La mujer la Iglesia
LA PALABRA sacerdotisa no tiene en nuestro vocabulario más referencia que la dedicada a las mujeres que se emplean así en las religiones paganas, puesto que en las cristianas no existe el cargo. Hay que revisarlo: la Iglesia anglicana ha aceptado (a duras penas) la libertad para que sus distintas regiones consagren sacerdotisas, ministras, obispas. Puede ser un obstáculo para un próximo acerca miento ecuménico con el Vaticano, que mantiene su postura rígida frente a la participación de la mujer en el sacerdocio. Las principales dificultades que, desde la Reforma, se alzan entre las dos iglesias están en la ardua cuestión de las vías de salvación -del alma: la vida eterna, y el Vaticano no entiende que la inu . jer oficiante puede ser una de esas vías: su papel principal, como gusta a este Papa repetir, es la imagen de la Virgen María: "De rodillas al pie de la cruz". Esto es, la contemplación y la oración, nunca la toma de disposiciones.Muchos obispos de la Iglesia anglicana comparten esa opinión; sólo para evitar el cisma se ha dado este permiso para que cada región del mundo decida según su voluntad. Inglaterra está en contra, a pesar de la presión a favor de Margaret Thatcher -muy comprometida para ella-; los países nuevos -Estados Unidos y Canadá-, a favor, y los africanos aparecen eclécticos y se reservan sus propios derechos. Aun sin cisma, es una rotura de la unidad anglicana, que tuvo su auge y su desafío a Roma en los grandes tiempos del imperio -por cuestiones de matrimonio, divorcio y herencia de Enrique VIII- y que se debilita cuando el imperio se deshace, la modernidad quiere entrar y las dudas sobre tradiciones y formas antiguas se hacen universales. En líneas generales, los conservadores dentro de las iglesias rechazan a la mujer y los progresistas la acogen. Es un fragmento más de la vieja batalla de la igualdad.
La razón intrínseca del conservadurismo católico y anglicano se fija en la persona de Cristo: era hombre, y es ese modelo el que debe prevalecer. La mujer no es hombre, y no puede ser representante de Cristo. Hay otras razones sociales, del juego judeo-cristiano-romano sobre la sociedad: la sumisión de la mujer al hombre y su papel de vaso sagrado de la reproducción. San Pablo dijo: "Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos como al Señor, pues el marido es jefe de la m jer como Cristo es
Jefe deja Iglesia". Otros padres de la Iglesia la relacionan con el demonio muy directamente. "¡Soberana peste de mujer", decía san Juan Crisóstomo, "dardo agudo del demonio! Por la mujer el diablo ha triunfado sobre Adán y le ha hecho perder el paraíso". Es una relación muy estrecha con el pecado original y, sobre todo, con la fornicación, bestia negra para los votos de castidad. San Agustín: 'Ta mujer no puede enseñar, ni testimoniar, ni comprometer, ni juzgar, con tanto mayor motivo no puede mandar". San Juan Damasceno era más directo y sencillo: 'Ta mujer es una mala borrica". Y san Antonio: "Cuando tengáis delante una mujer, creed que tenéis ante vosotros no un ser humano, no una bestia feroz, sino el diablo en persona". El rosario de citas podría ser mucho más largo. Está en la lógica de las cosas que una institución basada en ese pensamiento y esa fe no pueda dejar entrar en su seno la "horrible tenla", que decía san Juan Damasceno.
El cambio anglicano regional tiene en cuenta, sin embargo, una modernidad que se atribuye siempre en mayor medida a los reformistas, más capaces -y de ahí su nombre- de buscar una adaptación al cambio de los tiempos de lo que tiene por revelado. Sin embargo, una buena versión semántica de lo escrito podría variar mucho estas creencias. Pero primero hay que perderle el miedo a la mujer. No parece tan fácil para esos recatados varones.
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