La lección de Salar
LA SOLIDARIDAD ha ganado esta vez la batalla a la xenofobia y al racismo y ha impedido que la aplicación estricta de la ley genere un acto injusto e inhumano. Los vecinos de Salar, pueblo granadino de 3.000 habitantes, han logrado retener entre ellos a Dieng Assane, joven senegalés de 19 años, afincado desde hace meses en la localidad como horticultor y al que la autoridad gubernativa había decidido expulsar de España por carecer del permiso legal de residencia. La protesta generalizada de los vecinos ha hecho el milagro. Porque milagro es arrancar de la autoridad el compromiso público de concederle al joven senegalés el permiso de residencia si previamente vuelve a su país y regresa de nuevo a España.El caso Assane tiene un valor especial si se tiene en cuenta que son cada vez más frecuentes en España los brotes de racismo frente al extranjero de tez oscura o frente a grupos minoritarios autóctonos que viven al margen de los valores sociales y culturales de la mayoría de la población. Y es tanto más de resaltar por cuanto que se ha producido en el seno de una comunidad agrícola que se ha mostrado capaz de echar por la borda fáciles prejuicios raciales basados en el color de la piel y de captar en el emigrante venido de fuera valores humanos más esenciales.
Porque, seguramente sin darse cuenta exacta del alcance de su acción, los vecinos de Salar han señalado el camino a seguir ante el fenómeno de la emigración de gentes de otros continentes a Europa. Dentro de muy poco tiempo desaparecerán las fronteras en el interior de la Europa comunitaria, al tiempo que se hará más agudo el desequilibrio demográfico entre unos países europeos envejecidos y necesitados de mano de obra y un Tercer Mundo joven y prolífico. El continente entero, y España con él, será un enorme arco iris de religiones, culturas y colores de la tez. Quienes intenten parar esa tendencia contribuirán a constituir una sociedad escindida en guetos y minorías. Por el contrario, quienes trabajen por amortiguar el choque cultural e integrar democráticamente a los recién llegados contribuirán a construir la Europa del futuro. Y esto es justamente lo que acaban de hacer los vecinos de Salar al defender el derecho de un joven emigrante a vivir entre ellos.
A medida que se acerca 1993 se hace perceptible en Europa una razonable inquietud por los efectos que la supresión de las barreras intracomunitarias pueda producir en la seguridad de los europeos. Ello va a llevar inexorablemente a un reforzamiento de las fronteras exteriores de la CE, de las que el tramo español es el más extenso. Pero la Europa comunitaria cometería un grave error si este fortalecimiento exterior, exigido por la amenaza del terrorismo o la actuación de las mafias organizadas, se convirtiese en barrera infranqueable para el flujo de emigrantes de los países del Tercer Mundo que miran hacia ella como acogedora tierra de asilo y llaman a sus puertas en solicitud de refugio, trabajo y un poco de solidaridad.
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