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La visión compasiva de Gutiérrez-Solana

Casi ochenta años después se reedita no censurada "La España negra"

Casi ochenta años después de que se publicara la primera y única edición de un libro más célebre que leído y casi cuarenta años despues de que la editorial Taurus lo publicara convenientemente masacrado por la censura de la época, la editorial granadina a Veleta publica la edición íntegra de La España negra, del pintor y escritor madrileño de origen cántabro José Gutiérrez-So lana, que para su editor, Andrés Trapiello, "es uno de los textos emblemáticos del 98% aunque éstos, los prohombres del 98, nunca tomaran demasiado en serio la labor literaria del pintor.

Una labor ésta nada marginal en su actividad creadora, pues Solana, bien o mal, escribió a lo largo de toda su vida y de forma complementaria a su labor pictórica. "Necesita escribir, además de pintar", comenta Trapiello, "y la suya no es una literatura artística o con preocupaciones estéticas; en su caso lo que escribe es complementario de lo que pinta: son dos maneras de ver una realidad, dura y atroz, que es la de su entorno, la España terrible de principios de siglo". Cuando el censor, llevado por su celo inquisitorial, se puso, en 1961, a meter al lápiz rojo a una España negra de principos de siglo no dejó títere con cabeza en todo aquello que hiciera mofa de dos sacrosantas instituciones, la clerical y la benemérita Guardia Civil caminera.

Lo que a Andrés Trapiello, el editor de este rescate, le parece "una graciosísima clerofobia" (los frailes descalzos de Medina Descalzo, o las monjas de Ávila o los curas pobres de Zamora, que engendraban hijos "con la misma forma de nariz" y, claro, "le señalaban con el dedo en el pueblo"), al censor no le hace ninguna gracia y tachaba y tachaba; tanto que Camilo José Cela publicó en 1973 en una separata de su revista Papeles de Son Armadans una relación de agravios: todas las tachaduras, unas hechas con tino y otras de forma furibunda, oscureciendo aún más un texto como el de Solana.

Fondas y chiscones

Caballero andante por los caminos polvorientos y las mugres de las fondas y los chiscones, a Gutiérrez- Solana le vencían más las faltas ortográficas y las concordancias sintácticas que las chinches. Ramón Gómez de la Serna, a quien dedica La España negra, aparecida en Madrid en 1920, el mismo año en que pinta la célebre tertulia de Pombo (con el propio Ra món en el centro), solía decir que a los correctores de las imprentas les deberían dar un plus cuando les llegaba un libro de Solana. "Y con todo", comenta Trapiello, "el suyo es uno de los estilos más expresivos de la literatura española. Solana es un escritor moderno, porque no tiene ninguna retórica". La España negra que describe es atroz, la que había. Solana, al contrario que Eugenio Noel, que quería redimir España, no pretende cambiarla, pues sin esa negrura no sería España. "Describe la realidad tal como es, no la juzga ni la condena, al contrario que ocurre con los del 98. Es el esperpento hay una especie de condena o mofa, y en el casticismo, una exaltación; en cambio, lo solanesco no es una deformación de la realidad, sino una vi sión compasiva de lo que ocurre". Gutiérrez-Solana, al que le costaba escribir, tardó mucho tiempo en poner trazos negros a su viaje por el norte de España, de Santander a Zamora, y cuando apareció el libro, a imitación de aquel otro, igualmente célebre, escrito por el belga Emile Verhaeren y el pintor Regoyos, no tuvo ninguna repercusión. "Nadie le tomó en serio", dice Trapiello, "los del 98 le tenían antipatía; los primeros en entenderlo serán los vanguardistas, pero durante años se ignoró al Solana escritor hasta que Cela le rescató en su discurso de ingreso en la Academia". El reconocimiento se complementaría con la edición en 1961 por Taurus de la Obra literaria de Gutiérrez-Solana, en donde salía más o menos expurgada esa España negra, en la que vivió a sus anchas un Gutiérrez-Solana que se hace pasar por muerto para escribir el prólogo.

Un muerto que, como acostumbraban las clases bajas de entonces, es enterrado con las mangas y los bolsillos rotos del terno, para que éste pareciera viejo y lo desdeñaran los asaltatumbas, que se dedicaban a despojar al fiambre de su flamante traje eterno. Eso lo escribe Gutiérrez-Solana en su prólogo haciéndose pasar por muerto. Cuando muere realmente, en el verano de 1945, los empleados de la funeraria tienen que cambiarlo de ataúd, pues en el primero que lo metieron tenía que estar con las piernas encogidas (el cadáver de Eugenio Noel, por cierto, se extravió viniendo por tren desde Zaragoza ... ).

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