Nuestro fin de siglo
Francia celebra esta semana, como sólo los franceses saben hacerlo, el centenario de la publicación de un artículo histórico, el que escribió el novelista Émile Zola para el diario L' Aurore, en defensa del capitán Alfred Dreyfus, condenado por un delito de alta traición que no cometió. Como en toda conmemoración, no es la densidad de los hechos que se conmemoran lo que importa, sino su capacidad de interpelación para los contemporáneos.Los hechos, el llamado affaire Dreyfus, se extienden desde diciembre de 1894, cuando el capitán Alfred Dreyfus, alsaciano y judío, es condenado por unanimidad a la deportación perpetua, hasta julio de 1906, en que el militar es rehabilitado y reintegrado en el Ejército. El artículo de Zola constituye, sin duda, la pieza decisiva del affaire, no tanto por el impacto que tuvo en la opinión pública, que lo tuvo y enorme, como porque consiguió sacar el caso de la jurisdicción militar, trasladó la discusión ante un tribunal civil -el que condenó a Zola por difamación y le llevó a exiliarse- y permitió más tarde denunciar la falsedad de las pruebas que habían servido para condenar a Dreyfus y llegar finalmente a la revisión del proceso.
Que nadie busque en él una pieza periodística de factura ejemplar en ningún concepto, ni siquiera por su fuerza argumentativa como panfleto, que lo es en el sentido más noble del término. La fuerza y la importancia del artículo reside en su carácter de acto cívico de defensa de un inocente, no en sus calidades literarias o estilísticas. Con su Carta abierta al presidente de la República, conocida como J´Accuse -el título periodístico superpuesto por L' Aurore-, Zola busca directamente su propia inculpación por difamación. Interpone su figura prestigiada de novelista de éxito entre Dreyfus y la justicia militar, obligándola a salir de la madriguera de los consejos de guerra a puerta cerrada y del secreto militar que impiden revisar ante un tribunal las pruebas secretas utilizadas para fundamentar la imputación. "¡Que alguien ose llevarme ante un tribunal criminal y que se investigue a plena luz!", concluye en abierto desafío.
La historia, torturada y rocambolesca como casi todos los escándalos judiciales, empezó a interesar a Zola precisamente por sus calidades como argumento literario. Vista en la lejanía del centenario, podría ser el argumento para un drama burgués con personajes y decorados de la belle époque parisina, incluyendo las cocottes, los estafadores, los espías y los amores adulterinos, una historia, en fin, llena de facilidades: a un lado, los malos, encabezados por el auténtico espía alemán, el comandante Walsin Esterhazy, acompañado por el Estado Mayor, la derecha antisemita y sus intelectuales, Maurice Barrés, Charles Maurras, Léon Daudet... ; en el otro, los buenos, con Dreyfus y su familia a la cabeza, Émile Zola, y el reguero de intelectuales que se sumaron a su clamor en favor del derecho, de la igualdad y de la razón.
Pero quienes como Zola nos interesamos hoy por esta historia haríamos muy mal si nos conformáramos con la evocación colorista del melodrama político-cultural y dejáramos que todo el ruido del centenario sólo alimentara una especie de conciencia maniquea que nos hace derramar una lágrima por Bosnia y otra por Argelia mientras nos compadecemos de la falta de conciencia crítica de nuestros intelectuales y nos congratulamos del poder de los medios de comunicación. Sobre todo, porque en este caso Dreyfus del pasado fin de siglo, junto a la historia a conmemorar, confluyen como mínimo cinco cuestiones de las que todavía más preocupan o debieran preocupar en nuestro fin de siglo.
1. El papel de los medios de comunicación. El caso Dreyfus es fruto, entre otras cosas, de la actuación de una prensa desenfrenada, dispuesta a destrozar a las personas, sea Dreyfus o sea Zola, mediante la mentira y la calumnia, a orquestar campañas y a manipular filtraciones realizadas desde los servicios secretos del Ejército. Sin la actuación de esta prensa, empezando por La Libre Parole, del apóstol del antisemitismo Edouard Drumont (autor del panfleto de denuncia antisemita La Francia judía), no habría habido caso. El diario L' Aurore, que acogió el artículo de Zola, tiraba regularmente 30.000 ejemplares y puso 300.000 a la venta el 13 de enero de 1898 con motivo de su primicia. Pero el diario de Drumont tiraba medio millón cada día, y Le Petit Journal, otro órgano del antidreyfusismo, alcanzaba el millón y medio. Fue un hito periodístico, sí, pero en la demostración del poder inmenso que tenía la prensa y de su pésima utilización por parte de los poderes más reaccionarios y de los periodistas con menos escrúpulos.
