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LAS VENTAS

Fue la guerra

Lo de Monteviejo, nuevo en esta plaza, salió pidiendo guerra y la dio en todos los frentes. Aquello fue el no parar. Daba igual que los citaran o no. Valía un brindis. Avanzó Leonardo Benítez al platillo con el propósito de brindar el primer toro y el toro brindado se le arrancó como una fiera. Los toros de Monteviejo, propiedad de Victorino Martín, no daban cuartel. Para cada tercio tenían su ración. Para cada torero también, sin reparar en oros o en platas. Y cuantos hubieron de ponerse delante pasaron lo suyo.

Impresionante trapío lucían estos toros procedencia Barcial. Serían debutantes pero algunos resultaban familiares. A la pinta nos queremos referir. Apareció el primero y era Barcial de pura cepa, tanto por las famosas patas blancas como por su hechura, desde la cornamenta acucharada hasta el corpachón corto, hondo por donde se debe y bajo de agujas. Al principio pareció que ese toro era un dije, un capricho que les habían colado de rondón a los veterinarios en el reconocimiento, mas a los pocos galopes ya se pudo apreciar que sacaba el colmillo retorcido.

Monteviejo / Benítez, García, Gómez Toros de Monteviejo, con trapío, muy serios, algunos de impresionante arboladura, con preciosas capas, la mayoría berrendos luceros, todos calceteros; duros de pezuña, con casta agresiva; 1º, 2º y 6º, bravos; 3º, pregonao; 4º, manso bronco; 5º dio juego

Leonardo Benítez: estocada ladeada (silencio); bajonazo saliendo volteado, estocada delantera a toro arrancado saliendo perseguido y estocada (silencio). Juan Carlos García: estocada corta, rueda de peones y descabello (silencio); estocada (vuelta protestada). Gómez Escorial: pinchazo, estocada atravesada, rueda de peones, pinchazo, estocada trasera y tres descabellos (silencio); pinchazo perdiendo la muleta, estocada atravesada, rueda de peones -aviso- y se echa el toro (aplausos). Plaza de Las Ventas, 20 de junio. Más de media entrada.

El segundo también traía el carácter de sus ancestros. Mas los restantes, que ganaban a los anteriores en seriedad, en arboladura y en apabullante presencia, a uno se le daba que sí, tendrían las capas berrendas, y las patas calceteras, y las frentes luceras, pero se salían del tipo del Barcial.

Son cosas de uno, claro, que le vienen de su memoria frágil aunque voluntariosa, de su añoranza del toro de otra época. El toro-toro es, efectivamente, de otra época. Por eso los lidiadores no acertaban a entender a los barciales ni en la brega ni en nada.

Seguramente estos nuevos victorinos llevaban una bravura que no se pudo aquilatar (o una mansedumbre que no se podía medir) pues lo impedía la inexpugnable acorazada de picar, donde se encaramaban siniestros individuos tocados de castoreño para asesinarlos. Con una falta de torería y una desvergüenza absolutas, tapaban la salida a los toros mientras les metían leña a mansalva. A ver cuándo interviene la autoridad (si es que hay) y acaba con esta banda armada que está dinamitando la fiesta.

Las bregas carecían de cualquier rastro lidiador. Trapazos, regates, desarmes, pasadas con los palos en franca huida, enseñaban a los toros las malicias que no conocieron en la dehesa, desarrollaban entonces sentido y acababan imposibles. Leonardo Benítez banderilleó al primero con desastrosas formas; planteó una faena a la moderna que nada tenía que ver con el toro, encastado a la antigua, y resultó achuchado, desbordado, hasta volteado. Al cuarto lo banderilleó con alivios y pretendió pegarle derechazos en la misma boca riego. Para qué quería más el toro bronco: se le arrancó y le llevó por la calle de la amargura.

Fiel a la modernidad compareció, igualmente, Juan Carlos García, que pretendía endosar a los patas blancas duros de pezuña el pegapasismo blando a la moda. Naufragó con su primero, que le puso en riesgo de cornada, mas en el quinto ya había aprendido, descubrió la nobleza que llevaba por el pintón izquierdo y logró enjaretar naturales de recia factura y a veces de largo recorrido.

La peor papeleta le correspondió a Gómez Escorial, con el tercero, un pregonao a la antigua que se hizo fuerte en el centro del redondel; y acudió allá a doblarlo -si podía- y a machetearlo de pitón a pitón para cuadrar, lo que hizo con dignidad y valor. Al sexto, excelente por el izquierdo, Gómez Escorial lo toreó por naturales, buenos bastantes, aunque ninguno ligado, y ahí estuvo el lado negativo de la faena que le impidió dominar al torazo de impresionante lámina y alcanzar el triunfo.

Lo de Victorino, ayer Barcial, venía de la noche de los tiempos y traía el trapío, la casta, la dureza y la emoción de la lidia auténtica. Ahí está el germen de la recuperación de esta fiesta secular y exclusiva que adquirió caracteres de grandeza. Claro que a lo mejor no interesa. Pues lo que hoy se lleva es un espectáculo virtual, amañado y triunfalista, que se contempla sin zozobras, con un vaso de whisky en la mano o comiendo pipas.

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