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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Continuismo en Europa

LAS ELECCIONES belgas han dado el triunfo a los partidos democristiano y liberal, que constituían la mayoría de gobierno en los últimos años. Si se comparan los resultados que han salido de las urnas el pasado domingo y lo que ocurrió en las aliteriores elecciones, en 1981, las diferencias son pequeñas: la coalición dernocristiano-liberal contará con tres diputados mús y los comunistas pierden sus dos diputados. Quizá los cambios más sustanciales han sido los de los socialistas flamencos, que ganan seis diputados, y el avance de los verdes, que incrementan sus votos y tendrán un grupo de 10 diputados. En el decisivo terreno, en Bélgica, de las diferericias regionales, se acentúa, con el indicado avance socialista en Flandes, una tendencia a la superación del esquema tradicional, según el cual los flamencos eran más de derecha, y los francófonos, más de izquierda. En todo caso, sin embargo, estos fenómenos parciales no disminuyen el sentido continuista y de estabilidad que reflejan las elecciones belgas, a pesar de la crisis interna que sacudió a la coalición gubernamental después de la matanza de aficionados al fútbol ocurrida en el estadio Heysel de Bruselas.Si bien el proceso de unidad europea otorga institucionalmente una exclusiva casi total a la esfera económica, conviene observar hasta qué punto se producen, o no, ciertas homologaciones en las corrientes políticas que atraviesan nuestro continente. En los últimos cinco meses se han producido elecciones legislativas en cinco, países de Europa occidental: concretamente en Grecia, Noruega, Suecia, Portugal y Bélgica. De la comparación de los datos se desprende la conclusión de que, con la excepción del caso de Portugal (con rasgos históricos muy diferenciados), en los otros cuatro países citados las elecciones han sido ganadas por los mismos partidos o coaliciones que estaban en el poder en el momento de su celebración. En Grecia y en Suecia, aunque los socia listas han perdido votos, han logrado mantenerse en el poder. Y en Noruega y en Bélgica se han mantenido las mayorías de signo conservador y liberal. Destaca, asi mismo, en el caso de las cuatro elecciones que acabamos de mencionar, la estrechez de las fluctuaciones que aparecen en los votos de los ciudadanos. En varios casos, partidos que llevan varios años en el gobierno avanzan, o retroceden, en porcentajes en torno al 1%. Este hecho es doblemente significativo si se recuerda que la situación económica es muy grave en términos generales y que persisten fenómenos de recesión y paro que, lógicamente, deberían generar una fuerte voluntad de cambio en amplios sectores de la población.

En el trasfondo de este continuismo se encuentra, con, toda probabilidad, una mutación profunda -o al menos los inicios de ella- en lo que ha sido la relación clásica entre los partidos socialistas y los partidos liberales -o conservadores- en la mayor parte de los países europeos. No se trata ya de la vieja polémica entre posiciones reformistas o revolucionarias. Pero en la etapa del auge económico de posguerra y del keynesianismo, los Gobiernos socialistas representaron un reparto diferente de la renta nacional; una elevación, mayor o menor según los casos, de la parte de dicha renta dedicada a mejorar, con una legislación social progresista, las situaciones de los trabajadores manuales, y en general de los sectores más modestos de la población. Es evidente que ello ha dado lugar a cambios considerables en los niveles de vida. A todas luces esa etapa ha terminado. Ahora, todo está dominado por la crisis económica. Los partidos socialistas -y el reciente congreso de los socialistas franceses es muy indicativo- asumen como propia la tesis del predominio de la economía de mercado. Se presentan como eficaces administradores de políticas de austeridad y rigor, enfocadas a estimular la inversión empresarial, y, en cierto modo, aceptan colocar la batalla política en el terreno que ha sido tradicionalmente el de sus adversarios.

No puede sorprender por ello que, en el escenario más directamente electoral, cobren consistencia una serie de fenómenos continuistas, dirigidos hacia una estabilidad moderada. Ante unas propuestas programáticas que no tienen entre sí grandes diferencias, sobre todo en cuanto a su contenido esencial, el electorado no se puede sentir particularmente motivado a modificar sus actitudes. Al no diferenciarse mucho los programas de la derecha y de la izquierda, cobran mayor importancia los aspectos publicitarios y personalistas de las campañas electorales. Por eso las elecciones, como momento histórico en el que un pueblo, en uso de su soberanía, decide las opciones fundamentales de su futuro, parecen dejar paso a unas consultas más bien centradas en la designación de las personas que van a aplicar una política en la que no caben excesivas distinciones.

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