"¿Que es lo que se pretende al elaborar una terna: tres opciones diferentes o una lista integrada por tres hermanos gemelos?"
(Cantero Cuadrado, en la reunión del Consejo del Reino para proponer el sustituto de Arias)
El tiempo juega en contra del proyecto del Rey. JUNIO 1976En junio de 1976 don Juan Carlos ya estaba convencido de que la persona idónea para ocupar la presidencia del Gobierno era Adolfo Suárez. Ya no existía el problema de quién ni el de cuándo, puesto que había coincidencia en que el relevo debía ser inmediato. Sólo subsistía un problema: cómo, y esta interrogante tenía dos dimensiones: ¿cómo conseguir la dimisión de Arias y la inclusión en la terna del candidato a la Corona? Respecto a la dimisión de Arias ya hemos hablado. Respecto a la terna hablaremos ahora.
La inclusión en la terna del candidato de la Corona planteaba a su vez dos dificultades: primera, más que nunca, el tiempo era oro. Entre la comunicación de la dimisión de Arias y la designación del nuevo presidente no podía transcurrir ni un minuto más de lo que exigía el respeto a los trámites procedimentales; y ello por una razón obvia: ni Arias era todavía un cadáver político ni la capacidad de maniobra del Rey era tan amplia como para poder situarse al margen de toda presión.
El tiempo jugaba en contra del proyecto del Rey y a favor de quienes, instalados en el aparato del Estado, incluido el Consejo del Reino, sostenían su propio proyecto. Si la decisión se demoraba, las presiones comenzarían a resultar insoportables; y no olvidemos que el general Armada presionaba desde el mismo corazón de la Casa del Rey.
A la luz de esta evidencia, seguramente pueda hacerse una interpretación más generosa y más inteligente de la decisión del presidente del Consejo del Reino de institucionalizar las reuniones de este alto organismo de forma continuada y periódica. No se trataba de fortalecer las instituciones del franquismo, sino, simplemente, de estar preparados para la decisión, "porque no se sabía ni el día ni la hora". Y efectivamente, cuando llegó la hora, y no por casualidad, el Consejo del Reino tenía reunión extraordinaria y pudo dar salida rápidamente (1 de julio) al trámite del "oído" a la dimisión del presidente y decidir, no menos rápidamente (días 2 y 3), la tema que se propondría al Rey. En suma, celeridad, prudencia y sigilo, absolutamente indispensables para el éxito de una operación perfectamente planificada. Ni el Rey ni el presidente del Consejo del Reino tenían la menor duda de que el día y la hora habrían de llegar. Era menester estar preparados y lo estuvieron.
La segunda dificultad consistía en incluir en la terna al candidato de la Corona. A nadie le puede escapar, y ya se ha dicho, que don Juan Carlos no heredaba de Franco ni su poder político ni su posición jurídica. En tiempos de Franco el Consejo del Reino había funcionado como un órgano subaltemo que legalizaba a posteriori la decisión tomada desde El Pardo. Mas esto ya no era posible, máxime cuando en el Consejo del Reino se sentaba una mayoría de personas sinceramente afectas al régimen franquista, con mayor o menor sensibilidad hacia el futuro y la necesidad de la reforma, pero con mayoristas e inequívocas reticencias hacia un proyecto de la Corona desvinculado, en su proyección de futuro, del Movimiento, del legado de Franco y de los últimos cuarenta años de la historia de España.
Reconstruir aquella reunión del Consejo del Reino no es tarea fácil, aunque ya se haya hecho, con mayor o menor fortuna, por algunos autores. Unas veces con aproximada veracidad, aunque con fuentes ocultas; otras, de forma disparatada. Nuestra reconstrucción tiene dos fuentes: una documental y otra que nace de conversaciones particulares de los autores de este libro con el que fuera presidente del Consejo del Reino. Quede la documentación para la historia y quede nuestra interpretación sometida al juicio de los historiadores.
El 2 de julio de 1976 se reunió el Consejo del Reino bajo la sensación general de que la crisis había sido una operación netamente monárquica y, que sólo personas muy vinculadas personalmente a la Corona tenían conocimiento de su preparación. Prueba de ello es que la mayoría de los ministros no sabían nada del cese de Arias hasta que él mismo lo comunicó en el Consejo extraordinario celebrado la tarde del 1 de julio, y que la mayoría de los consejeros tampoco lo sabían cuando aquella misma tarde, convocados para llevar a cabo una más de las reuniones que periódicamente se venían celebrando desde principios de enero, se encontraron con que tenían que dar su "oído" a la dimisión que el presidente de Gobierno había presentado al Rey podas horas antes, en el transcurso de un despacho en el Palacio Real.
Las reuniones del Consejo del Reino durante los días 2 y 3 de julio, para discutir y elaborar la terna de la que habría de salir el nuevo presidente, se caracterizaron por el secreto mantenido en torno a las deliberaciones, la cordialidad en las discusiones y la originalidad del sistema de votación.
