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Las obras en la zona del atentado durarán 15 días y costarán 120 millones de pesetas

Ana Alfageme

A la plaza de Ramales, el escenario anteayer del último atentado de ETA en Madrid, le están restañando la sangre de sus heridas: 120 hombres contratados por el Ayuntamiento trabajaban en la mañana de, ayer desmontando la madera inservible de los ventanales, las persianas combadas y los vidrios que amenazaban caer. Así estarán durante 15 días. Parecía cualquier tajo..., pero con cinco ramos de flores en el suelo, en memoria de los tres muertos.

-A los muertos le sirven las flores allí donde murieron, no en el cementerio- decía Luis, mirando de reojo los cinco ramos, apoyados en la casa de Ramales, 2 (esquina a Amnistía) que el día anterior había visto morir a tres personas.Luis, el vigilante de la tienda turística Lepanto, en Ramales, 2 , es un hombre cumplidor, de 30 años. Acostumbra a estar en su puesto -en la calle, al lado de la puerta de la tienda- a las ocho en punto de la mañana. El viernes se le pegaron las sábanas veinte minutos de más y serían las 8.40 cuando llegaba a Bailén.

De no ocurrir este imprevisto, Luis sería hombre muerto. Sobre su tienda voló el cuerpo del técnico del Ballet Clásico de Madrid para aterrizar en un balcón del primer piso.

Flores anónimas

-Los ramos los ha puesto la tienda, dijo Luis.

Pero el dueño, un hombre de pelo cano, cortés, acostumbrado a lidiar con autobuses enteros de japoneses que visitan la tienda en busca del bolso, el pañuelo, el cuero español, tiene rémora en confesarlo:

-Las flores se han puesto y da igual quien ha sido.

Luis, el vigilante, se quedó toda la noche en la tienda y echó una mano para que la tienda recuperase la normalidad ayer. El hombre inauguró su nueva vida y las cinco de la madrugada fue a casa -vive en Fuenlabrada- a ducharse y a tranquilizar a su mujer.

Hasta por el césped del monumento que se erige en el medio de la plaza pasó la bomba como un ciclón que dejó amarillento parte del pasto. Las fachadas de algunas de las casas más hermosas de la ciudad exhibían agujeros de metralla, manchurrones negros... hasta el Palacio Real perdió algún cristal y recibió algún trozo de metralla.

Por entre los obreros, andaba, con un casco amarillo, Fernando Macías, jefe del Departamento de Protección a la Edificación del Ayuntamiento. Las noticias que salían de su boca eran mejores que el día anterior: "Ya hay gas en toda la zona, hasta la entrada de los edificios, igual que el 90% de las casas ya tienen conectado el teléfono en las fachadas; el alcantarillado, que ha sido revisado, está en perfectas condiciones, y las bocas de riego", resumía Macías.

A sus espaldas, el colegio República Argentina -uno de los 42 edificios afectados, con 160 viviendas- tenía ya cristales nuevos. "Hemos sacado 52 contenedores de escombros ya", añadía Macías, que se ha llevado a la zona la grúa que se utiliza habitualmente para reparar cornisas. "Toda la noche han estado trabajando 20 o 30 hombres en cosas más silenciosas, para que los vecinos pudieran dormir", decía Macías, "pero el resto del tiempo, hay 120 hombres en el tajo: cristaleros, carpinteros, albañiles... de todos los oficios". El Ayuntamiento se gastará unos 120 millones en reparar las ventanas y balcones, la electricidad, el teléfono y los servicios de cada casa. "Pero no los enseres y el mobiliario, el equipo de música que se ha estropeado o el sofá" precisaba Macías. Ese dinero adelantado por el Ayuntamiento debe ser restituido por el Ministerio del Interior.

"La verdad es que los del Ayuntamiento se han portado estupendamente", decía doña Pilar, viuda de Fernández de Córdoba, y propietaria -junto con su familia- del palacete del siglo, XVII, llamado también casa de los Guzmanes y hogar del válido Felipe III, el Conde Duque de Olivares. A su vera, los terroristas aparcaron un Ford Sierra con 40 kilos de explosivo.

Militares en la casa

La anciana, que es un poco sorda, estaba ayer nerviosa, con las manos otra vez tiznadas, de nuevo con su bata azul, mientras unas chicas limpiaban. Le explicaba a su hija Sonsoles que los terroristas lo habían hecho aposta y es porque entre los Férnandez de Córdoba hubo militares de alta graduación.

Sonsoles, que llevaba ya rellenas cuatro hojas de un cuaderno grande con los desperfectos del palacete anotados, le decía a la madre, quien se salvó de la muerte por dormir en otra habitación al ser verano:

-Que no, mamá, que ahora vivimos aquí otra generación, que ellos no han pensado en eso, les da igual.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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