Morir en provincias
El 4 de agosto se nos fue José Luis López-Cid, en la mítica ciudad de Orense. A lo largo de varios días el periódico local y las secciones provinciales de sus hermanos mayores dedicaron sentidas palabras a su último viaje. Su entierro fue una manifestación. contenida de estupor: los que lo conocieron lo entienden. Brillaban los ojos de los periodistas locales preguntándose cómo podrían organizar en su ausencia una hoja cultural, con información última de lo que se estaba haciendo en el mundo; de los creadores de la forma intentando hacerse a la idea de que quien los sacó de pila en su primera exposición, hasta llegar a Berlín, a Nueva York o a París, había enmudecido; de los socios de la Filarmónica pensando en las notas con documentación recién llegada de Londres. No sé lo que estaban pensando los presidentes de palacio, de la casa grande o de los museos y archivos: José Luis huía de las alfombras y de los despachos, pero nunca faltó su discreto asesoramiento a beneficio de inventario.Sus amigos sabemos que murió en agosto para evitar molestias; que evitó su inevitable homenaje público para ahorrar lugares comunes; que difirió la publicación de su nutrida obra para hacerse perdonar los chispazos de éxitos pasados y ahorrar publicaciones perecederas.
En fin, que habitó el silencio oficial e hizo de él una de las bellas artes. Fue, no hay que decirlo, un provinciano universal -"en pugna con el trastrueque de valores, con el interesado imperio de los mediocres, con la vulgaridad, con la falta de estatura moral, con todo lo que repta en la viscosa vida provinciana"-, que así lo vio el célebre poeta innombrable.
¿Y bien? Pues que el silencio también se nombra. Que la provincia es así; entre otras razones, porque se la condena. Que una vida que tanto fuego ha dado no puede recibir el silencio repentino e insoportable.-
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