El secreto fue respetado como nunca lo había. sido desde la creación del alto organismo, y ello fue comentado con extrañeza, no exenta de curiosidad, en los círculos habitualmente "bien informados". Al término de las reuniones, cuando el presidente del Consejo comunicó a los periodistas: "Hemos terminado la tarea encomendada y hay ya terna para elevar a Su Majestad el Rey", uno de ellos comentaba: "Algo raro ocurre esta vez; tanto con Arias como cuando Carrero, a estas horas, ya se había filtrado la terna".
Sin embargo, desde el primer momento se supo que las sesiones transcurrieron en un ambiente cordial y distendido que el presidente del Consejo del Reino resume, al ser preguntado si había habido unanimidad en las votaciones, con estas palabras: "Hubo unanimidad en la cordialidad". A crearla había contribuido la originalidad del planteamiento, y del sistema de votación.
El presidente [Torcuato Fernández-Miranda] abrió la histórica sesión del Consejo resaltando la responsabilidad de sus miembros en una coyuntura en la que sus decisiones serían de gran trascendencia para el futuro del Estado y la consolidación de la Corona. Desde este planteamiento de responsabilidad trascendente, y considerando que era precisamente de las distintas opiniones y preferencias de donde deberían partir las disculiones, el presidente del Consejo propuso la elaboración de un retrato robot con las características que, a juicio de todos los consejeros debería reunir el nuevo presidente del Gobierno.
Durante toda la tarde del día 2 de julio, los consejeros fueron exponiendo sus preferencias sin que en ningún momento se les comunicasen directrices ni sugerencias procedentes del palacio de la Zarzuela.
Tomó la palabra en primer lugar Miguel Primo de Rivera para asumir e insistir en la idea del presidente de la conveniencia de fijar el retrato robot.
A continuación, monseñor Cantero uadrado planteó con absoluta lucidez no exenta de sorn, el núcleo de la cuestión: "¿Qué es lo que se pretende al elaborar una terna? ¿Representar tres opciones diferentes, o confeccionar una lista que estuviera integrada por hermanos. gemelos?". Cantero estaba planteando un problema previo y fundante: ¿se encontraban los consejeros ante las tradicionales indicaciones de la Jefatura del Estado que convertían en ridículo todo intento de discusión, libre o, por el contrario, no había insinuaciones del poder y la deliberación iba a ser totalmente libre? Parece que Cantero no estaba directamente implicado con los intereses de ninguna familia del régimen y que su pregunta era tan escéptica como honesta.
Le respondió el presidente. Torcuato Fernández-Miranda era plenamente consciente de que aquél no era un Consejo del Reino de los tiempos de Franco y de que todo intento de imposición de un candidato tenía dos riesgos insoportables: comprometer a la Corona y correr el peligro de un fracaso estrepitoso. Más aún: correr el riesgo de propiciarlo, de provocar, frente a una explícita voluntad del Rey, la reacción negativa de quienes se sentían depositarios de las esencias del régimen. El presidente del Consejo respondió a monseñor Cantero que no había candidatos previos, que la decisión del Consejo era libre, que ni había ni habría indicaciones de la Zarzuela y que por ello convenía proseguir en la fijación del retrato robot.
El retrato robot de los franquistas. 2 de JULIO 1976
A continuación tomó la palabra Antonio de Oriol para fijar las características esenciales del retrato: debía ser anticomunista y un a persona que gozara de toda independencia tanto en España como en el extranjero; asimismo, debía estar dotada de firmeza y capacidad de diálogo, así como de capacidad física y buena salud.
Se iban poniendo de manifiesto exigencias previsibles, algunas ideológicas, otras tópicas. Ideológica era la exigencia de convicciones anticomunistas; tópicas, las exigencias de firmeza, autoridad y capacidad de diálogo... Junto a estos tópicos, luego se añadieron otros: bien visto por el Ejército, por las instituciones.... Pero entre estas manifestaciones tópicas había una útil que el presidente repitió eludiendo la impresión de insistencia: capacidad física, juventud... Era la primera puerta que involuntariamente se le abría a Adolfo Suárez.
Íñigo de Oriol insistió en alguna de las características ya apuntadas en la misma línea por su tío: persona de autoridad, de confianza (se supone que capaz de inspirar confianza al aparato de poder) y persona de experiencia.
Tomó la palabra de nuevo monseñor Cantero (y Torcuato Fernández-Miranda, complacido una vez más con su intervención, anotó: "[intervención] muy iluminadora"). Monseñor destacó uno de los caracteres tópicos -"el principo de autoridad"-, pero concebido en un determinado contexto: "persona abierta e integradora".
A continuación habló Dionisio Martín Sanz. Su intervención fue de las más radicales y el retrato robot que esbozó era de los más contrarios a las pretensiones de la presidencia: persona mayor ("de edad"), capaz de mantener la unidad sindical, capaz de un pacto social (a partir de los sindicatos verticales), leal, con autoridad e inteligencia... y ¡economista!..., Parece que para Martín Sanz el gran problema que se avecinaba era más económico (tecnocrático) que político (democrático)... A todo ello añadió muy serias reticencias respecto a la Corona en la tradición clásica del antimonarquismo falangista. Pero quizá su exigencia más rotunda y visceral fue la del anticornunismo... Esto era vital.
