La degradación del centro moviliza a los vecinos
La estación de metro de Latina exhibe unas antiguas fotografías de color amarillento que muestran el mercado de San Miguel y la calle de Segovia. Es el viejo Madrid. El genuino. El que olía a madera y a cereal. Ya en la superficie, la calle de Maldonadas huele a pis. Como la plaza de los Carros o la calle del Codo, o las escaleras del Viaducto. Ese olor acompaña el recorrido por el Madrid de los Austrias, que cubren miles de turistas guía en mano. Es omnipresente; como los buenos restaurantes, las cacas de perro, las casas en ruina y la invasión de vehículos y empresas inmobiliarias. Los vecinos ya se movilizan.
Desde la plaza de las Maldonadas se llega a la del Humilladero, dejando a un lado el mercado de la Cebada y al otro el teatro de La Latina, tan unido a Lina Morgan como Teruel a sus amantes. "Junto a este lugar se emplazó hasta mediados del siglo XVII la puerta de Moros, entrada de la muralla medieval de la villa", reza un cartel. Ahora se emplaza el quiosco de Emilio, de 57 años, que ha vivido ahí toda su vida. "Yo esta zona la veo muy bonita", dice. "Aquí he crecido. Antes nos íbamos a Las Vistillas, que era un parque divino. Ahora, con la droga, es imposible".
Otra placa, adosada a un edificio de ladrillo, rinde homenaje a José López Silva, coautor de la zarzuela La Revoltosa. Probablemente, a López Silva la inspiración musical se le habría evaporado con los bocinazos de las decenas de camiones y furgonetas que aparcan en la plaza. "El mercado hace que haya mucho tráfico", explica Emilio. "Ahora hay dos calles cortadas, porque están haciendo un aparcamiento, y esto se pone imposible".
En la calle de la Cava Baja, Marisa pasea a su hija en un carrito. "Lo de este barrio no tiene nombre. En el número 30, una constructora ha echado a los vecinos para remodelar el edificio. Lo hacen siempre. Y luego, ya ves. Aquí están Casa Lucio, Esteban, El viejo Madrid... Los que vienen a comer ahí aparcan donde quieren. A ésos no se los lleva la grúa".
En la plaza de los Carros varios ancianos se sientan a la sombra, en medio de un fuerte hedor a meada. "Esto no se conserva como se debe", dice Eufemia, que ha conocido esas calles "con coches de caballos". "Hay muy poco respeto. Aunque tampoco te vayas a creer que todo estaba antes más limpio".
Paja y 'Iitronas'
De la plaza de la Paja se dice que fue el corazón del Madrid más antiguo. En ella se vendía la paja que producían los campos de la fundación de la Capilla del Obispo. Por ella arrastraron sus faldones los Reyes Católicos y el cardenal Cisneros, y es probable que hasta se celebrara alguna corrida de toros. Hoy, doña Isabel no daría crédito: litronas, papeles y cartones siembran el suelo. Las papeleras se rebosan con basura de varios días. Frente al número 16 un enorme colchón se descuelga de un contenedor."Aquí vienen a defecar hasta los perros de Carabanchel", explica Francisco Vergara, "pensionista de los de 43.000 pesetas", que lleva viviendo ahí 55 años. "Los viernes y los sábados, los coches que vienen a los restaurantes aparcan unos encima de otros. Cuando llueve, se anegan las alcantarillas. A mediodía, algunos jóvenes se pican en la escalinata de la Capilla del Obispo y los camellos merodean por aquí. Ponlo, que no tengo miedo, que ya he pasado la guerra civil".
En la calle de San Justo, frente a la basílica de San Miguel, hay tantas cacas de perro como baldosas. En las calles de Puñonrostro y del Codo, la decoración se diversifica un poco más: a los excrementos caninos se une alguna vomitona. Muy cerca, el palacio de Iván de Vargas, "al qual sirvio como criado el glorioso St. Ysidro", presenta un aspecto ruinoso.
Los habitantes del viejo Madrid, Ios de toda la vida" y los recién llegados, juran cuando van a la compra, cuando vuelven y cuando no pueden pegar ojo por las noches. Nunca ha sido un sitio cuidado, dicen, pero la degradación está llegando a extremos insoportables.
Los vecinos de las plazas del Conde de Barajas y del Conde de Miranda han decidido actuar. Sus calles, declaradas peatonales, se han convertido, como otras muchas de la zona, en un aparcamiento libre.
"¡Pasen y aparquen!"
"Hemos llegado a extremos tan inauditos como tener a unos mendigos -el grupo de los costras- vigilando a los coches para que no se los lleve la grúa", explica una vecina mientras otea por la ventana del salón. "Antes la Policía Municipal nos hacía algo de caso. Ahora se ríe de nosotros". A esto se añade la acumulación de suciedad -"aquí limpian sólo el día de la procesión"- y la delincuencia. Por ello han enviado un escrito a la Junta Municipal, cuyo presidente, Ángel Matanzo, dice no haber recibido. "No nos ha llegado ninguna queja, y yo siempre me he preocupado mucho por estas cosas". ¿La invasión de automóviles? "Eso es cosa de Circulación". ¿Y la basura? "Esperanza Aguirre [concejal de Medio Arnbiente]". "Hay que recuperar el casco antiguo, pero eso no puede hacerse con el presupuesto municipal. No estaría mal que el señor Felipe González Márquez nos diera una décima parte de lo invertido en Sevilla o Barcelona. Madrid también merece algo, ¿no?". La plaza de la Villa, sede del Ayuntamiento, reluce, por contraste, como una patena. Los únicos restos son las migas de pan que picotean las palomas.
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