"Dejad hablar a los pobres del mundo", pide el Papa en Calcuta
ENVIADO ESPECIALJuan Pablo II gritó ayer durante la misa celebrada en la ciudad india de Calcuta: "Dejad que, por fin, hablen los que no tienen voz; dejad hablar a todos los pobres del mundo; dejad hablar a la India. Su voz es la voz de Cristo".
Lo hizo aquí, en esta ciudad de Calcuta, donde es imposible dar diez pasos en medio del enjambre humano que la inunda a todas horas sin tropezar con un leproso que se arrastra como un animal por el suelo, sin piernas y sin manos; con un ciego que te mira con su luz blanca, sin vida; con las mujeres que lavan sus ropas íntimas en los charcos negros y malolientes de las aceras o con una niña desgreñada que te mira con ojos de hambre grandes, como panes, mientras te enseña, para conmoverte más, un churumbel que acaba de pedir prestado a la primera madre que ha encontrado a su paso.
Su llamada al mundo para que, en un momento en el que "está naciendo una nueva sociedad", se deje que los pobres pronuncien también la palabra que siempre se les ha negado, el papa Wojtyla la hizo ayer, al elogiar la obra formidable de abnegación realizada por la madre Teresa de Calcuta con sus moribundos. El Papa calificó la obra de la premio Nobel de la Paz como "un desafío para un mundo ya borracho de egoísmo y de hedonismo, ávido de dinero, de prestigio y de poder".
Juan Pablo II concluyó que el testimonio de la madre Teresa "sacude la conciencia del mundo".
Por la mañana el Papa había volado en helicóptero hasta Shillong, capital de Maghalaya, considerada como la Escocia de Oriente por su china, su paisaje verde y sus montañas. A la misa, a la que asistieron más de 100.000 personas, estuvieron presentes con sus trajes típicos representantes de las tribus de Khasis, Gajos y Jaintias. Estuvo también presente uno de los jefes pertenecientes a la famosa tribu de los cortadores de cabezas. Se trata de un converso que, según explicó después de la misa y de haber recibido la comunión, se hizo católico no hace mucho tiempo. Puntualizó, sin embargo, que la última vez que cortó la cabeza de una víctima fue en 1967. Sobre su cuello lucía, sin embargo, un collar con cinco cabezas de bronce, en recuerdo de sus antiguas conquistas como pagano.
La misa fue celebrada en un campo de golf cercano al aeropuerto militar, con gran despliegue de fuerzas, ya que se trata de uno de los territorios más calientes políticamente por sus antiguos conflictos con Bangladesh y su vecindad con China. Juan Pablo II ha sido el primer personaje con rango de jefe de Estado a quien el Gobierno indio ha permitido llegar hasta aquel lugar. Se esperaba con interés el discurso del Papa que, en efecto, tocó un tema muy delicado en este país: el de la evangelización católica.
Aquí desde 1967 no ha entrado ningún misionero occidental, y los que quedan en el país tienen que renovar cada año su permiso de residencia. Una de las primeras cosas que algunos indios más radicales han pedido al Papa es que se vayan los misioneros "no indios" que quedan aún en el país y que exija "a sus secuaces" que renuncien a todo tipo "de proselitismo religioso y a la tentación de querer convertir a la gente".
De hecho, al parecer, el Papa ha renunciado durante este viaje a celebrar bautismos para no encender más los ánimos. Pero el Papa Wojtyla no es hombre que admita fácilmente imposiciones, y lo que no ha podido hacer con gestos tangibles lo ha dicho con palabras ayer en Shillong. Recordando los orígenes de la India, dijo literalmente el Papa: "Desde entonces, la misma visión y el mismo empeño han empujado a tantos sacerdotes, religiosos y apóstoles seglares a recorrer la tierra, predicando el evangelio de la salvación en Jesucristo, desafiando innumerables dificultades y obstáculos de todo género, hasta llegar a derramar la propia sangre".También el lunes, en Ranchi, durante otra misa en el aeropuerto, ante 150.000 personas, la mayor parte no católicas, presentó a los cristianos como "la luz del mundo" y como "la sal de la tierra", afirmando con orgullo que "Cristo es la piedra angular de la historia".
Al empezar la misa le regalaron al Papa una estola de lana blanca y le pusieron en la cabeza una especie de mitra de artesanía, rematada con plumas de pavo real.
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