Olazábal acuna al Niño
La pareja española, gran atracción europea para la Ryder Cup, que comienza mañana
, Sentado a su derecha, Sergio García no pierde ripio de lo que José María Olazábal cuenta: "Entonces, de repente, me di cuenta de que la única cosa que se mantiene firme es el palo de golf, y eso antes de que lo agarrara. El resto, todo lo demás, temblaba: las manos, las piernas, absolutamente todo. Y eso es lo que es la Ryder Cup. Nadie puede hacer nada por evitarlo. Por eso la Ryder es algo diferente, es especial". Es una historia. Su historia. La historia de todos los jugadores de golf que ha contribuido a convertir la Ryder Cup, la competición bienal que enfrenta a Estados Unidos y a Europa, en uno de los grandes mitos del deporte y en uno de los grandes negocios del fin del milenio. Olazábal y García son dos de los 12 jugadores que intentarán que la copa se mantenga en manos europeas. Son los partidos de la 33ª Ryder Cup. A partir de mañana, en el exclusivísimo The Country Club, en la muy rica comunidad de Brookline, pegada a la histórica ciudad de Boston, en el neoinglés estado de Massachusetts (Estados Unidos).No son Olazábal y García los únicos españoles en liza. También anda por Massachusetts -a un paso de Harvard y a dos de donde nació John Kennedy y donde pasó sus días Emily Dickinson-, un veterano malagueño, novato sin embargo en la Ryder, llamado Miguel Ángel Jiménez. Pero el vasco, el más veterano de los 24 jugadores (12 por selección), con cinco ryders ya a sus espaldas, y el castellonense, el más joven participante en la historia del torneo, con sus 19 años, ocho meses y 14 días, son los dos puntos extremos. Son, también, el alma del equipo. Los polos del imán. Olazábal, de 33 años, por su capacidad química para aglutinar a tantos egos sueltos en un equipo; Sergio García, El Niño, el fenómeno de 19 años que arrasa allá por donde pasa, por su capacidad para atraer hacia sí todas las miradas, las cámaras, la atención.
"¿Qué haces? ¿Qué pasa?", le preguntó sorprendido Sergio a Olazábal en un momento de la conferencia de prensa conjunta el martes por la tarde. El vasco estaba como absorto, ausente. "No, nada", respondió Olazábal. "Simplemente me estaba divirtiendo viendo la cara que ponían los periodistas escuchándote". Así era. Así fue también hace 12 años. Severiano Ballesteros, grande entre los grandes, presentó en la sociedad Ryder a un tímido Olazábal, de 21 años por entonces. Juntos formaron una pareja única. "Seve me dio un montón de consejos", recuerda ahora Olazábal. "Pero quizás el más importante fue el de no preocuparme por los partidos ni por el resultado. "Trata simplemente de jugar como tú sabes, de golpear a la pelota de la mejor manera y olvídate del resto", me dijo Seve. Y creo que es lo mejor que me dijo nunca, porque me quitó de encima toda la presión de golpe. Pero, obviamente, lo mejor fue poder jugar a su lado". La gente del golf, tradicionalista por naturaleza, amante de las sagas y de las herencias, ya ha trazado el paralelismo, obvio, entre ambas situaciones. Ausente Ballesteros, Olazábal es el veterano bueno que acoge en el equipo a un tembloroso polluelo llamado Sergio. Pero no. No es lo mismo. Por una sencilla razón: Sergio García, El Niño, el fenómeno, no es un polluelo tímido. Es la sensación. En cinco meses, el chaval de Castellón ha logrado lo que a golfistas de primer orden les cuesta normalmente cinco o seis años de carrera. Ha conseguido, incluso, algo que la mayoría nunca podrá soñar con conseguir: la popularidad instantánea con un simple gesto. O dando un bolazo desde las raíces de un árbol. O sea, que como entonces, como hace 12 años, pero invirtiendo los términos: Olazábal, otra vez el tímido, de manos de Sergio, el fenómeno. "¿Que qué es lo que más me impresiona de Sergio?", dice Olazábal. "Todo. Lo joven que es, lo bien que maneja la situación, lo bien que lo hizo en el PGA, cómo ganó el Open de Irlanda. Lo bien que le da con el putt..." "No sigas, no sigas, que me pongo colorado", dice García, buen humor y naturalidad. "Sí, sigo", dice Olazábal, sabio e inteligente. "Cómo no voy a ser amigo de un chaval tan majo. Sabe dónde está en la vida. Siempre ha tenido muy claro lo que quería ser. Lo sabe desde que tiene 12 años. Es..."
Es Europa. Fotografía oficial. Miércoles por la mañana. Lluvia fina en Boston. Cachemiras amarillas. Pantalones crema. Zapatos blancos. Todos anónimos y uniformes. Todos menos un par. Negro sobre blanco, las bandas de la marca que le patrocina. Bandera europea también. Y negro sobre blanco, grabado en cursiva, El Niño. Afirmando su personalidad. Es un líder.
Declaración de principios
Declaración de principios ante los periodistas internacionales. "Es un honor para mí estar aquí", dice, a la altura de los acontecimientos. "Es un honor seguir las huellas de tantos antepasados ilustres. Y creo que si formar parte del equipo europeo, el que tres españoles estemos en el equipo, es bueno para mi país, también es algo que yo estoy ansiando. Y si tengo que jugar contra El Tigre , pues jugaré. Pero será bonito. Y nada más. Lo único en lo que pienso es en ayudar al equipo europeo a ganar la copa, y no me importa si juego o no contra El Tigre. Simplemente saldré al campo, intentaré ganar a mi rival y ayudar al equipo. Es lo único en lo que pienso. No tengo por qué probar a nadie, ni a mí mismo, que soy mejor que Tiger. Sólo intento estar contento conmigo mismo. Me gusta mucho lo que he hecho estos meses de profesional y así seguiré. Pienso ser el número uno del mundo, pero no me importa si Tiger es el 2, o quien sea".
O quien sea. La Ryder Cup. 12 europeos contra 12 norteamericanos. 28 puntos en juego. 14,5 gana. Un punto por victoria y medio por empate. Se cuenta por hoyos ganados y no por golpes. Es la modalidad conocida como matchplay. El viernes y el sábado, partidos de parejas. Dos contra dos. Por la mañana, en foursomes: cada pareja juega con una bola y los jugadores de cada equipo se van alternando en los golpes; por la tarde, en fourballs: cada jugador utiliza su bola y puntúa para el equipo el que menos golpes haga. El domingo: uno contra uno. 12 partidos, 12 puntos. Y un sueño, el sueño de todos los propagandistas de la Ryder: un partido final y decisivo entre El Tigre y El Niño. Y que se pare el mundo.
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