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Alemania, un cuento pacifista

La doctrina de los caracteres nacionales se revela en estos días como la que siempre fue: como un prejuicio. ¿Qué ha sido del temido furor teutonicus? Con la conquista pacífica de la antigua RDA parece haberse adormecido la voluntad de poder, tan temida y admirada en otro tiempo. No obstante, después de la caída del muro, en 1989, ha habido todavía un par de estrategas electorales de entre las filas de los verdes alternativos que, mitad aterrorizados, mitad fascinados, han hablado de una "Alemania como potencia mundial". Sin embargo, la realidad de la guerra caliente en Oriente Próximo está devolviendo la nueva Alemania a su verdadera dimensión: a la dimensión de una potencia europea de tipo medio. Afortunadamente, le falta el poder económico-militar y la oportuna psicología social para convertirse en un temido IV Reich. Incluso en los círculos derechistas más empecinados nadie desea un papel hegemónico de Alemania. No obstante, la discusión pública en torno a la guerra y la paz se caracteriza por una enconada agresividad, como si la guerra no hubiera sucedido en el Golfo, sino en el Elba.Desde los tiempos del rearme de los primeros años ochenta, la atmósfera pública está programada hacia la paz. Con la finalización del conflicto Este-Oeste ha perdido su base el movimiento pacifista, que veía a Alemania en el centro del teatro de la guerra nuclear. No sólo desde esa época, sino también desde la época de la guerra de Vietnam, existen aún muchas cuentas sin saldar. Éstas están siendo presentadas ahora al nuevo movimiento pacifista, que en la mayoría de los casos reacciona con desvalimiento y con simplicidad política. Los viejos izquierdistas se esconden tras un pacifismo rigorista que no se apoya ya en argumentos, sino en el sentimiento. Figuras con guadaña, esqueletos y botes llenos de sangre de cerdo constituyen el equipamiento básico de toda manifestación pacifista que se precie.

Existen buenas razones para preferir el empleo de medios bélicos contra la política de pillaje practicada en el Golfo por Sadam Husein, pero también hay argumentos que permiten calificar legítimamente como un error la ruptura de la política de sanciones. Sólo que en Alemania apenas se argumenta ya, sino que se enfatiza ostentosamente la propia posición. El núcleo no político del movimiento pacifistaista está formado por muchachos en edad escolar, que eran los que integraban las masas de las manifestaciones callejeras. Están movidos por el horror ante una realidad casi surrealista: en la época en que amenazaba la destrucción por el conflicto Este-Oeste parecía que la guerra se había tornado imposible; ahora, sin embargo, se hizo totalmente cercana a través de los medios de prensa. La política de censura de los medios desempeñó un papel desafortunado. Propició reacciones irracionales y reforzó la sensación de no poder creer a alguien. La crítica barata de los medios de prensa se hermanó con una profunda actitud antiamericana, convirtiéndose en una válvula de escape para una cólera impotente.

En el ámbito de los 12quierdistas alternativos, el antiamericanismo parece ser la forma moralmente legitimada de la xenofobia, que se ha convertido en parte integrante del chovinismo de bienestar del baluarte de Europa. En este sentido encuentra expresión en Alemania un frustrado nacionalismo negativo y una envidia al justo medio de la población alemana, que es el que ha resultado beneficiario de la paz en el proceso de descomposición del socialismo real. Todo esto viene guarnecido de un marxismo popular y vulgar de lucha del pobre contra el rico y que se proyecta haciendo abstracción de los hechos reales de la pasada guerra. El miedo conjurado impide la reflexión: al pueblo de Israel no se le permite un miedo legítimo ante el sesgo que Sadam Husein introdujo manu militari. Sobre este trasfondo estalló una guerra de sentimientos que se manifestó en pros y contras sobre las partes en guerra. Para mantener la imagen pacifista se minimizó la agresión de Sadam Husein y se la disculpó mediante la maldad general de mundo. Irak aparecía como una víctima inocente de los intereses norteamericanos por la hegemonía mundial, cifrados en el bajo precio del petróleo. Si fallan los argumentos hay que presentar fórmulas políticas mágicas. De forma consciente e inconsciente se establecieron líneas alemanas de continuidad: la experiencia alemana de la gran guerra mundial, de la última guerra, fue manipulada con el objeto de fundamentar un rechazo abstracto de cualquier tipo de violencia. Pero en la mayoría de los casos la protesta no fue tan inocente como se presentó: a Hamburgo y Dresde se los comparó con Bagdad, pero no con Tel Aviv.

La extensión de la guerra a Israel por Sadam pudo conducir a una nueva reflexión. Sin embargo, en contra de esto estaba una derecha agresiva que se aprovechó del vacío moral que dejó tras de sí una izquierda que se refugió en un pacifismo abstracto. En este campo se abrió un entusiasmo belicista que se legitimó mediante un específico imperialismo alemán de responsabilidad. En este plano se encontraban los derechistas y los izquierdistas alemanes, los establecidos y los alternativos. De la historia alemana se sacan lecciones que, en cualquier caso, sirven de fundamento a una especial responsabilidad de Alemania, bien a favor de los judíos, bien a favor de los palestinos. Ambas partes se desvincularon de la política real cuando entraron en el campo de batalla moral. Y así, ya en positivo, ya en negativo, se creó la falsa imagen mundial de que la lucha por Kuwait era en realidad una lucha por el derecho a la existencia del Estado de Israel. Sin que las partes públicamente contendientes se hubieran apercibido de ello, Sadam Husein logró en la discusión alemana lo que se propuso ante la opinión pública mundial: de su envite por Kuwait surgió una contienda de opiniones sobre Israel.

es sociólogo de la Escuela de Francfort y escritor.Traducción: J. A. Pestaña.

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