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Entrevista:MUJERES

"El artista es un intermediario entre lo divino y lo humano"

Ouka Lele ha vuelto del destierro. Hace un par de años dejó atrás Madrid, las cámaras, la prensa y el recuerdo de la movida y aprovechó para descubrir Mallorca de la mano de su hija María y reencontrarse con la pintura con la que coloreaba sus fotografías. Hoy, de regreso, Ouka Lele se reparte al cincuenta por ciento entre lienzos y negativos, y todavía encuentra tiempo para ilustrar globos aerostáticos, diseñar cortinas de ducha, preparar exposiciones, escribir poesías y conceder esta entrevista, la primera en una larga temporada. Ouka Lele, de 37 años, habita un mundo propio donde no se lee el periódico ni se ve la televisión, come avellanas lentamente y pasea por el Retiro con zapatos bordados con estrellas. Sus cuadros rebosan corazones y sus últimas fotografías retratan a vírgenes que siempre dan el pecho a los niños.Pregunta. Usted siempre tuvo claro que quería ser artista, pero ¿en qué sentido? Porque lo de artista es un concepto muy amplio.

Respuesta. Para mí el artista es una especie de transmisor de la Belleza, así, con be mayúscula. Un intermediario entre lo divino y supernatural y lo humano. Ésa era mi idea, aunque en mi casa el arte se decantaba más por la pintura. Mi abuelo pintaba, y mi padre, y muchos fines de semana nos poníamos los dos con un caballete. De la fotografía ni se hablaba.

P. Al principio, además, usted la odiaba, ¿no?

R. Sí, porque todos los amigos que tenía a los 16 años tenían cámara y moto. Y aquello era como el mundo de las máquinas, que me parecía tan lejano como me lo parecen ahora los ordenadores. Pero un amigo me habló de un curso de fotografía y mis primeras fotos las publicaron en un libro. Fue el destino. Porque para mí la fotografía ha sido un regalo. Como si te dan de repente una varita mágica para poder expresarte totalmente.

P. Pero la ha abandonado por la pintura.

R. Me reparto entre las dos al cincuenta por ciento. Pero pasé una crisis. Me iba de vacaciones sin cámara ni nada, porque me di cuenta de que quería vivir las cosas, no fotografiarlas. Y empecé a pensar que quería convertirme yo en la cámara. Es decir, que tú mires la realidad, y que esa realidad pase a través de ti, y que salga de tu mano. La pintura es más viva. ¡Huy, me van a matar los fotógrafos...!

P. ¿Tuvo ese cambio algo que ver con el nacimiento de su hija?

R. Sí. Yo siempre había coloreado mis fotos, pero no había llegado a retomar la pintura del todo. Y durante el embarazo no podía hacer nada: me ponía sobre un papel y me salía una cosa horrible. Ya me lo habían dicho, que la creatividad se la lleva toda el niño. Pero, en cuanto nació, me resultaba más fácil pintar. Porque como le das de mamar y tienes que cambiarle los pañales, no tienes tiempo para nada. Y es mucho más fácil coger un lápiz que irte con la cámara. E incluso, según ha ido creciendo, es más fácil sentarte a su lado a pintar, y que ella de vez en cuando te meta un rayazo en el lienzo, que hacer una foto.

P. Y cuando le mete el rayazo, ¿qué hace?

R. Pues lo aprovecho (risas).

P. ¿Qué es lo que le atrae ahora de la pintura?

R. La libertad. Porque para mí la pintura es como la música, y los colores son como las notas. La pintura te sale del corazón. Y puedes hacer lo que quieras, no tienes que ceñirte a una imagen real. Y también que es como empezar de nuevo. Porque ahora, después de 12 años haciendo algo que sabes que controlas, es un riesgo lanzarte a otra cosa. Y yo con la pintura me siento como una principiante. Además, sabía que todo el mundo esperaba que siguiera haciendo fotos y era como decir: o lo corto ahora, o ya me he metido en el lío de estar encasillada para siempre.

P. Pero sabrá usted, por mucho que le fastidie, que también está encasillada como Ia niña bien de la movida madrileña".

R. Sí. Hubo un tiempo en el que me fastidiaba tanto que empecé hasta a tomar manía al nombre de Ouka Lele y a todo, porque era un personaje con el que yo no me identificaba en absoluto.

