Konchalovski abre la competición con una insólita visión de Stalin
Andréi Konchalovski, niño prodigio del cine soviético hace un par de décadas y que, tras su exilio, entró en las nóminas del cine estadounidense, ha vuelto a trabajar en su país con El círculo del poder, que anoche inauguró la Berlinale. El relato, basado en un hecho real, es una insólita incursión en las interioridades de la vida de Stalin en el Kremlin, desde la víspera de la guerra mundial hasta su muerte. Por desgracia, los resultados de la película están muy por debajo de la altura de sus ambiciones.
La fábula que quiere contar Konchalovski es apasionante. Se trata de la historia real de un curioso personaje llamado Iván Sanshin, un proyeccionista de cine al servicio del KGB, al que un azar convirtió en proyeccionista privado de Stalin en la sala personal que éste tenía en el Krenilin.La brillante anécdota ofrece un camino originalísimo para entrar, desde un acceso inédito, en algunas claves desconocidas de la sombría personalidad del último superviviente -a todos los demás los eliminó él físicamente, incluido probablemente el propio Lenin- de Octubre de 1917: el tirano, junto a Adolf Hitler, más sangriento de todos los tiempos.
Sin embargo, esta magnífica historia es desperdiciada por Konchalovski en el desarrollo del guión, que se resiente de una rutinaria distribución y ordenación de una materia dramática muy rica, que así queda empo brecida. Por otro lado, la realización en imágenes de este desequilibrado guión es muy pobre: lo que Konchalovski cuenta es fascinante; pero el cómo lo cuenta le deja a uno completamente indiferente.
Únicamente las creaciones interpretativas de Bob Hoskins en el siniestro personaje de Laurenti Beria y Lolita Davidovich en el de la muchada violada por Stalin están a la altura de las circunstancias.
Occidental
En la conferencia de prensa que siguió al estreno del filme (que es una coproducción ruso-italiana) le reprocharon al cineasta ruso que había hecho una película demasiado "a la manera occidental": vacía y fácilmente digerible.Andrei Konchalovski respondió que no consideraba cierto distinguir entre cine hecho a la rusa y cine hecho a la americana. Y añadió: "Sobre todo desde la instauración del libre merado de películas en mi país, que provocará fuertes modificaciones en la sensibilidad del espectador ruso".
Fue esta una manera habilidosa de salirse por las ramas, pues no se le preguntaba nada de eso, sino que El círculo del poder contiene un asunto profundo resuelto mediante imágenes superficiales; y en el que se despilfarra con salidas de tono seudorreligiosas.
Un ejemplo al respecto es la idea falsaria y retrógrada de que Stalin era ni más ni menos que Satanás, lo que endulza al filme queriendo endurecerlo, pues mucho más duro es decir que Stalin es lo que realmente fue: un hombre y por cierto bastante mediocre.
La película era pues una ocasión inmejorable para hacer lo que hasta ahora nadie hizo, vulnerar un tabú histórico de esta envergadura.
Konchalovski ha tenido por ello en sus manos la mejor historia que le han ofrecido en toda su carrera y la ha echado a perder.
Diablo
Se diría que, involuntariamente, al diabolizar la figura humana del tirano, el cineasta padece o ejerce una especie de estalinismo al revés, un cultivo de la mentira histórica.Mucho más convincente que la de su director vino a ser la respuesta del actor estadounidense Tom Hulce -que continúa sin desprenderse del amaneramiento con que interpretó el personaje de Mozart en Amadeus- a una pregunta sobre el fondo del filme: "Me quedé tan perplejo", dijo el actor, "al leer esta tremenda historia sobre Stalin, que probablemente contagié al personaje con mi propia perplejidad".
Es ésta una inmejorable definición de la película: una película perpleja e impotente para conducirnos a lo que busca.
Babelia
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