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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Arde el bosque

CON RETRASO respecto a años anteriores, debido a la tardanza con que se ha presentado el verano en varias regiones, pero con la misma fidelidad a la cita de todos los estíos, los incendios han vuelto a asolar este país en creciente desertización. Fue primero la isla canaria de La Palma y han sido estos días diversas zonas de la costa mediterránea. Uno de los incendios más graves entre estos últimos ocurrió el pasado miércoles en Picassent (Valencia) y acabó con 633 hectáreas de pinar y monte bajo. Otro, ocurrido en Pratd1p (Tarragona), calcinó 70 hectáreas de bosque y fue provocado por un vertedero municipal de basuras situado a unos 400 metros de la zona forestal siniestrada. En las inmediaciones de Sitges, en la misma provincia, otro incendio declarado el pasado jueves obligó a evacuar a unas 800 personas. Los especialistas han señalado que la elevada pluviosidad de la primavera e inicios del verano ha provocado una acumulación no habitual de matorrales, lo que si, por una parte, ha retrasado la llegada de la ola de incendios, ha favorecido, por otra, su extensión una vez declarados. Por lo demás, el año está resultando desastroso en materia de incendios forestales en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos. Estos días, un pavoroso incendio ha destruido millares de hectáreas de vegetación tropical en Brasil. En las cuatro últimas décadas se ha perdido la mitad de las reservas mundiales en bosque tropical.En España, cuya creciente desertización supone una hipoteca gravísima para las próximas generaciones, la frecuencia de los incendios ha ido en aumento. En el quinquenio 1981-1985 la superficie de suelo afectada fue de 1.200.000 hectáreas, de las que la mitad eran arboladas. En este quinquenio, la media anual de incendios fue de 8.000, siendo 1985, con 11.523, el peor año. Las pérdidas de vidas humanas y los daños económicos también han ido en aumento. Si en el quinquenio 1976-1980 murieron 55 personas, en el quinquenio siguiente la cifra fue de 57. Las pérdidas económicas pasaron de 115.000 millones de pesetas a más de 170.000.

Sin descartar la influencia de factores estructurales (fuerte combustibilidad de las especies vegetales mediterráneas, sequías prolongadas y veranos muy cálidos), está comprobado que más del 50% de los incendios no se producirían de no intervenir la acción, por negligencia o intencionalidad expresa, del hombre. Al incremento del incendiarismo humano contribuye, entre otros hechos, la creciente concentración de población en las zonas boscosas durante la época estival, la ausencia de tratamientos en los montes privados debido a su bajo rendimiento económico y la acumulación en los mismos de leñas y combustibles vegetales, y el uso habitual del fuego como elemento auxiliar en determinados tipos de cultivo.

La previsibilidad del fenómeno, por una parte, y la importante participación que en él tiene como concausa la voluntad del hombre, por otra, muestran cuál debe ser el camino que hay que seguir para impedir que cada año se produzcan los mismos ingentes daños. De un lado, es urgente mejorar la coordinación entre las diferentes administraciones, adecuando las necesidades de personal al carácter estacional del fenómeno, modernizando las dotaciones técnicas de los servicios de prevención, detección y actuación. En el terreno jurídico, y a la vista de que se considera que al menos cuatro de cada diez incendios son provocados deliberadamente, la legislación debería actualizarse, agilizándose los procedimientos judiciales de manera que el efecto reparador y ejemplar de la aplicación de la justicia fuera realzado. De las 51 causas por incendios forestales instruidas en Cataluña en 1986, tan sólo cuatro habían sido resueltas en los 12 meses siguientes.

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