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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reconciliar Argelia

La ceremonia de la reconciliación argelina impulsada por el presidente Buteflika daba por descontado que no podía dar como resultado inmediato el fin del terror. De ahí que ayer, al término del plazo para que se entregaran los guerrilleros, el Ejército hiciera un amplio despliegue por todo el país mientras el Gobierno proclamaba la guerra sin cuartel al integrismo en armas.En julio pasado, el presidente Buteflika dio seis meses para la rendición de los alzados con la promesa de que serían amnistiados total o parcialmente. Unos 1.500 han rendido las armas, aunque no se sabe cuántos de ellos pueden ser agentes infiltrados del Gobierno. Las autoridades, con la misma contabilidad insondable, calculan por su parte que unos 3.000 permanecen irreductibles, sobre todo miembros del Grupo Islámico Armado (GIA) y el Grupo Salafista de la Predicación y el Combate (GSPC).

El verdadero éxito del régimen se había obtenido, sin embargo, con los acuerdos de alto el fuego firmados hace dos años con el brazo armado del Frente Islámico de Salvación, principal grupo islamista, y que culminaron la semana pasada con la disolución de esa fuerza, que sí ha sido plenamente amnistiada porque negoció con anterioridad al actual plazo y, lo más importante, lo hizo con el Ejército. Los militares siguen siendo, pese a la elección de Buteflika en abril, el poder dominante.

Todo esto significa, primero, que el FIS, derrotado militarmente, se ha resignado a una existencia más que difusa, que solamente permite su actuación política a través de otras organizaciones islamistas debidamente autorizadas. Y, segundo, que los elementos más radicales del FIS, acompañados de aventureros y criminales de toda laya, se escindieron en su momento para desencadenar, bajo siglas diversas, una guerra que superaba incluso en ferocidad a la que viene librando el Ejército.

El fracaso de la conciliación parece conducir ahora a una guerra renovada y atroz, que aparentemente da toda la ventaja a los generales conocidos como erradicadores, aquellos que sólo conciben una solución militar y de exterminio. Si Buteflika no guarda algún margen de maniobra para tratar de integrar al FIS en el juego político y aislar así al terrorismo islamista, la operación conciliadora habrá sido tan sólo una pausa táctica en la guerra. Y ése no es el camino que conduce a la democracia en Argelia.

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