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La importancia de ser GoetheVALENTÍ PUIG

Querer ser un clásico y en el fondo ser algo romántico no fue una exclusiva de Eugeni d"Ors. Tantas veces quiso ser Goethe, que asombra ahora que nadie pretenda suplantarle para que la literatura catalana reasuma una dosis de ambición. Aunque se acepte que el joven D"Ors se nutre de un humus irrepetible, ni la banalización ni el sumidero mediático son obstáculos para que una cultura se dé a sí misma una élite intelectual con personalidades que busquen su parangón en Goethe y no en la cultura de todo a cien. Voluntad y ambición son requisitos que, sumados en abundancia al talento, pueden cristalizar en aproximaciones a un modelo superior, goethiano o de inspiración distinta. Esa es la grandeza asequible a quienes crean en la noble servidumbre a una lengua. En el caso de D"Ors era casi inevitable que sobradamente prestase servidumbre a dos lenguas y en ambas ocasiones se le negase grandeza. Quizá algunos editores influyan en los jóvenes escritores recomendándoles la imitación de sucesivos modelos como puedan ser el realismo sucio norteamericano, el minimalismo o el nuevo canibalismo italiano. Tal vez sea decisión propia de esos nuevos autores que buscan auparse en la fama sin darse cuenta todavía de que lo que cuenta es escribir y no representar el papel de escritor. La vida de un escritor es pavorosamente larga y un éxito juvenil estrepitoso es uno de los peores legados para un escritor en su madurez. Se da un catálogo de fracasos así en la literatura norteamericana. En la circunstancia de la literatura actual, lo excepcional es la ambición auténtica, la vocación sólida -aquella que consiste, orsianamente, en las obras mismas-. Eso significa que algo falla cuando son tan pocos los escritores en ciernes que deciden hacerse y ser como Thomas Mann, Paul Morand o Mario Praz. En 1923, poco después de su descalabro como director de Instrucción Pública de la Mancomunitat, D"Ors advierte en el discurso presidencial de unos juegos florales: "Catalunya està amenaçada de perdre els atributs de creació d"una cultura per quedar reduïda als límits inicials: producció d"una literatura". Incluso los más obtusos detractores de D"Ors habrán de reconocer que ese diagnóstico tiene hoy aún mayor vigencia que entonces. Esas palabras, por otra parte, casi tienen la consistencia de una declaración de Goethe a Eckermann. De mayor calado es preguntarse -sin pretensión determinista alguna- si sería posible un Goethe de nuestro tiempo. La conjunción de literatura y política, el dominio único de todos los géneros literarios, el carácter enciclopédico de sus conocimientos, sus viajes, los escritos científicos y una sabiduría capaz de serenidad no se detectan por conjunción astral de horóscopo. Ciertamente, entre nosotros y el Weimar de Goethe -dijo alguien- están Buchenwald y un sinfín de procesos de desintegración que nos han llevado a la cultura del fragmento. El siglo de la megamuerte puede haber resquebrajado la suprema compostura goethiana, pero los tiempos no son para achicarse, sino para ponerse a la altura de un reto tan intrigante. En Tríptico de Goethe, D"Ors formula la razón de su escritor más admirado como la unión de pensamiento reflexivo e inspiración. En la claridad del clasicismo goethiano, D"Ors atisba una veta de romanticismo que no le es ajena y que le reafirma como modelo. Uno se pregunta si existen en la actualidad escritores que coincidan con los desiderata de D"Ors: "Quisiéramos hablar como Demóstenes, escribir como Boccaccio, pintar como Leonardo, saber lo que Leibniz, tener -como Napoleón- un vasto imperio o, como Ruelbeck, un jardín botánico... Quisiéramos ser Goethe". Un crítico del Times Literary Supplement subrayaba hace muy poco que Goethe, como su nación, fue policéntrico: abrumado por el Terror de la Revolución Francesa, alienta a sus conciudadanos a formar una Kulturnation y no un Estado políticamente unificado. Su madurez intelectual iba a consistir en hacer de Weimar una reconsideración de los valores humanos después de la toma de la Bastilla y todo lo que vino después en nombre de la Diosa Razón. D"Ors no tuvo la misma suerte, aunque no le faltó el talento inasequible al impacto de las peores circunstancias y de los compromisos más difíciles de justificar. En abril de 1938, como jefe nacional de Bellas Artes, habla por Radio Salamanca con motivo de la fiesta del libro. Dice: "Digo a cuantos me escuchan, para que el mayor número posible de ellos vengan a formar mañana no ya un partido, sino una selección de españoles dispuestos a añadir a las consignas sagradas, una consigna. Los cuales, cuando en las horas de entusiasmo público oigan contestar a la impetración del estentóreo ¡España!, las tres corales respuestas ¡Una, Grande, Libre! quieran prolongar la letanía así: ¡Una, Grande, Libre... y Leída. Así sea". No parece que ni el propio Goethe se permitiese ironías así.

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