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El tubo de la prisa relativa

Antes de meterse en obras, para así poder reparar los muchos y veloces desperfectos de una trampa arquitectónica que se creyó sólida por moderna, el Centro Pompidou de París ha querido homenajear, a lo grande, a ese peso pesado del arte de este siglo, Fernand Léger, a menudo borrado de una fotografía imaginaria en la que Henri Matisse y Pablo Picasso aparecen ocupando todo el espacio francés y dándose, entre ellos, la espalda. El normando ateo no comulga ni con la sensual indolencia del primero, tan suavemente clásica, ni con el transformismo del también primero (habla Léger y dice "la Picassa"), muy capaz de arrancarse por malagueñas en todos los idiomas y en ninguno. A quien Léger envidia es a Cézanne, humanizado en rasgos por Henri Rousseau. Pero, un buen día, rompe con lo nacido de esa sana envidia y se adentra en el tubo de la prisa: la del caos urbano y la de los tiempos modernos. Tiene prisa cinematográfica para captar "la vida actual", sus instantáneas, y la noble gimnasia, junto a otras acrobacias populares, de los albañiles subidos a los andamios futuristas.Tiene, en resumen, prisa por llegar a un mañana mejor. Y tiene fe, no ciega, en una arquitectura al alcance de todos, con transparentes rascacielos y piscinas preciosas para el esparcimiento merecido de los obreros de Renault. (Éstos, por cierto, se descojonan del pintor comunista cuando les decora a fábrica con unos cuadros donde la clase obrera luce manos de gomaespuma). Tiene, en fin, la idea de que el progreo humea, vaya sobre raíles, ruedas, hélices... Tiene algo de cocainómano concienciado. Se fija en lo esencial del paisaje urbano, en la velocidad, en las luces, en los primeros planos de lo inabarcable y, sobre todo, en los contrastes. Su optimismo ante el futuro ("ya está aquí") echa mano de colores de línea clara (rojos, verdes, amarillos, azules por un tubo), aunque la carne es gris.

Lo curioso es que, en pleno acelerón, sepa Léger marcarle un límite a la entrega y mantenerse firme, pictóricamente frío; inclusive, didáctico, demostrativo. Sí, sensible fue al mugido de los primeros autobuses, sentado justo al lado de Apollinaire. Se emborrachó de escaparates, rótulos callejeros y grúas, si bien toda botella de buen vino le recuerda la boca tentadora de Yiki de Montparnasse. Llega a ponerse alegre porque el paraíso proletario está ahí, casi a la vuelta de la esquina. Pero este hombre de pelo en pecho, rudo y cachas, alberga a un gran pintor que de continuo le susurra: "¡Ojo!". Contra el cubismo, que le hace guiños, inventa el tubismo: todo va a ser (árbol o nube) tubular, cilíndrico. Y esa impresión metálica enfría al más pintado a toda vela.

Porque Léger pinta, además, con la atención que ha de poner un mecánico para que, pieza a pieza, los motores al Fin funcionen. Lo otro es escaqueo narcisista o gamberrada inoportuna. Que la sensualidad es cosa para el catre, no para el rigor técnico de un montaje, de una construcción. El optimismo del pintor, desenfrenado, resulta que, a la hora de pintarse, se para en seco, entra en el tubo de la propia pintura, congela aquella prisa progresista en siluetas recortables y como de latón suspendidas, eso sí, entre jardines coloristas y lugares gozosos. De esa contradicción, nada burguesa, hizo Léger un arte. Un arte que prefiere situarse de parte de los pobres que todavía pasan frío, de los que se divierten para olvidar, de los que conducen como locos y de cuantos construyen, con el trabajo y el ocio, los cimientos de un mundo nuevo. ¡Mecánica terrestre! Hasta manifestar, con más aplomo que cinismo, que prefería el, Salón de la Aviación al Museo del Louvre. La novedad la preferencia venía de lejos.

Exactamente, de la Guerra del 14, cuando el zapador Fernand Léger se quedó de piedra al observar, en medio de una trinchera, la belleza de una culata de 75 expuesta al sol, magia de la luz sobre el blanco metal...". Visión determinante de un presente en marcha. Repentina revelación de otra manera de pintarlo. Salto vital del cubo al tubo.

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