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Supervivencia del socialismo

Opina el articulista que el socialismo español debería centrarse sin demora en el desarrollo amplio y riguroso de la política social, en el estímulo de las experiencias de redistribución del capital y en un mayor interés por preservar el medio ambiente. En definitiva, no abdicar de un concepto progresista de la política.

Ser en estos tiempos un partido con causa tiene costes elevados. Los socialistas tienen un partido con causa, o al menos su vinculación explícita a una causa es innegable. Sin causa no hay socialismo: ella, y nada más, lo legitima, puesto que no hay ley histórica que a él conduzca. Pero el ambiente no parece estar hoy para causas partidistas. Que la palabra causa misma esté poco menos que trasnochada indica algo más grave que mero desgaste semántico. Causas progresistas, haberlas, haylas, pero andan en transhumancia insolente hacia el fértil territorio de los entusiasmos colectivos que aún guardan un rescoldo del ardiente encanto de lo libertario. De ello saben algo ecologistas, pacifistas y feministas. También lo saben aquellos movimientos especializados de la sociedad civil -Amnistía Interncional, Médicos sin Fronteras, Greenpeace y tantos otros-, que con impaciencia y tenacidad resuelven problemas concretos y urgentes al margen de los grandes partidos progresistas y de sus nobles pero postergadas causas.Aunque tal vez vaya a ocupar un espacio menor en los debates y discursos del 32º Congreso del partido socialista, la entrega de la iniciativa progresista a movimientos que caen fuera de él, o de las que su organización se desvincula cada vez más (como es el caso de, la UGT), es un asunto de extrema gravedad para el futuro del socialismo español. Muchos, preocupados por la inmediatez, no parecen percatarse de la envergadura de tal dejación. Mas si no se resuelve, el partido resbalará sin remedio, andando el tiempo, hacia la inanidad de gobernar por gobernar, alimentando, si consigue votos, a una clase política de polizones del erario público. Si, por el contrario, el PSOE es capaz de mantener una mínima y pundonorosa fidelidad eficaz, más allá de la retórica, a sus ideales, cabe aún la posibilidad de que el reformismo progresista continúe en gran media en sus manos.

Sería una tamaña insensatez pedir a un gran y complejo partido mayoritario, como es el socialista español, haber gobernado desde 1982 sin compromisos mundanos ni concesiones que por fuerza tienen que haber hecho mella en anhelos esenciales del movimiento socialista en el que se inspira. También lo sería esperar que ningún pillastre o hasta redomado sinvergüenza, miembro del partido, sucumbiera a las tentaciones sórdidas de la corrupción política. A los fundamentalistas, creyentes a pies juntillas del socialismo dogmático, corresponden los aspavientos de rigor ante la supuesta traición a estos o aquellos principios por parte del Gobierno. Y a los magistrados, pero también a responsables del partido, limpiarlo regularmente de rufianes. En lo que, en cambio, podrían concentrar su atención con provecho las huestes socíalistas españolas es en establecer tanto los objetivos como las estrategias viables a través de las cuales, y sin dilación, puede su partido poner en marcha una práctica genuinamente socialista del poder político democrático. Una práctica, se entiende, perfectamente compatible con aquellas exigencias insoslayables del momento con las que tiene que enfrentarse cualquier Gobierno, seal cual sea su cariz: la lucha contra la inflación, la desaparición de la violencia política, el incremento de nuestra competitividad económica y técnica, la mejora del nivel científico del país y la perennemente pendiente reforma de la Administración.

Sin abandonar esas tareas básicas -las que han de posibilitar la gobernabilidad del país y contribuir a, la europea y aún a la del mundo que rodea a nuestro continente-, la preocupación socialista debería consistir en superar la modernización como única idea legitimadora y poco menos que monopolista de su gestión. La modernización, por sí sola, yerma de contenidos éticos innovadores para la mayoría, sólo puede ser una causa para la derecha. Ya está bien que lo haya sido, excepcional y transitoriamente, para un Gobierno socialista.

