El Rey Sol en la crisis
Dentro de la crisis generalizada de las instituciones europeas, el Banco Central Europeo (BCE) brilla como el Rey Sol. En los últimos días, además de haber visto esfumarse de la escena a uno de sus más importantes fustigadores, ha emitido un nuevo informe de coyuntura en el que reitera su crítica a los gobiernos nacionales de los países que componen el área del euro. Como sucedió con el Banco de España, el BCE se está convirtiendo, pese a su juventud, en un brillante emisor de ideología.La situación institucional de la Unión Europea (UE) vive sus momentos de mayor gravedad: la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de Berlín de esta semana, que debatirá nada más y nada menos que el marco presupuestario para los próximos siete años, se va a celebrar sin que exista el habitual árbitro, la Comisión Europea, por dimisión de todos sus componentes; ausente el presidente del Ecofin en los últimos seis meses (el dimitido Oskar Lafontaine); con un presidente del Consejo Europeo, Gerhard Schröder, que en sus primeros tiempos de mandato ha decepcionado a propios y extraños y del que todavía se desconoce su capacidad de liderazgo europeo (aumentada esta carencia por ser el sustituto de Helmut Kohl); y con un Parlamento Europeo que después de haber roto su alianza estratégica con la Comisión está a punto de disolverse ante la convocatoria de elecciones del mes de junio.
En esta coyuntura, la única institución que funciona con normalidad es el BCE. La autoridad monetaria europea, que se escandalizó en el pasado por las presiones de Lafontaine para que bajase los tipos de interés como fórmula de impulsar la demanda, no ha dicho ni una palabra hasta ahora de la recomendación del director general del FMI, Michel Camdessus, que ha declarado algo tan natural como que reducir los tipos de interés en Europa "contribuiría a reforzar la confianza de los inversores", y que es posible "en la medida en que la inflación permanezca controlada" y los países de la UE hagan esfuerzos suplementarios para reducir su déficit.
Precisamente esta última premisa es la que el BCE niega que se esté produciendo. En su boletín mensual correspondiente al mes de marzo, el BCE critica los planes fiscales de este año de los once porque parecen más orientados a fomentar el crecimiento económico y el empleo a corto plazo -lo que pretendía Lafontaine- que a continuar el saneamiento de las finanzas públicas. La publicación de este informe se produce pocos días después de que la Comisión Europea diese el visto bueno a los planes de estabilidad de los países de la zona. El BCE no pierde la ocasión de quejarse de que no se ha sentido amparado ante quienes le demandaban una política monetaria más laxa, al describir "la mayor incertidumbre suscitada en torno al apoyo político con que cuenta la política monetaria orientada hacia la estabilidad, así como el curso que tomará en el futuro la política presupuestaria en el área del euro; a este respecto resulta relevante evaluar si se cumplirán en el futuro las condiciones exigidas en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento o si, por el contrario, hay riesgo de que los déficit públicos, medidos en relación con el PIB, alcancen el valor de referencia del 3% o lo sobrepasen". Para mayor abundancia, en esta ocasión el BCE, tan celoso de su independencia funcional e intelectual, recomienda a los gobiernos nacionales que realicen una provisión de reservas que permita hacer frente al envejecimiento de la población, que tendrá "graves consecuencias financieras" en la sanidad y las pensiones a medio plazo.
El catedrático norteamericano Norman Birnbaum opinaba en estas mismas páginas (véase EL PAÍS del pasado 17 de marzo) que Francia pagará especialmente la ausencia de Lafontaine de la vida pública europea. Pero la coyuntura francesa es en estos momentos distinta de la alemana; la primera crece, mientras que la segunda desciende en términos reales. Lo que demuestra que los célebres shocks asimétricos no sólo se pueden producir entre los países del Norte y del Sur, sino también en el seno de los más poderosos.
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