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Tribuna
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Renovar las políticas

El robustecimiento del Parlamento exige que los partidos, y muy especialmente el, PSOE, residencien buena parte de sus iniciativas políticas y de sus proyectos de renovación en su representación parlamentaria. Si realmente se desea revitalizar la acción política y el incremento del aprecio ciudadano por la democracia representativa., en vez de situarse a la defensiva frente al oportunismo de buena parte de la oposición, el PSOE debe abanderar un cambio de óptica en favor de la centralidad del Parlamento.El resultado final del proceso de transformaciones sociales que está viviendo España depende en muy buena medida de las políticas económicas, industriales y tecnológicas. La orientación de las mismas va a determinar a medio plazo la morfología productiva de nuestro país, los factores económicos más influyentes, la competitividad internacional, el grado de autonomía y, la capacidad de reacción de España en el concierto económico transnacional. Sobre estas políticas conocemos intervenciones y explicaciones de coyuntura, así como sus resultados y, en todo caso, la proyección que de los mismos puede hacerse para el futuro inmediato, pero se echa en falta un horizonte de decisiones estratégicas. Quizá eso ocurre porque sobre política económica ni los partidos ni los agentes sociales más representativos han alentado un debate prospectivo sobre opciones a medio plazo. Y si alguien lo intenta, sólo consigue provocar el recelo y la irritación de los actuales rectores de la economía.

Lo que ocurre con el conocimiento económico en nuestro país es que existe un desequilibrio insoportable entre gente no experta y expertos sin poder, por un lado, y una elite particular de tecnoexpertos, por otro, que tienen un enorme poder y, capacidad de iniciativa. Estos últimos controlan magistralmente desde hace muchos años el circuito de información privilegiada y especializada que desemboca en los responsables políticos del Gobierno, los cuales se ven abocados a tomar decisiones entre las limitadas opciones que les ofrecen esa minoría de expertos.

Debate racional

Para superar ese desequilibrio no hay que renunciar a la solvencia del especialista, sin la cual es imposible actuar con un mínimo de racionalidad y eficacia, de lo que se trata es de rescatar la discusión sobre políticas económicas del oscurantismo en que esa particular sofocracia tecnocrática la tiene secuestrada, forzando un debate racional, abierto, no demagógico, pero socialmente comprensible, sobre opciones económicas, modelos de crecimiento y sobre las nuevas concentraciones de poder económico. De este modo, a lo mejor es posible que los argumentos de unos otros puedan liberarnos del acogotamiento que padecemos los indocumentados en esta materia y por el cual en economía todo lo que se nos propone es necesario y lo necesario, virtuoso.

Hoy día resulta casi una utopía lograr que el Estado sea una Administración racional y eficiente de los recursos públicos y de las decisiones que los representantes democráticos toman. Pero lo cierto es que la reforma del Estado sigue siendo el otro pilar básico de nuestro proyecto de modernización. Un criterio plausible, que mejoraría el acoplamiento entre burocracia y eficiencia, puede ser el de que las decisiones relevantes sean decisiones verdaderamente políticas, es decir, tomadas por órganos responsables y representativos, pero, a su vez, que la ejecución de dichas resoluciones por los órganos de la Administración pública se produzca de un modo totalmente profesionalizado. Politizar las grandes decisiones y profesionalizar su ejecución puede ser un lema aconsejable para las políticas de reforma de la Administración.

Pero el éxito de esa profesionalización, y una optimización de la gestión, sólo será posible si la Administración introduce incentivos competitivos y asume en la lógica de su funcionamiento las exigencias de una racionalidad técnica y económica. En términos muy parecidos se expresaba no hace mucho Bruno Trentin, senador del PCI y secretario general de la central sindical más importante de Italia.

Una sociedad como la española, que se parece cada vez más a las de su entorno europeo, disfruta de sus ventajas, pero también padece, incluso de un modo más acentuado, sus disfunciones, y una de las más graves es la que produce el proceso de dualización social, el aumento de sectores sociales que viven en los bordes del sistema o incluso fuera de él. De ahí que las políticas de integración deban constituir una prioridad fundamental si no queremos que esa cara oculta de nuestro crecimiento termine abriendo grietas de deslegitimación en lo que ha sido un importante salto adelante de la modernización de España.El problema en nuestro país es que, a pesar del esfuerzo realizado, las políticas de protección y reinserción social son todavía redes muy frágiles. Ello hace que la discusión sobre cómo mejorar esas políticas o se quiera a veces eludir, o sea presa de la retórica y la demagogia. Por ejemplo, el debate sobre el salario social o sobre la oportunidad de una asignación universal garantizada no debería darse por zanjado, más bien al contrario, debería abrirse rigurosamente, planteando no sólo las diferencias de concepción que sobre el mismo existen, sino los graves problemas de financiación que cualesquiera de las soluciones a las que se arribe terminan encontrando. En cualquier caso, la polémica debería huir del simplismo expeditivo y el maniqueísmo en que a veces se expresa, siendo conscientes de que una orientación factible de dicho asunto debe relacionar renta mínima, medidas de inserción y derecho al trabajo.

Desviaciones

Deseo terminar estas consideraciones pensando en el partido en que milito. Desde los tiempos de Michels, Weber y Rosa Luxemburgo a hoy no han variado demasiado las desviaciones que ellos detectaban en las organizaciones políticas, sindicales y sociales en general. Pero lo que, en particular, me preocupa estos últimos tiempos es la sensación de aislamiento que parece apoderarse de la organización socialista. Ante la presión de una parte de la opinión pública que es compulsivamente antisocialista, la inclinación más fácil, aunque equivocada, es el repliegue. Por eso, el signo de la renovación interna deba venir de la mano de la apertura. Aislar la política es la pretensión de los conservadores, mientras que el impulso de una izquierda no conservadora debe ser el de socializar la política. Y en un momento en el que sólo queda en pie como proyecto de, progreso el socialismo democrático, no cabe otro camino para resolver los viejos y nuevos problemas que autotrascenderse. Acoger a todo aquel que se reclame de la tradición de izquierdas, y hacer que se sientan cómodos en el seno del partido, constituye una responsabilidad tras el derrumbe del comunismo. Hay que tender también puentes a esa izquierda sumergida, como la llamaba hace poco Flores d'Arcais, a esos ciudadanos que quieren volver al compromiso político sin convertirse por ello en políticos de jornada completa.

Una de las cosas que más desvelos produce, peor sabor deja y menos problemas resuelve son las disputas en los partidos por el reparto de poder interno. Soy un convencido de que un alivio para este malestar endogámico está en la capacidad que se tenga de desdramatizarlo y de reconducirlo a su dimensión real. Pero la cuestión de la democracia interna de los partidos no se resolverá dando vueltas al reparto interno de la influencia, sino rompiendo el cierre organizativo de los partidos, abriendo las puertas del mismo a electores y simpatizantes no inscritos para que éstos puedan condicionar sus políticas. Avanzando en esa dirección lograremos un partido vivo, realmente sólido.

En resumen, nuestro reformismo ganará credibilidad, a fin de cuentas, sólo si nos aventuramos a reparar a la intemperie y a renovar en alta mar.

Ramón Vargas-Machuca Ortega secretarlo del Congreso de los Diputados.

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