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Identidades ENRIC FOSSAS

La mente humana, escribió Tocqueville, inventa cosas con más facilidad que palabras, y ésta es la razón por la que se utilizan tantos términos impropios y tantas expresiones inadecuadas. Posiblemente esto sea lo que ha ocurrido con la identidad, una palabra que se ha situado en el centro del debate filosófico-político de finales de este milenio, pero cuya utilización sigue provocando equívocos y confusiones. La novedad no es, pues, la expresión, acuñada hace siglos, sino el empleo que de ella se hace en el contexto de las discusiones académicas y mediáticas que pretenden explicar y justificar fenómenos tan dispares como el conflicto del Ulster, el bilingüismo en Estados Unidos, la ablación de clítoris, la independencia de Timor y la guerra en Yugoslavia. En efecto, desde el final de la guerra fría, Occidente y Oriente viven importantes conflictos generados por la diversidad cultural a los que la filosofía política inicialmente no prestó demasiada atención, pero que hoy ocupan el primer lugar de sus reflexiones. Así es como la identidad se ha puesto de moda. Una simple ojeada a los catálogos bibliográficos permite comprobar que es tal la cantidad de literatura sobre el tema producida actualmente en el mundo (sobre todo anglosajón) que resulta ya inabarcable. Entre la multitud de títulos que un lector de este país tiene hoy a su alcance, llaman la atención dos publicaciones recientes en las que sus autores, aun partiendo de culturas distintas y experiencias distantes, nos ofrecen reflexiones parecidas y a la vez originales. Me refiero al libro de Amin Maalouf Identidades asesinas (Alianza, 1999) y al de Xavier Rubert de Ventós Catalunya: de la identitat a la independència (Empúries, 1999). Es elocuente que un escritor libanés, árabe y cristiano exiliado en Francia, y un filósofo catalán del Empordà que ha vivido en Estados Unidos y ejercido la política en Madrid y Estrasburgo, escriban sobre la identidad desde un mismo punto de partida y con un propósito tan similar. Ello demuestra que el debate de la identidad, contrariamente a lo que creen algunos provincianos con pretensiones cosmopolitas, no es local sino universal. Los dos trabajos parten de una misma idea: el deseo -o la necesidad- de identidad es constitutivo de lo que somos y no debe ser objeto de crítica, condescendencia o persecución, sino que ha de contarse con él, observarlo y comprenderlo. Pero se trata de una necesidad que puede ser peligrosa para nuestros semejantes y por ello, al igual que una pantera, debe ser amansada y domesticada (Maalouf), civilizada (Rubert), para evitar que el mundo se convierta en una jungla. A este propósito pretenden contribuir los autores. Para ambos, la identidad individual posmoderna es única, pero al mismo tiempo está compuesta de múltiples pertenencias, aunque la gente tienda a reconocerse en la más atacada. El fanatismo y la violencia nacen precisamente en las comunidades humanas que se sienten humilladas o amenazadas en su existencia, y por ello las personas y las instituciones son más flexibles cuanto más seguras están en su piel. A partir de ahí, cada autor se adentra en sus respectivas preocupaciones: Maalouf en el mundo árabe-musulmán y sus complicadas relaciones con un Occidente en crisis, y Rubert en las tortuosas relaciones de Cataluña con España en el contexto de un neonacionalismo identitario de los Estados que resurge justamente cuando el Estado nación está en crisis. En ambos casos se trata de crisis de identidad producidas sobre todo por la globalización. Ésta, con sus amenazas de uniformización y hegemonía, es la que provoca un reforzamiento de la necesidad de identidad, pero al mismo tiempo puede favorecer una nueva manera de entenderla y proporcionar nuevos medios para defenderla. El espíritu de los tiempos es, pues, el de la armonización y la disociación, el de la integración y la fragmentación, el de las identidades difusas y las soberanías borrosas. Un mundo en el que todos nos sentimos un poco minoría y todos necesitamos reconocernos en la civilización global. Por ello las soluciones no pueden venir ni de un comunitarismo que supedita la libertad individual a la identidad colectiva, ni de un universalismo liberal que, en nombre de una pretendida ciudadanía abstracta y una democracia mayoritaria, ignora, desprecia o asimila a las minorías. Ambos autores ofrecen soluciones en esa dirección y formulan sus respectivos sueños: un mundo en el que la religión ya no fuera el aglutinante de etnias en guerra (Maalouf), y una Cataluña cuya autonomía fuera la de la heterogeneidad asumida más que la de la identidad reencontrada (Rubert). En definitiva, estos dos sugerentes trabajos no solo confirman la importancia que ha adquirido la identidad, sino que nos enseñan la necesidad de pensarla desde la complejidad. Por desgracia, como también escribió Tocqueville, una idea falsa pero clara y precisa tiene siempre más poder en el mundo que una verdadera pero compleja.

Enric Fossas es profesor de Derecho Constitucional de la UAB.

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