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Retrato de artista con tijeras MERCEDES ABAD

No falla. Cada vez que veo al escultor y ceramista Joanet Gardy Artigas (París, 1938), me viene a la cabeza una idea puesta en circulación por Hannah Arendt: "La sabiduría es una virtud que al parecer llega tan sólo a quienes cuando jóvenes no fueron ni sabios ni prudentes". Para calibrar la juvenil imprudencia de Gardy Artigas, basta contar lo sucedido hace tiempo en la galería neoyorquina Martha Jackson, uno de esos lugares míticos por los que desfiló toda la vanguardia. La noche de autos, el público abarrotaba la galería para una inauguración de Tàpies. "No cabía ni un alfiler", cuenta Artigas, "pero cuando apareció Dalí, con su chaleco dorado y su bastón, la muchedumbre se apartó dócilmente para abrirle paso, como si hubiera llegado el mismísimo Dios Padre. Este tío es insoportable, les dije a mis amigos. Se merecería que le cortaran el bigote". Es inútil reproducir aquí el tipo de alusiones a ciertas partes de la anatomía masculina con que los amiguetes jalearon, incentivaron y espolearon a nuestro hombre. En cualquier caso, a los pocos minutos, alguien le puso en las manos un par de tijeras. Así que no tuvo más remedio que acercarse por detrás y darle un tijeretazo al ilustre bigote. ¿Que cómo reaccionó el divino Dalí? Pues fatal. Por una vez, el gran poseur perdió los papeles y, muy cabreado, bufó un "Per què has fet això?", mientras se tocaba el bigote para comprobar la magnitud de la tragedia. Luego, el poseur recobró pose, aplomo y buen rollo cósmico, empezó a soltar ingeniosidades, aplaudiendo la performance, y hasta invitó a Artigas a una fiesta la noche siguiente. "No fui, claro. Era lo bastante imprudente como para desafiar a Dalí, pero sabía que Gala estaría en la fiesta y enfrentarme a ella ya era harina de otro costal."

A falta de verdades, siempre nos quedarán las historias, dejó escrito alguien; que me aspen si recuerdo su nombre. Y lo cierto es que Joanet Artigas, que conoció a Giacometti, a Calder, a Sert, a Braque, a Brossa y a Miró, es un pozo sin fondo, un cenote mágico lleno del tipo de historias que no suelen aparecer en los libros de arte. La de la fuente de mercurio de Calder, que se halla en la Fundación Miró, sin ir más lejos. Arranca esta historia cuando a Sert le encargan el pabellón de la República española para la exposición universal que en plena guerra civil se celebra en París y a éste se le ocurre instalar una fuente de mercurio como recordatorio de los sucesos de Almadén. La fuente que le hacen es tan espantosa que Sert, desesperado, acude a su amigo Calder para que le diseñe otra. "Pero si no soy español; no me admitirán", protesta Calder. "No te preocupes", le dice Sert; "te llamaremos Calderón de la Fuente".

Hijo del gran ceramista Llorens Artigas, que colaboró con Miró en la realización de sus murales y esculturas de cerámica, Joanet Gardy Artigas tenía todas las cartas para ser uno de esos zánganos de oro que convierten el hecho de ser hijos de en una dulce hamaca en la que mecer su inanidad. Pero no. Este hombre sabio, de mirada pícara y centelleante, de quien Lluís Permanyer dijo que está siempre inquieto, como si siempre estuviera a punto de perder un tren, es un animal demasiado curioso y vitalista como para columpiarse en laureles ajenos. No contento con continuar la obra de su padre, que lo llevó a trabajar durante veinte años con Miró -la cerámica de la escultura Dona i ocell de la plaza del Escorxador es obra suya-, Artigas desarrolló un lenguaje propio a través de la escultura y, además, creó hace diez años la Fundació Llorens Artigas (tel. 93 866 24 34), situada junto a su casa taller de Gallifa, un lugar donde artistas del mundo entero (últimamente han pasado por allí Amat, Barry Flanagan, Sabala y FMG) se inician o perseveran en el arte secular de la cerámica. "No les enseño", sostiene Artigas, "me limito a ayudarles. Me niego a considerarme un maestro. Me pasa lo que a Goya, que aún aprendo".

Ahora mismo la Fundación acoge una curiosa exposición colectiva en homenaje a Brossa, donde diversos artistas, entre ellos Jean-Jacques Lebel, Xavier Medina-Campeny, Robert Llimós y Manel Rovira, han creado un tentempié, ese objeto desatadamente surrealista que, a diferencia de lo que nos ocurre a los humanos, vuelve a enderezarse después de cada tumbo.

Marcel.li Saenz Martinez

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