que tiene ante sí Rajiv. Por ello, nadie puede predecir en este momento si el joven primer ministro va a ser el tercero de los Nehru o el segundo de los Gandhi. Seguramente ni él mismo puede hacerlo.
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