La otra catedral
Qué Triana está en el término municipal de Sevilla lo sabe cualquiera, pero que Triana es Triana y Sevilla, Sevilla, lo sienten los pobladores de ambas orillas. No enfrentados, sino separados por el ancho río Guadalquivir. Es tan antigua esta manera de pensar, que los trianeros cuando van a cruzar el puente dicen que van a Sevilla, como si de hacer un viaje se tratara y se ha oído decir a un tabernero, dueño con sus hermanos de una de las más prestigiosas instituciones del ramo, que hacía más de 22 años que no iba a Sevilla. Su bar estaba al borde del Altozano, en la calle San Jacinto y el hombre había esperado hasta su retiro para volver a pisar el Paseo de Colón.
Por este paseo, bordeando el río que habrá encontrado tras salir de la Puerta de Jerez, todavía con los ojos llenos de Catedral y de bandadas de turistas de todas nacionalidades, se puede pasar dejando a la izquierda y en nivel inferior el otro paseo: El del Marqués de Contadero, que comienza y se separa del primero en el emplazamiento de la Torre del Oro, tan poco visitada por los nativos de la ciudad como digna de ver.
La fachada es de ladrillo visto, lo que junto a algunos restos arquitectónicos le da un cierto aire mozárabe
Hay que seguir gozando del panorama: la calle Betis en la otra margen como aperitivo de lo que luego se disfrutará y, al otro lado de la calzada, el Teatro de la Ópera y la Plaza de Toros que muchos aprecian como la más bonita del mundo: La Real Maestranza de Caballería, donde han toreado todas las figuras: Curro Romero, Pepe Luis, Chicuelo, Joselito, Belmonte, por citar algunas ya retiradas y así no se falta a ninguno de los modernos.
Cerca de aquí vivió Cervantes en casa del mesonero Tomás Guzmán, celebrado por Lope, Tirso de Molina y otros muchos que tuvieron posada en aquel nido de timadores, truhanes y cortabolsas.
Tanto si se ha animado o no a visitar el Museo de la Plaza, siga hasta el puente de hierro al que dio nombre Isabel II. Atraviéselo disfrutando con la vista del recuperado cauce, parando justo en medio con el fin de admirar las dos márgenes: a la izquierda, no muy lejana, la alta y esbelta Giralda, a la derecha la Torre Campanario de la otra catedral, la de Santa Ana, a cuya plaza llegará saliendo del Altozano.
Antes encontrará un monumento al baile y otro al torero Juan Belmonte, que se hizo hijo adoptivo de este lado del río porque, en realidad, nació en la calle Feria.
Perdiendo de vista el agua tome la calle Pureza, donde hay sendos mosaicos dedicados a Demófilo, padre de los Machados, y a la actriz y cantante Antoñita Colomé, primera estrella andaluza del cine y la canción.
Ya está, un poco más adelante hallará la Capilla de los Marineros con la imagen veneradísima de la Esperanza de Triana y el Cristo al que acompaña. Unos metros más quedan hasta su destino, que será alcanzado con la ayuda de la vista de la Iglesia Parroquial dedicada a la Abuela de la Virgen.
Por cualquiera de las dos calles que la limitan: Bernardo Guerra o Vázquez de Leca, se entra en una plaza casi cuadrada, empedrada de adoquines tanto en la calzada como por la zona peatonal. Acogedora, cuenta con media docena de naranjos a cada lado que ahora están en flor, todo un lujo para el olfato y la vista, pocas farolas y los necesarios bancos que llaman al reposo y contemplación del lugar. Escoja uno alejado del frondoso árbol central y así, sin cuidado de los obsequios repartidos por los pajaritos, haga su inventario.
A un lado está la Taberna La Plazuela y un poco más allá la Agrupación de Triana y los Remedios bajo las siglas del PSOE. Al fondo la calle Rodrigo de Triana -¡ Tierra!-y a su espalda un clásico colmado donde se vende de todo y una de las pocas casas que aún conservan esteras en las ventanas.
Ahora si hay que fijarse, y muy bien, en la fachada principal de la Iglesia del siglo XIII mandada labrar por Alfonso X en agradecimiento por la curación de una ceguera. Es lo principal en este sitio, que en realidad se llama de la Sacra Familia.
La fachada es de ladrillo visto, lo que junto a algunos restos arquitectónicos le da un cierto aire mozárabe, aunque en el interior y laterales predomina el gótico que ha ido sufriendo diversas reformas con el tiempo, sobre todo a raíz del terremoto de Lisboa de 1755 que dañó bastante al edificio y de cuyos males parece que aún no se ha recuperado por el estado en que ahora se encuentra el templo.
La Capilla Mayor posee un retablo renacentista con pinturas de Pedro Campana e imágenes y relieves de Roque de Badulaque, efigies de Santa Ana con la virgen y el niño y la del Cristo del Socorro, obra de Andrés de Ocampo fechada en 1620. Hay otra talla de Blas Muñoz de Moncada.
Merece la pena, entre otros muchos más tesoros, contemplar la lápida sepulcral de azulejería de don Iñigo López hecha por Niculoso de Pisano en 1503 y la gran Custodia Procesional de la Hermandad Sacramental, labrada por Andrés de Osorio en 1726.
No olvide detenerse ante la Virgen de la Rosa antes de salir a la calle para apreciar la airosa torre campanario rematada por veleta y cruz de forja con cuya memoria puede dirigirse a reponer fuerzas en la Taberna de la Plazuela donde Ramón Rodríguez, además de servirle bebida y comida en forma de salmorejo con jamón le puede presentar al famoso guitarrista Rafael Riqueni, que tras cuatro años de pasarlo fatal, 'la fama es mala', dice, le deleitará gratis con unos compases del Maestro Yepes o una soleá.
Y después al emblemático Bistec. Así se ha dicho siempre en Sevilla, comenta el dueño, Lope Rodríguez García, que heredó esta casa, fundada en 1932, de su padre y que es conocida en toda la ciudad. Tanto que un señor que vino de fuera, habiéndose citado aquí, cogió un coche de caballos y le dijo al cochero que le llevase a un lugar de Triana, donde daban, y dan, paloma y codorniz en salsa. El conductor dijo: caballo, al Bistec. Con eso está todo dicho.
Ya puede volverse por donde vino o por otra ruta, mas si recuerda que vio en la Plaza de los Carros, en la otra orilla, la sombra de Rincón y Cortado, aquí puede encontrarla de nuevo, porque muy cerca de la plaza, donde estaba el Molino de la Pólvora, todavía quedan restos del Patio de Monipodio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.