Otra Colombia
COLOMBIA HA elegido a su primer presidente del siglo XXI. Después de 12 años y tres mandatos de hegemonía liberal, ha sido el líder conservador de la Gran Alianza para el Cambio, Andrés Pastrana, el que ha recibido el inequívoco e inexcusable encargo de cambiar el país. Todos los récords de asistencia al voto (59%), de sufragios acumulados en la fórmula vencedora -más de seis millones- y el convencimiento popular de que esta vez tiene que ser la buena han sido batidos. Andrés, como se le llama universalmente, sabe que lo que se le pide es que edifique el nuevo Estado colombiano.Tres son los órdenes de combate -porque de un combate se trata- para cambiar el rumbo trágico de ese hermoso y potencialmente riquísimo país a los que tiene que enfrentarse Pastrana: la política, la economía y la guerra. La política, porque sin una reforma a fondo de las estructuras institucionales no es verosímil pensar en esa Colombia del siglo XXI. Para ello, el líder conservador no descarta una Asamblea constituyente, que sería la segunda en esta década, después de la de 1991, que lideró el liberal César Gaviria. Es evidente que urge la renovación de la clase política con la liquidación de toda la extensa franja narcocorrompida que permea la sociedad colombiana y, muy señaladamente, la clase política del liberalismo saliente, vinculada al presidente Samper.
En el ámbito económico es urgente un plan de reinversiones con una fuerte participación del capital internacional. El fundamento es una nueva actitud favorable de Washington, que se da por descontada, tras la derrota del candidato liberal Horacio Serpa, al que Estados Unidos detestaba casi tanto como al propio Samper, a quien retiró el visado de entrada en 1997, acusándole de complicidad con el narcotráfico. Los pilares esenciales serán la mejora de la educación, el estímulo fiscal a la actividad económica y un programa de obras públicas que libre a este país de una red viaria propia del más destartalado subdesarrollo, fuertemente gravado de incuria.
Finalmente, pero no menos importante, la guerra. Aunque el historial de Pastrana, con su escasa familiaridad hacia los numerosos movimientos insurreccionales de Colombia, no parecía predisponerle a ello, es el líder conservador el que esta misma semana va a iniciar contactos con los jefes de las FARC, principal movimiento guerrillero del país, autotitulado marxista y patriótico.
Todo ello, por añadidura, está envuelto en el espeso y pútrido miasma del narcotráfico. La guerrilla, los paramilitares, responsables de tantos o más desmanes que la propia insurrección, parte de la clase política y del Ejército, además de los narcos, se nutren del negocio de la coca, que envenena la sociedad colombiana. El fin de la violencia, que no será posible sin la cooperación internacional -en la que la España del presidente Aznar puede desempeñar un papel relevante para la mediación y garantía global de los acuerdos potenciales-, es una tarea de todo un mandato, no una gira campestre por los páramos y selvas del Meta o el Caquetá colombianos.
Ésa es la agenda a la que se enfrenta el ganador Andrés Pastrana. Para cumplirla deberá contar con la colaboración del partido liberal, que, a pesar de la derrota, sigue siendo mayoritario en el Congreso. Horacio Serpa parece dispuesto a prestarla. En un gesto de enorme dignidad, el candidato liberal saludó el domingo la victoria conservadora con un llamamiento para terminar con la polarización y con las banderías. El corolario de todo lo anterior tiene un nombre: refundar el Estado colombiano, aquel que las llamadas élites no han querido crear hasta la fecha, porque les ha sido más cómodo y, sobre todo, más barato gobernar a través de un precario decorado de instituciones. Esa hercúlea misión le corresponde a un conservador. Él dice que puede hacerlo.
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