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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Enseñar deleitando

QUÉ GRAN opinión tendrán de nuestra enseñanza universitaria los estudiantes extranjeros que vengan a los extendidos cursos de verano: si este derroche de materias y opiniones se hace con la frivolidad del verano, pensarán, ¿qué altura alcanzarán en los cursos reales? Ninguna. Más vale que no lo sepan. Uno de los visitantes de verano, Juan Goytisolo, sí lo sabía, y se quejó de ello en el mismo curso en el que era figura principal. ¿Es posible hacer una comparación entre la Universidad real y este espejismo de ciudad dorada que se refleja en las calimas del verano? ¿Es injusto? ¿O son dos cosas que no tienen nada que ver entre sí, aunque ahora se usurpe el nombre universitario y sean los mismos rectores los que organizan y dirigen ambas cosas: pobres en invierno, ricos en verano, la cigarra y la hormiga?En verano pueden ampliar sus materias hasta el absurdo: mirar al cielo a ver los ovnis, tema de cursillo de apariencia científica, o traerse de Japón a los luchadores de sumo, haciendo para ello camas y bañeras especiales. Pueden crear una sensación de Pimpinela Escarlata al traer a Salman Rushdie e impulsar al rector Villapalos a proyectarse a Irán a pedir su indulto, como ya fue a Irak para pedir el de los rehenes españoles.

Todas estas llamadas universidades y sus extensiones nacieron en los años de la República, creadas por la Institución Libre de Enseñanza, que tenía una confianza ilimitada en la naturaleza. Eran más bien contrauniversidades desplegadas frente a una enseñanza que todavía era muy ciega y una cultura vetusta; creaban la confianza entre el ponente y el alumno, la convivencia de té y simpatía del sistema anglosajón. Eran ricas en intención y modestas económicamente. La inflación, la decoración y el boato las acompañan ahora. Desbordan el sistema de enseñar deleitando: lo desbordante es el deleite.

Quizá sea posible contar cabezas para saber si hay más profesores, encargados, ponentes, relaciones públicas, secretarios, invitados especiales, familiares de invitados especiales, invitados más corrientes, parque de automóviles, aficionados al chapuzón y a la gastronomía, e incluso al paisaje, y periodistas de todos los medios, que verdaderos alumnos: sobre todo, que alumnos extranjeros, en quienes se pensaba para la original extensión universitaria y su convivencia; para el idioma español, para la cultura española, que existía con bastante fuerza. Más o menos que ahora: sería motivo de un estudio, de, una difícil comparación entre calidad y cantidad; incluso de saber si en los tiempos originales de la Menéndez Pelayo estaba esta cultura y la clase dirigente española mucho más cerca de Europa que ahora.

No está claro si es mejor que existan estos cursos de verano o que no existan. La posibilidad de remunerar a artistas, intelectuales y científicos, y la de darles la posibilidad de estar presentes en un cuadro universitario, es siempre interesante. No suelen ser personas adineradas, y tal vez esas cantidades que escandalizan a nuestros visitantes extranjeros sean una especie de compensación convenida, algo con lo que se cuenta para el presupuesto anual. Pero seguramente sería preferible que toda esta inversión fuera hacia el invierno, a los cursos normales, y que esos artistas y sabios (incluyendo a los catedráticos titulares) comparecieran en ellos. Los patrocinadores deberían tenerlo en cuenta en su benemérita intención: la inversión daría más rendimiento intangible -en los jóvenes cerebros- durante el curso que en la temporada de las piscinas, las paellas y los amores de paso.

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