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45º FESTIVAL DE CANNES

David Lynch cierra de forma mediocre su serie 'Twin Peaks'

Ayer Cannes 92 se convirtió en una sucursal celestial del infíerno Primero fue el gracioso, original e ininteligible cineasta chileno Raúl Ruiz quien nos vendió, en un galimatías preciosista franco-luso-británico titulado Dark at noon, estampitas irreverentes de la Virgen María flotando entre nubes y haciendo falsos milagros. Y luego le llegó el turno al famoso David Lynch, esta vez perfectamente linchable, quien, después de enredarse en no se sabe bien qué confusas aventuras seudo-diabólicas, quiso darnos la solución al enigma de la muerte de Laura Palmer en Twin Peaks, y lo hizo con la exageración y el vocerío propios de quienes no tienen nada que decir.

Terminó la interminable Twin Peaks como la película de Raúl Ruiz: también en forma de estampita irreverente con levitación celestial incluida. La película con que el estadounidense David Lynch cierra su popular serie de televisión se titula El fuego va conmigo, lo que, aparte de sonar a estribillo del rock malo que abunda en su película, nadie sabe exactamente qué significa. No es sin embargo casual del todo el título, pues la película va de dura, cuando en realidad es blanda y su fuego es de hielo: un frío cálculo de mercadotecnia destinado a redondear en el cine un negocio televisivo probablemente ya agotado en su medio. Es sabido que las más grandes tonterías sólo se les ocurren a los más grandes listos. Éste es el caso de El fuego va conmigo. Puesto que la trama asesina que acabó con la vida de Laura Palmer no acabó de resolverse en la pequeña pantalla, Lynch decidió dar la solución en pantalla grande. El resultado está aquí, y es retorcido y mediocre de solemnidad, porque ni siquiera como revelación de la autoría del famoso crimen imaginativo resulta creíble, satisfactorio ni claro.

La serie Twin Peaks comenzó bien, dirigida por el propio Lynch: intrigando con buenas artimañas a la gente. Pero Lynch se desentendió pronto de la dirección, se dedicó a embolsarse su dinero, y la serie se embarulló, tal vez preparando así el terreno a esta película final, con la que el cineasta intenta devolver dignidad a un buen asunto progresivamente erosionado. No lo consigue: todo lo contrario, lo erosiona y degrada más. La proyección de este último Twin Peaks dedicada a la prensa comenzó con risas esperanzadoras y premonitorias de diversión; pero pronto pasó al anuncio de ese mal silencio que genera el cine aburrido y, finalmente, provocó silbidos y pateos.

Resulta que la difunta Laura Palmer resucita, y descubrimos que en realidad se trata de una especie de arcángel de estampita que, al final de la película, tiene todo el aparejo volador de los angelitos, alas de pluma incluidas. Y la chica se salva y va al cielo, como manda Ronald Reagan, mientras que su asesino se queda aquí, en el infierno de la tierra, para pagar sus culpas con el fuego. O sea, moralina barata pegada a un celuloide pretencioso, altisonante y retórico.

Que Lynch tiene talento es cosa que demostró en Cabeza rasurada, en la admirable El hombre elefante y, a ratos, en Terciopelo azul y Corazón salvaje. Pues bien, en este broche de Twin Peaks, todo está domesticado, comenzando por lo más indómito del estilo de Lynch, que es su probada capacidad para hacer un uso provocador del mal gusto.

La película cuenta lo nunca contado: los siete días que precedieron al productivo asesinato de Laura Palmer. Y a tenor de lo que descubrimos en este hasta ahora desconocido principio, hay que poner en cuarentena todo su desarrollo posterior, que en pura lógica hay que considerar como una falacia, pues sólo artificio se puede extraer de la pura artificialidad.

El fuego va conmigo es una película tan tramposa que se merecería que contásemos quién es el criminal. Pero en realidad no podemos hacerlo, pues no acaba de saberse bien quién mata a la chica. Una de dos, o esto es una torpeza mayúscula o un nuevo alarde de listeza por parte de Lynch, ya que puede ser el indicio de que nos amenaza con una tercera serie de Twin Peaks.

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