Un luchador
SÍMBOLO vivo de la resistencia antifranquista y del resurgimiento del movimiento obrero en nuestro país, Marcelino Camacho se retira voluntariamente, a sus 69 años, de la secretaría general de CC OO, cuyo cuarto congreso, clausurado ayer, ha elegido a un soldador de 36 años, Antonio Gutiérrez, como nueva cabeza visible de dicho sindicato. Cuando tanto abundan las obsesiones seniles que llevan a emborronar al final biografías largamente trabajadas, la actitud de Camacho, que anunció hace tiempo su decisión de retirarse a un puesto honorífico, resulta digna de admiración. Camacho pudo haber aprovechado la situación creada en el sindicato por la crisis del Partido Comunista de España (PCE) para, evocando su carisma personal, prolongar su mandato. Pudo haberlo hecho, pero no lo hizo. Y la experiencia indica que resistir la tentación del mesianismo es difícil. Ése es su mérito.Pero no es el único. Su biografía de veterano luchador antifranquista no sólo viene avalada, como en otros casos, por lo que le hicieron, por su caudal de sufrimientos -el exilio, 13 años de cárcel-, sino también por lo que hizo: en primer lugar, desempeñar un papel decisivo en la reconstrucción, en las más difíciles condiciones, del movimiento obrero, aniquilado por la dictadura. La creación, organización y desarrollo de Comisiones Obreras están íntimamente ligados a la actividad de este hombre, que supo hacer compatible la fidelidad a sus ideas políticas comunistas con una concepción no sectaria del trabajo sindical. El carácter unitario y pluralista de CC OO, mantenido contra viento y marea en momentos en que las impaciencias de algunos sectores favorecían el escisionismo permanente, explica la resistencia de ese movimiento frente a los envites de la represión, así como el privilegiado papel por él desempeñado en el final de la dictadura y los inicios de la transición.
Comisiones Obreras era la única fuerza social y política verdaderamente organizada en los estertores de la dictadura y al margen de las instituciones que colaboraron con ésta. Posteriormente ganó las primeras elecciones sindicales y superó sin mayores traumas su transformación en un sindicato de masas una vez que se hizo evidente el triunfo de la reforma política, que dejaba sin sentido la utopía de un "sindicato de nuevo tipo". El ascenso del reformismo socialdemócrata, en los peores años de la crisis económica, desplazó a CC OO, en favor de UGT, del primer lugar en la representación de los trabajadores, pero no fue suficiente para marginarlo del movimiento obrero organizado, en particular en las grandes empresas. Porque, tanto en sus aciertos como en sus errores, si por algo se ha distinguido CC OO ha sido porque sus miembros han estado casi siempre a pie de obra: allí donde estaba el conflicto o la reivindicación.
La ruptura del PCE, que no supo adaptar su funcionamiento interno a las nuevas condiciones creadas por la consolidación del régimen democrático, amenazó la unidad del sindicato. Las heridas abiertas por aquella ruptura han vuelto a sangrar en este cuarto congreso, pero la unidad ha sido mantenida, y no parece que corra peligro inmediato. No obstante, es de señalar que, mientras la organización asegura estar compuesta en un 95% por personas no afiliadas políticamente, es evidente que refleja de manera directa las contradicciones surgidas en el comunismo español. Los proyectos contrapuestos de Izquierda Unida y el partido de Carrillo para la recomposición de un espacio a la izquierda del PSOE han estado detrás de todas las discusiones precongresuales y han seguido latiendo estos días en las intervenciones de los delegados.
Ello ha impedido a CC OO avanzar en la definición de un proyecto específicamente sindical. El tiempo dirá hasta qué punto su éxito relativo en las últimas elecciones y los avances hacia la unidad de acción con UGT son suficiente argumento para renunciar a introducir el debate sobre el papel de los sindicatos en la actual situación socioeconómica. La evidencia de que la crisis, lejos de homogeneizar los intereses de todos los trabajadores, agudiza las contradicciones entre diferentes sectores -empleados y parados; empleados del sector público y del privado; hombres con trabajo y mujeres que aspiran a un empleo; jóvenes y adultos; nacionales e ínmigrantes, etcétera- no ha servido para que los sindicatos se planteen un proyecto global, inevitablemente apoyado en la concertación, en el que su poder de veto relativo a los proyectos gubernamentales sirva para orientar en un sentido solidario y redistributivo, y más allá de la pura negociación salarial, la política económica. Ese debate, del que tantas cosas dependen -y en primer lugar la posibilidad de una modernización de la economía por una vía diferente a la del darwinismo social-, sigue pendiente. Sería deseable que la renovación generacional que anuncia la elección de Gutiérrez sea un estímulo para avanzar en esa vía.
Por lo demás, huelgan elogios a la figura de Marcelino Camacho. Baste decir que Camacho es uno de los personajes más dignos y honrosos de toda la historia de este país. Su trayectoria personal merece el respeto y el homenaje de los españoles. Y se jubila como lo que siempre ha sido: un luchador inagotable, una persona de diálogo y un hombre de bien.
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