Medidas efectivas

De lleno, pues, en el más moderado terreno de la sensatez socialista, no es excesivo exhortar a los militantes del PSOE a que pongan en marcha el único programa efectivo de medidas que puede salvar a su partido de una lenta degradación futura. Degradación que lo lleve eventualmente a la esclerosis terminal. Son medidas, ante todo, perfectamente compatibles licon el mantenimiento del orden económico y político del país en estos momentos y, por tanto, incapaces de provocar mayor hostilidad en la oposición que la asimilable en la liza política. Además, si los costes políticos de su aplicación pueden ser relativamente bajos, sus beneficios, en términos de credibilidad socialista y apoyo popular al PSOE en las urnas, pueden llegar a ser muy considerables. Me resultaría difícil hacer aquí un inventario completo de medidas específicamente socialistas que pueden ponerse en práctica sin amenazar las sacrosantas estabilidades ni la gobernabilidad del país, pero varias pueden mencionarse.

Un Gobierno socialista debe serlo de redistribución y solidaridad, rezan nunca consabidos cánones. No haber creado desde el primer momento un Ministerio de Asuntos Sociales fue un error, menor si se para uno a pensar en la urgencia de otras tareas, como las primeras reformas educativas, militares y de hacienda y sanidad. Tal vez ello justificara con creces la omisión. Ahora, afortunadamente, existe, pero es menester potenciarlo más aún, como creación al empeño socialista. Y hay que hacerlo elaborando una política social coherente, meditada y lo menos dispersa posible en programas y servicios sociales desperdigados. (La creación de un centro importante de política social -público, semipúblico o privado- como los existentes en otros países sigue, mientras tanto, a la espera).

Poco onerosa sería la potenciación del movimiento cooperativista y el fomento de la autogestión. Hace algunos años, en la euforia política transicional (que lo fue también transitoria para muchos), solía hablarse de "socialismo autogestion ario". Tautología, si las hay. Nadie pide al Gobierno que suma a las Españas en una reforma radical hacia el cooperativismo y la autogestión, y menos en el clima de neoliberalismo capitalista que aún predomina, muy a pesar de las rachas huracanadas que nos vienen de Persia y Mesopotamia. Lo que con mayor modestia y posible eficacia se sugiere es que se estimulen las experiencias de redistribución del capital, las empresas cooperativas, las escuelas de economía llamada social, y cuantas expresiones el comunitarismo económico sean viables. Pedi- esto en el país en el que se halla enclavado Mondragón -objeto de reverencia mundial- no puede ser cosa de arbitristas. Un tercer ejemplo de lo que debería proponerse hacer un partido que está en el poder y que es socialista es, inevitablemente, el de la intervención ecologista. Y aquí no podemos andar con medias tintas. Si Asuntos Sociales se creó tarde, pero se creó, el Ministerio del Medio Ambiente brilla por su inexistencia, mal Suplido por una recién decretada secretaría de Estado. la indiferencia a la gravedad de la situación ecológica y la pasividad y hasta connivencia gubernamental en la destrucción de nuestra naturaleza serían imperdonables en cualquier Gobierno. Descalificarían para siempre al que se proclamara socialista.

Cuestión de plazos

El 32º Congreso -aparte de su batalla por la consolidación de un pluralismo libre de personalismos en el PSOE- debería hacer suyas medidas inmediatas, que, paradójicamente, tuvieran la vista puesta en el largo plazo. La consecución a largo plazo de una sociedad más habitable y decente depende de que las medidas a corto y medio plazo sean convincentes y dotadas de una cierta contundencia. Deben ser medidas que, de algún modo, prefiguren con claridad el porvenir hacia el que desean caminar los socialistas de este país. Sin pedirles que se aficionen a la incierta ciencia de la futurología, sí sería mejor para nuestros comunes intereses -y para su propio porvenir político- una mayor precisión acerca del mundo que su causa promete.

Salvador Giner es catedrático de Sociología de la Universidad de Barcelona.

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