La generación de Tiananmen, diez años después
Protagonistas de la revuelta de 1989 muestran en sus testimonios las mutaciones que ha sufrido China
Los estanques están tapizados de nenúfares y bordeados de sauces llorones. Las parejas de estudiantes matan el tiempo acariciándose la punta de los dedos mientras esquivan a las bicicletas que se deslizan sobre la tarima barniza da de bermellón camino de un centro de investigación. El campus de Beida de la Universidad de Pekín se encuentra al noroeste de la capital china, cerca del Palacio de Verano. Todo parece tranquilo. O parece haber recuperado su calma.
Hace pocos días, la cólera se había desatado de nuevo en ese recinto de pasiones estudiantiles, un crisol de energías que a veces hace estremecer al poder Al día siguiente del bombardeo de la OTAN contra la Embajada china en Belgrado, el campus se inflamó de patriotismo. Con el puño alzado y al son de la Internacional, los gritos fustigaban a una "OTAN nazi", mientras las voces juveniles proclamaban: "China jamás será vencida".
El estallido de rabia había sido orquestado con prontitud por el comité local del Partido Comunista. Los jóvenes y las autoridades marchaban codo con codo contra los "bárbaros".
¡Qué increíble vuelco! Hace ahora exactamente diez años nacía allí mismo una protesta que amenazaba al régimen comunista. Una juventud impaciente se alzó contra un vete rano poder.
Desde el 15 de abril hasta el 4 de junio de 1989, Pekín, junto a otras grandes ciudades chinas, vivió una formidable insurrección pacífica, cuya sangrienta represión aún sigue atormentando a muchas conciencias.
Diez años después, ¿qué queda de todo ello? ¿Qué dicen los protagonistas de entonces? ¿Qué ha sido de ellos? Algunos testigos de la revuelta de Tiananmen ofrecen sus respuestas. No figuraban entre los cabezas de cartel del movimiento estudiantil, los que se vieron forzados al exilio o acaba ron siendo expulsados del país tras largos años de cárcel. Formaban parte de la masa anónima de estudiantes, de jóvenes pequineses, que tiró del carro de la revuelta. Su relato muestra las mutaciones que ha sufrido la sociedad china desde hace un decenio.
Su Ning tenía entonces 22 años. Ella leía a Hemingway, visitaba las galerías de arte de van guardia, asistía a las iconoclastas conferencias del astrofísico Fang Lizhi, el mascarón de proa de una intelectualidad que entró en ebullición a finales de los años ochenta en China. "Era una edad de oro, como un renacimiento", recuerda la antigua estudiante de literatura en el campus de Beida e hija de un oficial de los servicios secretos del Gobierno.
Ella no lamenta nada de aquella aventura colectiva, aunque, diez años después, el balance sea más bien deprimente. Tras la sangrienta noche del 3 al 4 de junio de 1989 ha tenido que encontrar nuevas razones para vivir. Ha tenido que fingir el olvido. Y apartarse de los negocios del Estado para poder sembrar sus semillas en la vida cultural y asociativa.
Incluso ha hecho carrera. El campus de Beida, la cuna del movimiento de Tiananmen, es también el vivero de donde surgen las élites del país. Le ha ido bien con las empresas extranjeras instaladas en Pekín, sobre todo con una consultora nortemericana para el mercado del automóvil en China.
Muchos de sus compañeros de estudios han creado una agencia inmobiliaria, un gabinete de relaciones públicas, un bufete de abogados. De vez en cuando, el club de antiguos alumnos de Beida se reúne en torno a una comida campestre en las colinas que rodean Pekín. "Hablamos de negocios, de amor, de cocina, pero pasamos de política". Estos yuppies treintañeros viven con tranquilidad en esta China de 1999, en la que el mercantilismo triunfante ha podido devolverles el lugar en la sociedad que corresponde a unos niños prodigio que se despistaron durante una primavera.
"La represión del movimiento fue una tragedia, no sólo para aquel momento, sino para nuestro futuro. El Gobierno no ha entendido que al reprimir las exigencias de democracia ha fomentado la inmadurez política y ha abierto la vía para futuros desórdenes. Vista la creciente frustración social, bastaría muy poco para que un demagogo populista se alzase un día para ser seguido por una masa sin conciencia cívica. Ese es el principal peligro que acecha a china", advierte Su Ning.
Song Da Hong, que entonces era un burócrata de un organismo municipal, encontraba más bien "ingenuos" a los estudiantes de Tiánanmen. Pero les apoyó con toda su alma. Los observaba como un complaciente hermano mayor que sabe ya lo dura que es la vida. El, hijo de la revolución cultural, no estaba dispuesto a olvidar la granja a la que tuvo que seguir a sus padres, funcionarios comunistas purgados en los años sesenta. Había roto con el sistema, y cuando logró su diploma universitario, a comienzos de los años ochenta, rechazó entrar en el Partido Comunista, a pesar
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