Íñigo de Oriol intervino brevemente para hacer una apostilla, seguramente al hilo de la argumentación tecnocrática de Martín Sanz, proponiendo un economista. Oriol reflexionó sobre el abandono del tema económico: "Arias descuidó la economía".
Miguel Primo de Rivera insistió en que el futuro presidente debía ser "aceptado por la banca". A ello añadió que tenía que ser una persona apta para conectar con las tendencias del momento y ganar las elecciones. Lo que significaba que Miguel Primó de Rivera también pensaba en la necesidad y en la inmediatez de un proceso electoral.
Tomó la palabra José Antonio Girón, que expuso ideas tan previsibles como inviables: hombre que mantuviera la unidad sindical, evitara la politización de los sindicatos, fuera anticomunista y antimarxista, y afecto a lo que significó el 18 de julio. Hombre de carácter...
Álvarez Molina habló con ambigüedad: "Un hombre con buena imagen cara al pueblo, cara al Rey y cara a las instituciones; que gobierne y mande con gran autoridad; que tenga conciencia del momento político". La cuestión era conocer a qué conciencia se refería, ¿a la de los consejeros?
Viola insistió en los tópicos: "Que sea capaz de enfrentarse a los problemas actuales", que tenga "prudencia y sindéresis" (aquí al tópico se le añade la pedantería), "que no sea virgen políticamente" (hombre de experiencia, "que esté abierto a las instituciones". Sin embargo, hubo dos elementos novedosos e interesantes en el planteamiento de Viola: quería una persona con buena imagen ante la prensa... y situó el problema en el contexto de la apertura de un proceso constituyente.
A continuación intervino el rector González Álvarez. En las notas de Torcuato Fernández-Miranda hay una expresión rotunda y llena de sorna: "Académico". En efecto, el rector, según parece, estuvo académico, alejado del sentido político, retórico, irreal... Insistió enfáticamente, una y otra vez, en la necesidad de la prudencia política (la obviedad reiterada resulta siempre cargante). Delimitó la geografía del Mediterráneo con exigencias hueras: "Ha de tener memoria del pasado" (¿qué memoria?), "vivencia del presente" (¿qué vivencia?) y "anticipación del futuro', (¿qué futuro?). Continuó su intervención con un riguroso diagnóstico de los problemas de España: el desarrollo económico y técnico. Y la ausencia de una mentalidad democrática. El rector concluyó preguntándose: "¿Capitalismo, sí o no? ¿Socialismo, no o sí?".
Araluce, que se movía en la línea de la lealtad a la Corona, señaló como características principales: "Buena imagen, lealtad al Rey, con experiencia en la gobernación del Estado, persona del sistema, de los 40 de Ayete y (...) no atado por dogmatismo (...), que no tenga ni poca ni mucha edad". Por último, desde la preocupación de la unidad de España, habló del problema regionalista. (El artículo 22 de la Ley Orgánica del Estado establecía la composición del Consejo Nacional del Movimiento, y en el apartado b) determinaba que 40 consejeros serían designados por el jefe del Estado entre personas de reconocidos servicios. Por coincidir la época de la designación con la estancia de Franco en el palacio de Ayete, en San Sebastián, a estos consejeros de designación directa se les conocía como "los 40 de Ayete". Al cumplirse las previsiones sucesorias, estos consejeros adquirían el carácter de permanentes hasta la edad de 75 años, y las vacantes se cubrirían por elección mediante propuesta en terna de este grupo de consejeros al pleno del Consejo. Así fue elegido Adolfo Suárez, frente al marqués de Villaverde y Carlos Pinilla, el 25 de mayo de 1976).
El general Vallespín hizo una breve intervención: el presidente no debía ser militar, aunque sí una persona bien recibida por las Fuerzas Armadas... También debía ser persona con buena capacidad física (otro argumento a favor de la salud y de la juventud que, como veremos, habría de tener su peso).
Lora-Tamayo hizo una exposición en la que, al parecer, confirió mayor importancia a la designación del Gobierno que a la de su presidente. Como si (y lo decimos con absoluta inseguridad) estuviera más preocupado por la composición del futuro Gobierno que por la persona de su presidente.
Por último intervino el general Vallespín, quien hizo una exposición de continuismo franquista en la que concebía al Rey como al verdadero presidente y al presidente como ministro del Interior.
La reunión concluyó. Había sido cordial y terminó de forma distendida. La cordialidad tuvo una causa directa: el presidente del Consejo no presionó, no dio indicaciones, se creó un clima de libertad. La operación Suárez era un secreto bien guardado. Los consejeros se sentían libres y seguros, por lo que no hicieron valer su poder. La mayoría creyó sinceramente que, "después de Franco, las instituciones", y singularmente el Consejo del Reino.
Copyright Lo que el Rey me ha pedido (Plaza y Janés).
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