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Beba agua

Ha llovido y más que lloverá. Los sistemas montañosos retienen una reserva de nieve sin precedentes; no para de surtir los embalses la constante escorrentía; pronto se añadirá el aporte de los deshielos; una cantidad considerable de presas está al límite de su capacidad; algunas han de aliviar el volumen de agua que excede sus posibilidades para evitar desbordamientos, fisuras o quién sabe si reventón. Es decir: sobra agua. Y se impone un eslogan o consigna que nadie ha tenido el sentido común o la decencia de divulgar: "Beba agua".Durante la pertinaz sequía las autoridades estuvieron inculcando a los ciudadanos la necesidad perentoria de ahorrar agua. No faltó quienes hicieran poco caso, pero los más atendieron inmediatamente el consejo: introducían botellas en las cisternas de sus inodoros para reducir su capacidad; abrían los grifos únicamente en caso de fuerza mayor y los cerraban presto; muchos renunciaron a los goces de la ducha salutífera o el baño relajante, se limitaban a pasar por someras aguas sus partes entrañables y algunos ni eso; tal cual suele acontecer en las siniestras situaciones de catástrofe colectiva, todos allegaron cuanto podían en bien de la comunidad.

Los hubo que se exaltaron y, como si hubiesen perdido el juicio, proponían a las autoridades que subieran el precio del agua (y éstas les atendían complacidas); fisgaban a la vecindad por si la sorprendían incurriendo en despilfarro y, donde no, buscaban maniqueos a fin de convertirlos en culpables de la escasez de agua, y así podían verter sobre ellos su iracundia, en forma de insidiosas soflamas.

Llegó el agua, sin embargo. Inundó determinadas zonas mientras en otras caía como una bendición; vivificó los bosques, regó las plantas, empapó la tierra, devolvió su naturaleza a numerosos arroyos y lagunas que durante décadas habían sido un secarral, llenó embalses hasta rebosarlos. Y ahora es justo que sea al revés: que las autoridades abran campaña para convencer a la población civil de que consuma agua hasta hartarse; que se duchen los que habían tomado la determinación de no volver a ducharse nunca jamás, y si no lo hacen de grado que sea a la fuerza; que la vecindad antes espiada pida cuentas a los que hollaron su intimidad; que los maniqueos víctimas de la grey prepotente e inquisidora tomen venganza y la peguen el gran broncazo; que baje el precio del agua.

Sobre todo que baje el precio del agua. Y, en determinadas circunstancias, que incluso sea gratis. No tiene ningún sentido que la presa de El Atazar, una de las destinadas a surtir Madrid, haya soltado en un solo día 90.000 litros de agua por razones de seguridad, cuando podría haber invitado a los madrileños que la usaran a su antojo. Mejor regalarla que tirarla. No ha sido la primera vez, como tampoco será última. Hemos sabido por este periódico que durante los últimos 18 inviernos -18 años hace; algunos llevan sin ducharse desde entonces- ha estado limitando sus volúmenes de agua almacenada -ora impidiendo que entrara, ora abriendo compuertas-, cuando los madrileños habrían podido disfrutarla.Si estamos a las duras habremos de estar a las maduras. Si los poderes públicos apelan a la responsabilidad de los ciudadanos, les exigen sacrificios, culpan a quienes no atienden las normas, les aterrorizan mostrándoles un futuro apocalíptico pues son tiempos de escasez, en tiempos de abundancia corresponde tranquilizarles, avisarles de que la crisis pasó con la misma publicidad y vehemencia que pusieron para dictar las medidas restrictivas, regalarles ese bien sobrante cuyo destino es la mar -"que es el morir", como dijo el poeta.

Hubo sequía, pero fue peor no porque los ciudadanos gastaban agua sin mesura sino porque se había venido desperdiciando a causa del mal estado de muchas conducciones y buena parte de los pantanos; y esto es culpa de los administradores del común. Lo menos que se les debe exigir, después de tanto tronar y tanta campaña poniéndonos a los administrados el corazón en un puño, es que asuman sus responsabilidades y rindan cuentas. O, por lo menos, que comparezcan y saluden a la afición.

Dos lunas faltan para el deshielo: a ver qué pasa.

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