2. La figura del intelectual. La autoridad moral de un escritor consiguió dar la vuelta al caso. No era nuevo. Zola siguió un camino que ya habían recorrido antes Voltaire y Victor Hugo. La novedad, subrayada con brillantez por Michel Winock en Le siècle des intelectuels (Editions du Seuil, París, 1997), está en la tradición que le siguió. J'accuse inaugura el siglo del compromiso de los intelectuales, cien años de intervención de las élites artísticas y literarias en favor de todas las causas imaginables, por lo regular del buen lado de la historia, pero no siempre por motivos tan limpios como los de Zola, ni siempre con su acierto. Antes al contrario, lo que caracterizará la plenitud del siglo XX es una pérdida del espíritu crítico, de la libertad de conciencia e incluso de la finura de inteligencia ante el horror de las matanzas y genocidios y ante la instalación de los totalitarismos de todo signo. Quizás se ha cerrado el ciclo para esta figura del siglo XX, sustituida hoy por las estrellas mediáticas, pero nada hace pensar que no sea útil hoy el ejemplo cívico de Zola en su compromiso con la verdad y la justicia.
3. El antisemitismo. El juicio a un oscuro capitán de Estado Mayor se convirtió en un caso político gracias al antisemitismo ambiental, alentado sin recato por la prensa popular y compartido en distinta medida por todos, derecha e izquierda. Con el proceso, la derecha francesa hizo del antisemitismo una de sus señas de identidad y se lo apropió en exclusiva. Auschwitz y la colaboración del régimen de Vichy en la deportación estaban a la vuelta de la esquina. Todavía hoy, el Frente Nacional de Jean-Marle Le Pen se nutre de la ideología forjada hace cien años en los combates del caso Dreyfus. Y sus ideas xenófobas de limpieza étnica disfrutan de una salud escandalosa, como demuestran las recientes iniciativas de expulsiones masivas de trabajadores extranjeros en los países asiáticos para combatir la crisis económica.
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4. El nacionalismo. Los dos partidos que se enfrentan tienen concepciones contrapuestas de la vinculación del ciudadano a la sociedad. Para los enemigos de Dreyfus, para Maurice Barrès sobre todo, la nación étnica, la tierra, los ancestros, el pasado, son los que obligan al individuo a someterse al mandato colectivo. ¿Qué importancia tiene un militarzuelo cuando lo que está en juego es el prestigio de las instituciones o los sentimientos de identidad? Para Zola, el único patriotismo válido es el de la República de los ciudadanos iguales ante la ley, del derecho y de la libre conciencia. La defensa de la justicia se convierte entonces en defensa de la República. Con Dreyfus, Zola defiende a Francia, aunque sus enemigos lo apostrofen como la anti-Francia. Como en el 98 español, el caso Dreyfus modela el nacionalismo francés contemporáneo, un nacionalismo que seguía la guerra de Cuba como cosa propia, e incluso admiraba la gallardía española frente a la debilidad de la República Francesa. ¿Cuántos nacionalismos barresianos están levantando cabeza en este nuevo fin de siglo?
5. Los intereses de Estado. La resistencia encarnizada de las autoridades francesas a la revisión del caso se debe a dos factores. En primer lugar, a la apelación a los intereses superiores de la defensa nacional, realizada corporativamente desde el Estado Mayor, y utilizando el secreto del sumario y la imposibilidad de acceder a unas pruebas secretas que supuestamente sólo los miembros del consejo de guerra pudieron analizar. En segunda instancia, a la defensa de las instituciones del Estado, que quedarían afectadas por el reconocimiento de un error de tanta envergadura como condenar a un inocente y proteger a un culpable de espionaje. Para ello, desde el Estado se permite y alienta la manipulación y fabricación de pruebas, se protege la prevaricación, y sé intenta, con una ley de amnistía, que el caso Dreyfus no se vuelva contra todos sus auténticos responsables. Ninguno de los gobernantes de entonces, ni siquiera los de mentalidad menos corrupta, podía ni siquiera soñar hasta qué punto sería profética la frase famosa de J'accuse: "La verdad está en marcha y nada la parará".
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