Práctica ecológica

En el umbral del nuevo siglo podemos disfrutar de altas dosis de ética ecológica gracias a escritores de la naturaleza, naturalistas, organizaciones ecologistas, conferencias internacionales, legisladores y medios de comunicación en general. Sin embargo, el paso de la teoría a la práctica deja mucho que desear. La práctica ecológica está ausente de la vida cotidiana. Aún estamos lejos del estado mental que nos haga sentir en nuestras propias carnes el daño que hacemos al entorno en el que vivimos. Inmutables, cortamos el árbol que nos da sombra y olvidamos sembrar parte de la cosecha. La práctica ecológica exige ser generosos con el medio natural, además de respetarlo escrupulosamente. La generosidad debe darse o exigirse en correspondencia con la capacidad para hacer daño. A menudo se habla de leyes que protegen el medio ambiente, sin reparar en que las leyes son pura teoría hasta que se cumplen y se vela por su cumplimiento.

Es frecuente observar comportamientos agresivos o poco sensibles hacia el entorno. Un paseo por cualquier rincón de la geografía española es suficiente para comprobar que con demasiada frecuencia se explotan recursos naturales hasta el límite, destruyendo o amenazando la vida silvestre que depende de ellos. A veces, la falta de práctica ecológica se debe a la ignorancia, la indiferencia o el descuido. Piénsese en cuántas hectáreas de bosques podríamos ganar y cuán más placentero sería viajar en coche por el campo si los márgenes de nuestras carreteras estuvieran plantados de árboles.

¿Por qué no se obliga a forestar los márgenes de las carreteras a la par que se construyen? Es todo lo contrario, se talan árboles para pavimentar el suelo. ¿Por qué no se fomenta la conservación de los pocos setos vivos que separan fincas rústicas en lugar de destruirlos sin miramientos? Son muchos los beneficios que resultarían de sembrar árboles autóctonos en los márgenes de las carreteras y en los vallados de la campiña española.-