Identidad
ADOLF BELTRAN Hace unos años, el grupo Comediants, con motivo de uno de sus espectáculos, puso el aroma del Mediterráneo en una lata. La abrías y las neuronas activaban sensaciones guardadas en algún remoto recuerdo. Olía a sal y arena, y hasta podías captar el pegajoso perfume de la crema bronceadora. En realidad, producía el mismo efecto que la caracola cuando vierte en tu oído un suave rumor de olas. La memoria es un mecanismo extraño, que descongela estímulos en los momentos más inesperados. Selecciona impresiones y conserva latentes, entre los hechos racionalizados, aquellas percepciones que nos sorprenden siempre desarmados. Algunos seres humanos son capaces de convertir esas descargas en arte. Escriben libros, pintan cuadros, componen o cantan piezas musicales, hacen fotografías, dirigen una película... Son capaces de atrapar en algo nuevo la remota sacudida del recuerdo. Y a su vez suscitan en otros emociones desconocidas, provocan estímulos fugaces, inducen inéditas intensidades. Ese es el gran intento, la gran lucha de la cultura: hacer consciente lo que nos define, el escalofrío o el placer de lo trivial, esa materia de la que están hechos los sueños. En vacaciones, solemos viajar, cambiar de escenario, de paisaje. Somos más receptivos a esas apelaciones. A la vuelta, pequeños objetos, apuntes, imágenes... formarán una reducida colección de amuletos para invocar la memoria en el futuro. Sin embargo, un día, bajo una luz conocida, en el lugar y la hora más cotidianos, algo encenderá la sensación que nos hizo distintos: aquel atardecer sobre la rocas, la frescura de un patio, la silueta de alguien a quien no conocimos, el sabor de una fruta, el rincón de una calle que no volveremos a ver. Sabremos que ha pasado el tiempo, que ya no somos aquella persona y que, a la vez, lo somos irremediablemente. Como el replicante de Blade runner, o de la novela de Philip K. Dick en la que está basada la película, en algún momento podremos decir: "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais...".
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