Terror en Egipto
EL ATENTADO integrista que el pasado miércoles estuvo a punto de causar la muerte del ministro de Interior de Egipto, Hasan al Alfi, hace inevitable el recuerdo del que costó la vida al presidente Sadat. La política represiva de Mubarak respecto al integrismo, apoyada en la multiplicación de condenas capitales contra los activistas, no parece debilitar a los terroristas.Con tres muertos y 13 heridos, además del ministro, se trata del atentado más grave en los 19 meses que dura ya la ola terrorista que padece el país. La Yimaa Islamiya se ha declarado responsable de la casi totalidad de estos atentados, pero todo indica que existe una maraña de grupúsculos terroristas unidos por el objetivo final de aplicar la charía -la ley del Corán- para establecer una república islámica.
La dura represión de los últimos meses -detenciones a tiro limpio, aumento de las condenas a muerte- ha hecho temer a sectores moderados de la población que se produzca un deslizamiento hacia un régimen policial. Tal es la gran cuestión en estos momentos: para evitar que Egipto caiga en manos del integrismo, ¿puede justificarse la aplicación de métodos represivos que violan los derechos humanos? El problema se ha puesto al rojo al absolver el Alto Tribunal de Seguridad a los acusados por el asesinato, en 1990, del presidente del Parlamento, por haberse demostrado que sus confesiones habían sido arrancadas mediante tortura. En realidad, y aparte de su inmoralidad intrínseca, los hechos demuestran que la aplicación de esos métodos. salvajes no sirve para frenar o destruir un movimiento como el integrismo violento.
El problema es tanto más importante por el papel de Egipto en el escenario internacional. Sin haber sido nunca modelo de democracia, ha constituido un nexo necesario entre Occidente y el mundo árabe. Probablemente, en los tiempos que se acercan, ese papel será aún más necesario. Tal vez lo que pretenden los terroristas es que su ofensiva convierta a Egipto en un país cuya política interior y de derechos humanos le haga perder la confianza de las democracias occidentales. Razón de más para evitar esa provocación.
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