P. Pero era inevitable...

R. Sí, ya sé que hubo una época, cuando teníamos todos 18 o 20 años, en la que hubo de pronto una explosión artística, una casualidad. Una generación en la que había mucha gente interesante haciendo de todo. Era muy creativo, y yo estoy encantada de haberlo vivido, pero de ahí a la imagen que se ha dado de noche y drogas pues no, nada de eso. Y ser la reina de la movida y esas tonterías no me interesaba nada. Para mí fue una maravilla conocer a toda aquella gente, porque me sentía bastante sola, bastante bicho raro, y de pronto vi que había otras personas que estaban igual que yo, interesadas en lo mismo.

P. ¿Sigue viendo a Ceesepe, al Hortelano y a sus compañeros de entonces?

R. Sí, y a lo mejor ahora hago una portada para Enrique Sierra, que es uno de Radio Futura. Nos vemos, pero nunca hablamos de los tiempos pasados. Hablamos de los tiempos de ahora.

P. ¿Hay algo que eche de menos de esos tiempos pasados?

R. No, nada. No lo echo nada de menos porque ahora hago lo que tengo que hacer. Ahora tengo una hija de tres años y no salgo por la noche ni nada. No he ido al cine desde que nació. Pero eso es lo que me pide el cuerpo. Sin embargo, me encanta ver a toda aquella gente que ha salido a pulso de la nada, porque hay una especie de hermandad con ellos.

P. Las crónicas dicen que compartieron ustedes muchos momentos buenos, pero también muchas épocas malas y cutres. ¿Qué hay de cierto en eso?

R. Que ha habido gente que ha venido buscando en mí una historia de Dickens, para poderla escribir y que les quedara más bonito. Se han inventado un poco al personaje. Es cierto que no teníamos dinero, pero no pensábamos en eso. Y yo estuve enferma con un cáncer, sí, justo en ese momento de ebullición, en tratamiento, sin pelo y con un pañuelo en la cabeza... Pero me quedaba en el Rockola hasta las siete de la mañana, como los demás.

P. Da la sensación de que usted vive en un mundo propio, poblado de gnomos, estrellas, cuentos de hadas y conchas marinas. ¿Es tan mística como parece?

R. No sé si soy mística, ojalá lo fuera. Desde luego, me encanta el misticismo. Me encanta san Juan de la Cruz. Y tengo una parte infantil, pero no es que no me guste ser adulta. Lo que no me gusta es representar un papel absurdo de adulto. Me parece falso.

P. ¿A qué papel se refiere?

R. Pues a que, desde que nací, yo miraba a la gente por la calle, y veía la realidad, y me preguntaba: ¿pero cómo se pueden creer lo que están haciendo? Ver a las señoras con el pelo cardado, y todos como haciendo papeles de cosas y creyéndoselo muchísimo. A mí me parecía un teatro, pero también un espanto. Por eso intento mantener la mirada libre. No decir nada, mirar para adentro y, simplemente, hacer y sentir lo que tú eres y lo que tú sientes.

P. ¿Y cómo hace para no contaminarse?

R. Yo creo que me estoy contaminando todo el rato, pero es como si dentro de mí tuviera una aguja que oscila de un lado a otro, bing, bing, bing, que tiene que estar en el centro y que siempre está basculando. Es una lucha.

P. Eso debe tenerla permanentemente asombrada.

R. Sí. Por ejemplo, yo ahora voy a una playa y veo una lata de coca-cola y me da como asco, y me hace pensar en que qué pena, qué guarros somos. Pero ves a un bebé de siete meses que va por esa playa y que, de pronto, se le ilumina la cara al ver la lata, porque brilla, y la coge, y le parece un tesoro. Y aunque sea una basura, qué maravilla que pueda verlo de esa manera tan limpia, que sea capaz de gozar hasta con la basura.

P. Como diga esas cosas, también la van a matar los ecologistas.

R. Leí una vez a un jefe indio que decía que aunque estemos ya en lo más horrible y putrefacto, y que todo esté contaminado, de pronto ves un charco de gasolina en la carretera y ves que brilla con el color del arco iris porque le da el sol. Y eso quiere decir que sigue habiendo esperanza, porque sigue luciendo el sol y sigue habiendo belleza. Quiere decir que pase lo que pase, la vida sigue, y hay que ver siempre las cosas con esa mirada primera, llena de poesía.

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