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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El enfermo del Kremlin

POCAS SEMANAS después de ganar las elecciones presidenciales, Borís Yeltsin vuelve a inquietar al mundo con su mala salud. Ayer aplazó, sin previo aviso una entrevista en Moscú con el vicepresidente de EE UU, Al Gore, y se anunció que pasará sus vacaciones en un sanatorio. La idea de que el presidente es un factor de estabilidad para Rusia ha sido generalmente aceptada en Occidente en una situación en la que la única alternativa posible era el candidato comunista a la presidencia, Guennadi Ziugánov. Pero resulta cada vez más equívoca.Esto no le impidió seguir moviendo fichas personales en su entorno. La nueva plataforma de poder emergente en el Kremlin se perfila ya como una troika compuesta por el reaparecido primer ministro, Víktor Chernomirdin -representante de la nueva oligarquía financiera y económica, que había quedado en la sombra durante la campaña electoral-; el general Alexandr Lébed, secretario general del Consejo de Seguridad, y ahora el economista reformista Anatoli Chubais, nombrado director del gabinete de Yeltsin. El nombramiento del hombre que dirigió el primer gran impulso privatizador en Rusia es un gesto de Yeltsin para demostrar su voluntad de seguir avanzando por la línea de la reforma gradual, pero de manera decidida.

Lébed parece aprender rápidamente el oficio político. Sus declaraciones se han moderado significativamente, sin dejar por ello de acumular competencias desde su cargo de secretario general del Consejo de Seguridad y ampliar su base de poder en el Kremlin. Contrariamente a lo que se esperaba, la presencia del general Lébed en el Kremlin no parece haber cambiado en nada la política de Moscú en la guerra de Chechenia. La reanudación de la campaña por parte de las tropas rusas nada más superar Yeltsin el trance electoral hace sospechar que en ningún momento los intentos negociadores fueron algo más que recursos electoralistas del presidente. En pocos días parece haber vuelto a olvidar lo que le han tenido que recordar desde Washington y desde Europa y que él aseguraba haber entendido: que este conflicto no puede tener una salida puramente militar, sino que requiere una solución negociada.

Los chechenos no han recurrido aún al terrorismo que se practica en otros conflictos del planeta, pero todo indica que si continúan las operaciones de exterminio del Ejército ruso, acabarán haciéndolo. De momento, no hay motivo para vincular los actos terroristas habidos en Moscú durante los últimos días -la explosión en el metro y dos explosiones consecutivas en trolebuses- con la crisis chechena, por mucho que a las autoridades rusas les convenga hacerlo.

En todo caso, pasadas las elecciones con el triunfo de su candidato, Occidente no debería cerrar los ojos ante las realidades rusas. Yeltsin ha gastado parte de los préstamos internacionales en convencer a los rusos de la conveniencia de votarle. Y está por ver que Chubais, incluso desde su nuevo puesto, pueda imponer sus inequívocas ideas reformistas. Pero Occidente debería además estar atento a las tendencias autoritarias en alza. Éstas se alimentan en gran parte de ansias legítimas de seguridad por parte de una población que sufre la descomposición del orden público y los atropellos de las numerosas mafias. Han cristalizado ya en el fenómeno Lébed. Pero fácilmente pueden convertirse en una lucha más volcada en contra de las libertades que contra el crimen. Y esto no supondría ya sólo una amenaza para los rusos.

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