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Maravillas y manivelas PEP SUBIRÓS

Wunderkammer. Gabinete de maravillas. Así se denominaron inicialmente las colecciones de objetos extraordinarios constituidas en casi toda Europa desde finales del siglo XVI, y que con el tiempo resultarían ser los más inmediatos antecedentes de los museos modernos. Los gabinetes de maravillas surgieron al calor de la ampliación del mundo que, desde nuestro punto de vista, tuvo lugar a raíz del descubrimiento de América y, posteriormente, con la llegada de los exploradores, misioneros, comerciantes y buscafortunas europeos a casi todos los rincones del globo.

En esos gabinetes se atesoraban extraños fenómenos de la naturaleza en incierta mescolanza con grandes logros estéticos o científicos de la creatividad humana: desde un pelo de la barba de Noé hasta el esqueleto completo de un centauro, pasando por porcelanas chinas, cuadros de Durero, cuernos de todo tipo -de unicornio, de rinoceronte, de una mujer escocesa-, pájaros de plumas fosforescentes, lagartos de dos colas, gatos de dos cabezas, alfombras turcas y persas, túnicas de Arabia y de Java, las campanillas del bufón de Enrique VIII, cálculos renales, huevos depositados por las moscas en el ano de "un distinguido caballero que permaneció demasiado tiempo sentado en el excusado" (según descripción del prestigioso anatomista holandés del siglo XVII Frederick Ruysch), etcétera.

La historia viene a cuento porque hoy, cuando uno visita los museos y centros de arte contemporáneo, con frecuencia se siente inmerso en cierto modo en un Wunderkammer, menos maravilloso que sus antecesores pero no menos desconcertante.

Para ello, no hace falta irse a Nueva York y visitar la irreverente y morbosa exposición Sensations, que ha despertado las iras de algunos integristas. (Como decía Dore Ashton, una vez afirmada la libertad de creación y de expresión artística, a continuación hay que decir que gran parte de las obras de esa exposición son mera basura).

No, basta con darse un paseo por algunos museos de Barcelona. Concretamente, estos días, por el de Arte Contemporáneo, por la Fundación Tàpies o por la Fundación Miró. Por supuesto, aquí todo es en tono menor, no ha habido ni habrá ningún escándalo, pero en los tres casos se presentan exposiciones que le dejan a uno asombrado, aunque no por sentirse enfrentado a algo desconocido, imprevisto, que ensancha los límites de la imaginación y nos obliga a repensar el mundo. Eso sería lo deseable, pero no, el asombro deriva más bien del desparpajo con que, en nombre de un supuesto vanguardismo, se nos da gato por liebre, huesos de asno por esqueleto de centauro, viejos cuentos inocuos por pensamiento subversivo.

En el Macba y en la Fundación Tàpies se presentan sendas exposiciones de dos artistas muy admirados entre un pequeño círculo de incondicionales, Martha Rosler y James Coleman, respectivamente. El interés plástico de sus propuestas es muy relativo, más bien escaso: los collages fotográficos de Martha Rosler son un modesto remedo de los grandes del género de los años treinta y cuarenta, mientras que los vídeos de ambos artistas -dedicados, en el caso de Rosler, a la denuncia de los problemas sociales y políticos y, en el caso de Coleman, a la reflexión sobre la fragilidad de los procesos de comunicación y de construcción de la identidad personal- están a años luz de la creatividad y profundidad de cualquiera de los grandes directores cinematográficos que han abordado temas similares. Su único y relativo interés reside en el discurso verbal. Pues bien, lo curioso del caso es que a pesar de que ambos artistas afirman su voluntad de involucrar al espectador, la mayoría de los vídeos, que en el caso de Rosler constituyen el grueso de la exposición y en el caso de Coleman la totalidad, se proyectan sin subtitulación alguna.

Sí, de acuerdo, ahora que ya estamos todos culturalmente globalizados, todos debiéramos saber inglés, pero resulta que éste no es el caso. Si a ello sumamos el carácter anodino de su realización plástica, el resultado es que el público brilla por su ausencia en estas exposiciones, como en tantas otras.

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