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Entrevista:

"Hay un vendaval de derecha en Italia"

No nos encontramos con frecuencia Umberto Eco y yo, pero nos conocemos y nos escuchamos desde hace 30 años, cuando él empezó a colaborar en L´Espresso, que yo dirigía. Eran los tiempos del Grupo 63, pequeña vanguardia si se la comparaba a los grandes movimientos de los primeros 20 años del siglo, que dieron tono al arte y a la literatura contemporánea; en las aguas estancadas de la vida italiana de entonces aquella revolución cultural en miniatura hizo ruido y suscitó fragorosas polémicas e imprevistas solidaridades en el mundo de las letras. Poco después vino el Sesenta y Ocho, y todo lo que le siguió en política y sobre todo en los comportamientos sociales y culturales. Umberto Eco participó intensamente en aquella larga y agitada estación, que no fue sólo italiana, sino europea y mundial.En aquellos años nos encontrábamos con frecuencia en Roma y Milán. Los estudiantes habían invadido las plazas, nacía el feminismo, aparecía una nueva izquierda libertaria y desacralizadora. Después llegaron los años de plomo y allí empezó el drama que ahora estamos viviendo. "Una generación entera ha sido segada", dice Eco. "Fue como una guerra que arrojó fuera a toda la clase dirigente que debería haberse adueñado de las riendas del poder en los ochenta".

Pregunta. Si falta una clase política de recambio, ¿por qué se ha declarado contrario a las llamadas a los intelectuales para que se presenten a las elecciones?

Respuesta. Yo no he dicho que si un intelectual descubre una vocación en la acción política no deba seguirla. He dicho que no tiene sentido ampliarla a la categoría de los intelectuales como tales. Es como si, de repente, faltasen cirujanos en los hospitales y se pidiese a los arquitectos y a los poetas que fueran a operar de apendicitis. El problema, lógicamente, es crear nuevos cirujanos, y pedir a la Universidad que los prepare cuanto antes. Si el intelectual hace bien su papel de escritor, de profesor o de investigador, es allí donde debe servir a la sociedad, no desempeñando una función que no sabe hacer.

P. ¿Está en contra de quienes consideran la política como un hobby para diletantes?.

R. No acepto que los políticos sean unos sinvergüenzas por definición como se dice. Los políticos son personas que se dedican a un cierto oficio y deben hacerlo bien y con total dedicación.

P. ¿Entonces la política es un trabajo de profesionales?

R. No quiere decir que haya que serlo durante toda la vida; pero mientras se hace es un trabajo serio. Hay que tener una idea del bien común, ser capaces de formular proyectos, tener una buena conciencia de la pública administración para gestionar aquellos proyectos y, por último, la capacidad de suscitar y obtener consenso. ¿Te parece que puede ser un trabajo de part time?

P. Pero a los profesionales los hemos visto y son un desastre.

R. Lo que hemos visto ha sido una casta que, única en el mundo, ha permanecido en el poder durante 50 años, sin renovarse, sin un recambio generacional constante y una dialéctica entre las partes. Quizás un profesional como Andreotti, si hubiese tenido la posibilidad de estar cinco años en el Gobierno y cinco a la oposición, habría sido distinto.

P. Pero entonces hay una contradicción en lo que dices.

R. Repito. Si un intelectual tiene vocación política debe realizarla. Pero hay otros modos de empeñarse y de criticar a la clase política. ¿No se empeñaban Pier Paolo Pasolini y Alberto Moravía con sus libros o artículos? Aparte ciertas discusiones recientes, también Leonardo Sciascia se comprometió con fuerza como narrador y moralista. Y cuando llegó a diputado entendió que no era su profesión y lo dejó enseguida.

P. Y Umberto Eco ¿está comprometido?

R. Creo que sí, en la enseñanza, escribiendo. En tiempos de las Brigadas Rojas escribí para La Repubblica un artículo de crítica sobre la utopía terrorista. Años más tarde fui castigado por hacer un examen universitario en la cárcel a uno de los dirigentes de aquella época, el cual me dijo que, junto con otros compañeros suyos, había discutido mucho aquel artículo y que les había servido para reflexionar sobre sus contradicciones.

P. ¿Cómo te sientes en este país donde está triunfando la emotividad, la visceralidad, la demagogia, la superficialidad?

R. ¿Ve como no soy apto para ser político? A algunas de estas preguntas creo que ya he respondido trabajando desde 1981 a 1988, cuando publiqué El péndulo de Foucault. Allí intenté representar cómo la irracionalidad puede corromperse y engendrar esos monstruos que Goya veía nacer del sueño de la razón. Sé que no soy modesto, pero había lanzado entonces una alarma y hablaba de lo que iba a suceder más tarde. Mira, hasta Craxi, con su síndrome del compló, parece arrancado a mi libro.

P. Soplan vientos de derechas. ¿Lo nota?

R. Demasiado. Sopla un vendaval.

P. ¿Cuál es la razón? Porque la Izquierda nunca ha gobernado. Ha estado siempre en la oposición. Tras 40 años de Gobiernos conservadores, ésta era la ocasión

R. Hay dos razones, una universal es que desde la Revolución Francesa la izquierda está destinada a no gobernar. Y si llega al poder se encuentra a todas las fuerzas conservadoras unidas para hacerla fracasar. Y entonces, o se convierte en terror o lucha duramente contra el enemigo pero desgarrándose internamente. En Italia, la historia es distinta. Hoy lo que llamamos la derecha (excepto los fascistas o posfascistas) no es derecha, por lo menos no en el sentido francés, inglés o alemán. Es un vendaval, una revuelta contra el Estado. Y por una circunstancia histórica muy curiosa, desde el pacto constitucional, firmado implícitamente por Togliatti, la llamada izquierda soviética, revolucionaria, se ha convertido en un baluarte del Estado. Acuérdese del terrorismo. Quien más defendió al Estado fue la izquierda.

P. También las Brigadas Rojas eran de izquierdas.

R. Pero su lucha era contra el partido comunista, que identificaban con el Estado. En aquellos años, las instituciones democráticas fueron salvadas más por Berlinguer que por Andreotti o Cossiga.

P. La que hoy se presenta como derecha es un liberalismo muy individualista, pero ¿qué le hace pensar en una revuelta contra el Estado?

R. Que es una derecha de los lobbies. En Estados Unidos, éstos están reconocidos como sujetos legítimos que pueden influir al descubierto en la política del país. Aquí se quiere llevar los lobbies al poder. Y si miras a nuestra historia, verás que nuestro país no pudo nunca ser un Estado nacional, por lo menos hasta el Renacimiento, porque existían los Gobiernos locales de los lobbies. ¿Quiénes eran, por ejemplo, los Medici?

P. Creo que Berlusconi se sentiría muy halagado viéndose comparado a un señor renacentista.

R. Y a su modo lo es. Italia nunca quiso ser un Estado. Fue el país de las corporaciones... Y su problema es que nunca ha logrado tener una figura paterna. Ha sido más bien una corporación de tíos, con una madre indulgente, la Iglesia. Y creo que un país sufre sin una imagen. paterna fuerte.

P. Pero de vez en cuando sentimos la necesidad del hombre fuerte, del hombre de la providencia.

R. Y ése fue el éxito inicial de Mussolini. Pero no fue un padre escogido, sino soportado, y después desilusionó... Berlusconi tiene éxito porque de nuevo aparece como un tío.. El padre es la ley. Nuestro país no sabe identificarse con la ley. Y sin saber identificarte con la Ley, te encuentras con una Tangentópolis endémica.

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